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Opinión
Etiquetas | El arte de la guerra
Santi Benítez

Ladrones

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Me he dado una vuelta por ahí buscando un maletín para el portátil. No para mi, yo cuento con un Tatonka que se ha recorrido medio mundo conmigo. Buscaba un maletín para una amiga que comienza a trabajar la semana que viene en un bufete de cierto prestigio, después de haberlas pasado canutas durante la pasantía. La cuestión es que no encontré demasiado que fuera de mi gusto, y lo que era de mi gusto sobresalía en demasía del presupuesto que pensaba gastar. En una de aquellas tiendas me enseñaron varios muy elegantes, pero muy poco funcionales, dentro sólo cabía el portátil y a duras penas. Tras el cristal de una vitrina vi uno que me pareció lo suficientemente bonito y holgado, y al preguntar el precio el dependiente me empezó a explicar que era de piel de cocodrilo teñida, muy agradable al tacto y muy elástica. También me explicó que iba preparado para el portátil ya que tenía unas correas de sujeción interior y un acolchado antigolpes. Mientras me soltaba todo el rollo yo lo abría, lo miraba, le daba vueltas, pero, aparte de la etiqueta de “made in Taiwán”, no encontré el precio por ninguna parte. “¿Qué le parece”, “Muy bien”, contesté, “pero ¿Cuánto vale?”, y sin ruborizarse ni apenas un poquito dijo “Siete mil doscientos treinta euros”.

No tengo ni idea de quien demonios pagaría un millón cincuenta mil de las antiguas pesetas por un maletín, sólo sé que yo no. Según el dependiente se paga la calidad y la marca, aunque, con sinceridad, mucha marca me parece a mi. Días más tarde, y por otras cuestiones, fui a parar a las tiendas de hindúes y chinos del puerto. Al pasar ante un escaparate miré de soslayo y continué, pero no mucho Tuve que volver sobre mis pasos para asegurarme de lo que había visto. Era el mismo maletín con una etiqueta que decía noventa y cinco euros. Una vez dentro de la tienda comprobé que, obviando las correas de sujeción del portátil, en este caso de nylon, y las trabas de sujeción interna, de plástico en vez de hebillas – bajo mi punto de vista mucho más funcional lo primero que lo segundo-, el maletín era exactamente el mismo. El avispado dependiente, confundiendo mi estupor con duda por la compra, me dijo que podría llevármelo por noventa euros. Mientras le pagaba me interesé por el origen del artículo, y resulta que también es taiwanés.

Antes de empezar a escribir este artículo volví a la exclusiva tienda del principio, porque tenía la mosca detrás de la oreja con respecto a una pequeña etiquetita de tela que encontré en el que había comprado. El dependiente me atendió con una sonrisa en la cara y bastante más distendido, se acordaba de mi, claro, como para no acordarse de alguien que pregunta por el precio de un artículo que vale siete mil doscientos cincuenta euros. Y allí estaba exactamente la misma etiquetita de tela, avisando de que era piel de imitación. Según el dependiente es que si fuera piel auténtica sería más caro (¿...?), y que, de todas maneras, las especificaciones las daba el fabricante y la tienda no era responsable.

A estas alturas no me cabe la menor duda de que ambos maletines salieron de la misma fábrica. Y no es que lo elucubre, es que envié un mail a la fábrica en cuestión; su dirección de correo electrónico figura en la etiqueta del fabricante. Me interesé por el artículo. Hablando en plata resulta que me lo pueden servir sin el distintivo de la marca, porque si lo quiero con el distintivo me tengo que dirigir directamente a un distribuidor. La diferencia de precio de venta desde fábrica con distintivo a sin distintivo es de cuarenta céntimos, y eso porque hay que pagar la franquicia de la marca y cambiar el correaje interior, que es lo que exige la marca para su venta para distribución al por mayor.

Y aquí me entra un pequeña duda. ¿He comprado una falsificación o por el contrario he comprado un producto genuino que, por no llevar chapita – bastante fea, por cierto- en la esquina de un bolsillo externo resulta que me vale siete mil ciento cuarenta euros menos? Porque, si el caso es el segundo, que se vaya a coger aulagas la chapita y, de paso, la franquicia de la marca.

Se ha hablado y gastado mucha tinta y ancho de banda sobre las falsificaciones, ya sea de maletines, vaqueros, películas o CDs de música. Tanto es así que se ha llegado a decir que descargarse una película del emule ayuda a financiar el terrorismo. Creo que porque las productoras, que son las únicas que se lucran con la venta de DVDs, se han pensado que somos imbéciles. Y aquí lo único cierto es que a quien beneficia que exista el mismo maletín, uno con chapita y otro sin ella, es al consumidor, no a las mafias o a los terroristas, al consumidor. Los músicos músicos, los de verdad, viven de los conciertos. La venta de discos, a precios desorbitados, sólo benefician a las discográficas, que hacen su agosto durante las dos primeras semanas de lanzamiento, quintuplicando los gastos de promoción y producción. Una película hace su máxima recaudación en la primera semana de exhibición. Normalmente esa recaudación triplica, en una semana, el costo de producción. El resto es querer seguir chupando del frasco de los derechos de venta de las copias en DVD y, en muchas ocasiones, del merchandising. Que no me parece mal, entiéndaseme, pero de ahí a que me traten de idiota pues como que va un Potosí, quitando que es algo que me saca de quicio.

Ah, y a propósito, que yo sepa tanto el trabajador de la fábrica de Taiwán, como el dueño de la fábrica, ganan lo mismo con la manufactura del maletín de la chapita y con el otro, sin chapita. Quien único gana más es la marca a través del pago de la franquicia y de su venta al por mayor.

Menos mal que todavía tenemos el top manta.

Suena de fondo “Un ramito de flores, cogido en la montaña”, de Topo Gigio.

Buenas noches, y buena suerte...

Ladrones

Santi Benítez
Santi Benítez
domingo, 22 de octubre de 2006, 22:17 h (CET)
Me he dado una vuelta por ahí buscando un maletín para el portátil. No para mi, yo cuento con un Tatonka que se ha recorrido medio mundo conmigo. Buscaba un maletín para una amiga que comienza a trabajar la semana que viene en un bufete de cierto prestigio, después de haberlas pasado canutas durante la pasantía. La cuestión es que no encontré demasiado que fuera de mi gusto, y lo que era de mi gusto sobresalía en demasía del presupuesto que pensaba gastar. En una de aquellas tiendas me enseñaron varios muy elegantes, pero muy poco funcionales, dentro sólo cabía el portátil y a duras penas. Tras el cristal de una vitrina vi uno que me pareció lo suficientemente bonito y holgado, y al preguntar el precio el dependiente me empezó a explicar que era de piel de cocodrilo teñida, muy agradable al tacto y muy elástica. También me explicó que iba preparado para el portátil ya que tenía unas correas de sujeción interior y un acolchado antigolpes. Mientras me soltaba todo el rollo yo lo abría, lo miraba, le daba vueltas, pero, aparte de la etiqueta de “made in Taiwán”, no encontré el precio por ninguna parte. “¿Qué le parece”, “Muy bien”, contesté, “pero ¿Cuánto vale?”, y sin ruborizarse ni apenas un poquito dijo “Siete mil doscientos treinta euros”.

No tengo ni idea de quien demonios pagaría un millón cincuenta mil de las antiguas pesetas por un maletín, sólo sé que yo no. Según el dependiente se paga la calidad y la marca, aunque, con sinceridad, mucha marca me parece a mi. Días más tarde, y por otras cuestiones, fui a parar a las tiendas de hindúes y chinos del puerto. Al pasar ante un escaparate miré de soslayo y continué, pero no mucho Tuve que volver sobre mis pasos para asegurarme de lo que había visto. Era el mismo maletín con una etiqueta que decía noventa y cinco euros. Una vez dentro de la tienda comprobé que, obviando las correas de sujeción del portátil, en este caso de nylon, y las trabas de sujeción interna, de plástico en vez de hebillas – bajo mi punto de vista mucho más funcional lo primero que lo segundo-, el maletín era exactamente el mismo. El avispado dependiente, confundiendo mi estupor con duda por la compra, me dijo que podría llevármelo por noventa euros. Mientras le pagaba me interesé por el origen del artículo, y resulta que también es taiwanés.

Antes de empezar a escribir este artículo volví a la exclusiva tienda del principio, porque tenía la mosca detrás de la oreja con respecto a una pequeña etiquetita de tela que encontré en el que había comprado. El dependiente me atendió con una sonrisa en la cara y bastante más distendido, se acordaba de mi, claro, como para no acordarse de alguien que pregunta por el precio de un artículo que vale siete mil doscientos cincuenta euros. Y allí estaba exactamente la misma etiquetita de tela, avisando de que era piel de imitación. Según el dependiente es que si fuera piel auténtica sería más caro (¿...?), y que, de todas maneras, las especificaciones las daba el fabricante y la tienda no era responsable.

A estas alturas no me cabe la menor duda de que ambos maletines salieron de la misma fábrica. Y no es que lo elucubre, es que envié un mail a la fábrica en cuestión; su dirección de correo electrónico figura en la etiqueta del fabricante. Me interesé por el artículo. Hablando en plata resulta que me lo pueden servir sin el distintivo de la marca, porque si lo quiero con el distintivo me tengo que dirigir directamente a un distribuidor. La diferencia de precio de venta desde fábrica con distintivo a sin distintivo es de cuarenta céntimos, y eso porque hay que pagar la franquicia de la marca y cambiar el correaje interior, que es lo que exige la marca para su venta para distribución al por mayor.

Y aquí me entra un pequeña duda. ¿He comprado una falsificación o por el contrario he comprado un producto genuino que, por no llevar chapita – bastante fea, por cierto- en la esquina de un bolsillo externo resulta que me vale siete mil ciento cuarenta euros menos? Porque, si el caso es el segundo, que se vaya a coger aulagas la chapita y, de paso, la franquicia de la marca.

Se ha hablado y gastado mucha tinta y ancho de banda sobre las falsificaciones, ya sea de maletines, vaqueros, películas o CDs de música. Tanto es así que se ha llegado a decir que descargarse una película del emule ayuda a financiar el terrorismo. Creo que porque las productoras, que son las únicas que se lucran con la venta de DVDs, se han pensado que somos imbéciles. Y aquí lo único cierto es que a quien beneficia que exista el mismo maletín, uno con chapita y otro sin ella, es al consumidor, no a las mafias o a los terroristas, al consumidor. Los músicos músicos, los de verdad, viven de los conciertos. La venta de discos, a precios desorbitados, sólo benefician a las discográficas, que hacen su agosto durante las dos primeras semanas de lanzamiento, quintuplicando los gastos de promoción y producción. Una película hace su máxima recaudación en la primera semana de exhibición. Normalmente esa recaudación triplica, en una semana, el costo de producción. El resto es querer seguir chupando del frasco de los derechos de venta de las copias en DVD y, en muchas ocasiones, del merchandising. Que no me parece mal, entiéndaseme, pero de ahí a que me traten de idiota pues como que va un Potosí, quitando que es algo que me saca de quicio.

Ah, y a propósito, que yo sepa tanto el trabajador de la fábrica de Taiwán, como el dueño de la fábrica, ganan lo mismo con la manufactura del maletín de la chapita y con el otro, sin chapita. Quien único gana más es la marca a través del pago de la franquicia y de su venta al por mayor.

Menos mal que todavía tenemos el top manta.

Suena de fondo “Un ramito de flores, cogido en la montaña”, de Topo Gigio.

Buenas noches, y buena suerte...

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