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Algunos dimes y diretes urbanos y cortesanos

Mentidero de la Villa

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En ese “juego de tronos” que se tiene montado por la alcaldía de Madrid, la metedura de pata de Esperanza Aguirre la pasada semana, cuando, al tratar de ejercer el rancio truquito de “Vd. no sabe con quién está hablando” ante unos agentes de movilidad que iban a multarla por haber dejado su vehículo en el carril bus de la Gran Vía madrileña, acabó dando un portazo, apretando el acelerador, tirando una moto de los funcionarios y huyendo por las angostas calles del Madrid viejo, para acabar refugiándose en su confortable palacio de Malasaña, es casi como caer en el pozo del juego de la oca: pierde dos turnos. La prepotencia siempre viste mal a quien la luce y mucho más si se trata de un político.

Los peores y más fieles enemigos no suelen andar lejos de la propia guarida y a la inefable “alcalda” (recuerdo: la que promueve alcaldadas) de la capital de España le habrán hecho los ojos chiribitas cuando escuchó la noticia: no hay duda de que a su posible competidora por el cargo ese desliz de condesa airada (ya se sabe que los consortes suelen tener más ínfulas de noblesse que los titulares) en el que cayó la Aguirre, le viene de perlas.

El episodio no ha servido para concretar cuántas generaciones nos separan de un caníbal, aunque sí para comprobar que “ciertos alelos” son comunes entre las personas de buenas costumbre y palabra culta y los raterillos del tirón. Por lo menos en lo de la huida alocada y la persecución policial; por más que esta no acabara en cualquier chabola de la Cañada Real sino a las puertas de una mansión condal, custodiada nada menos que por la Guardia Civil.

La cosa sigue dando carnaza a las tertulias y sólo ha sido ensombrecida por la aparición de un libro (“La gran desmemoria”) de la veterana periodista Pilar Urbano.

La muerte hace pocas semanas del primer Presidente español de la democracia, Adolfo Suárez, casi ha coincidido con la publicación del libro cuyo subtítulo (“lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere olvidar”) es, por lo menos, oportunista y busca un relumbrón que recuerda a los titulares amarillistas de cierta prensa británica (The Sun, a la cabeza) El “tocho”, que supera las 1000 páginas, parece ser una mezcla de realidad y ficción en torno a uno de los momentos más dramáticos de nuestra historia reciente: el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Y digo “parece” porque no lo he leído y si lo hago –cosa nada segura- será a expensas de la lectura de algún mamotreto de Ken Follet; porque ya se sabe: el saber no ocupa lugar, pero sí tiempo.

Y algunos me dirán: ¿A qué viene opinar sobre lo que no se ha leído?. Y me pongo la venda antes de la herida, y lo aclaro: La opinión aquí expresada no se refiere al libro y su contenido, sino a la insólita reacción que ha causado.

Parece que Pilar Urbano ha novelado una parte, o una buena parte, de algo que desde hace más de treinta años corría en boca de todos. Y no estoy hablando del papel del Rey en aquel sainete del señor del bigote y el tricornio; ya que, al fin, la cosa acabó más o menos bien y, desde luego, sin la actuación real, fuera o no traída por los pelos, España habría reiniciado su incorregible tendencia a ser un caso aparte dentro de los países de Europa occidental. Me refiero en concreto a ciertas desavenencias entre el Monarca y el Presidente antes y después de la intentona golpista y también a determinadas hipótesis, como por ejemplo la presión a la que se le sometió para que dimitiera del cargo de Presidente del Gobierno, no sólo por parte de su partido (UCD) sino del propio Don Juan Carlos.

Así las cosas, y ante un libro de esos que parecen un híbrido entre ensayo histórico e historia novelada, se han alzado muchas voces airadas (entre ellas la de la misma Casa del Rey) que han tratado de desautorizar todo su contenido. Suárez Illana, hijo mayor del ex Presidente, varios ministros del antiguo Gobierno de la UCD, algún general en la reserva etc. han firmado un escrito en el que, entre otras apreciaciones nada laudatorias, califican al libro de “libelo” (Aunque uno se pregunta si habrán hecho un curso de lectura rápida, puesto que el libro estaba en las librerías el pasado jueves y el escrito denigratorio fue publicado en los medios más o menos al día siguiente).

Es una pena que el gran humorista Forges no se haya basado en esta historieta (no la que contiene el libro, sino la que ha suscitado su publicación) para poner en boca de dos de sus personajes, sentados en un banco de El Retiro una soleada mañana de primavera, un diálogo parecido a este:

• Señor calvo con gafas y pajarita: “Mariano ¿has leído ya el libro de Pilar Urbano? ¡Más de 1000 páginas de vellón!.

• Señor barbudo con gafas y corbata de lunares: “No, Cristóbal, no. De momento la Esperanza es lo último que me pierde”.

Y como de la verdad nada sabemos, sigamos contentándonos con lo que nos cuentan, aplicando la sabiduría del abuelo: “Si quieres ser feliz, como dices, no analices”.

Y a otra cosa.

Mentidero de la Villa

Algunos dimes y diretes urbanos y cortesanos
Luis del Palacio
jueves, 10 de abril de 2014, 07:59 h (CET)
En ese “juego de tronos” que se tiene montado por la alcaldía de Madrid, la metedura de pata de Esperanza Aguirre la pasada semana, cuando, al tratar de ejercer el rancio truquito de “Vd. no sabe con quién está hablando” ante unos agentes de movilidad que iban a multarla por haber dejado su vehículo en el carril bus de la Gran Vía madrileña, acabó dando un portazo, apretando el acelerador, tirando una moto de los funcionarios y huyendo por las angostas calles del Madrid viejo, para acabar refugiándose en su confortable palacio de Malasaña, es casi como caer en el pozo del juego de la oca: pierde dos turnos. La prepotencia siempre viste mal a quien la luce y mucho más si se trata de un político.

Los peores y más fieles enemigos no suelen andar lejos de la propia guarida y a la inefable “alcalda” (recuerdo: la que promueve alcaldadas) de la capital de España le habrán hecho los ojos chiribitas cuando escuchó la noticia: no hay duda de que a su posible competidora por el cargo ese desliz de condesa airada (ya se sabe que los consortes suelen tener más ínfulas de noblesse que los titulares) en el que cayó la Aguirre, le viene de perlas.

El episodio no ha servido para concretar cuántas generaciones nos separan de un caníbal, aunque sí para comprobar que “ciertos alelos” son comunes entre las personas de buenas costumbre y palabra culta y los raterillos del tirón. Por lo menos en lo de la huida alocada y la persecución policial; por más que esta no acabara en cualquier chabola de la Cañada Real sino a las puertas de una mansión condal, custodiada nada menos que por la Guardia Civil.

La cosa sigue dando carnaza a las tertulias y sólo ha sido ensombrecida por la aparición de un libro (“La gran desmemoria”) de la veterana periodista Pilar Urbano.

La muerte hace pocas semanas del primer Presidente español de la democracia, Adolfo Suárez, casi ha coincidido con la publicación del libro cuyo subtítulo (“lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere olvidar”) es, por lo menos, oportunista y busca un relumbrón que recuerda a los titulares amarillistas de cierta prensa británica (The Sun, a la cabeza) El “tocho”, que supera las 1000 páginas, parece ser una mezcla de realidad y ficción en torno a uno de los momentos más dramáticos de nuestra historia reciente: el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Y digo “parece” porque no lo he leído y si lo hago –cosa nada segura- será a expensas de la lectura de algún mamotreto de Ken Follet; porque ya se sabe: el saber no ocupa lugar, pero sí tiempo.

Y algunos me dirán: ¿A qué viene opinar sobre lo que no se ha leído?. Y me pongo la venda antes de la herida, y lo aclaro: La opinión aquí expresada no se refiere al libro y su contenido, sino a la insólita reacción que ha causado.

Parece que Pilar Urbano ha novelado una parte, o una buena parte, de algo que desde hace más de treinta años corría en boca de todos. Y no estoy hablando del papel del Rey en aquel sainete del señor del bigote y el tricornio; ya que, al fin, la cosa acabó más o menos bien y, desde luego, sin la actuación real, fuera o no traída por los pelos, España habría reiniciado su incorregible tendencia a ser un caso aparte dentro de los países de Europa occidental. Me refiero en concreto a ciertas desavenencias entre el Monarca y el Presidente antes y después de la intentona golpista y también a determinadas hipótesis, como por ejemplo la presión a la que se le sometió para que dimitiera del cargo de Presidente del Gobierno, no sólo por parte de su partido (UCD) sino del propio Don Juan Carlos.

Así las cosas, y ante un libro de esos que parecen un híbrido entre ensayo histórico e historia novelada, se han alzado muchas voces airadas (entre ellas la de la misma Casa del Rey) que han tratado de desautorizar todo su contenido. Suárez Illana, hijo mayor del ex Presidente, varios ministros del antiguo Gobierno de la UCD, algún general en la reserva etc. han firmado un escrito en el que, entre otras apreciaciones nada laudatorias, califican al libro de “libelo” (Aunque uno se pregunta si habrán hecho un curso de lectura rápida, puesto que el libro estaba en las librerías el pasado jueves y el escrito denigratorio fue publicado en los medios más o menos al día siguiente).

Es una pena que el gran humorista Forges no se haya basado en esta historieta (no la que contiene el libro, sino la que ha suscitado su publicación) para poner en boca de dos de sus personajes, sentados en un banco de El Retiro una soleada mañana de primavera, un diálogo parecido a este:

• Señor calvo con gafas y pajarita: “Mariano ¿has leído ya el libro de Pilar Urbano? ¡Más de 1000 páginas de vellón!.

• Señor barbudo con gafas y corbata de lunares: “No, Cristóbal, no. De momento la Esperanza es lo último que me pierde”.

Y como de la verdad nada sabemos, sigamos contentándonos con lo que nos cuentan, aplicando la sabiduría del abuelo: “Si quieres ser feliz, como dices, no analices”.

Y a otra cosa.

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