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Las burocracias son los amos de los proyectos en permanente expansión

El FMI contra el pueblo estadounidense (otra vez)

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El Fondo Monetario Internacional es una de las burocracias supranacionales "multilaterales" (junto a las Naciones Unidas y el Banco Mundial) creadas de la nada a mediados de los 40 para ayudar en el parto de un nuevo orden mundial. Los miembros del FMI financian su funcionamiento a base de gravar a sus poblaciones, a las que el FMI no debe explicaciones prácticamente. Un montaje tan antidemocrático fue intencionado; Franklin Roosevelt puso al asistente del Secretario del Tesoro Harry Dexter White (comunista en el armario con visión colectivista del mundo concomitante) de principal representante estadounidense y artífice del FMI.

Las burocracias son los amos de los proyectos en permanente expansión. Se reinventan de forma constante, encontrando formas de ampliar su tamaño, su alcance, sus competencias y sus presupuestos inteligentemente. El Fondo Monetario Internacional ha refinado este arte, habiendo evolucionado de su objetivo original de intentar facilitar los tipos de cambio ordenados entre divisas mientras los países se recuperaban de la Segunda Guerra Mundial hasta transformarse en un entrometido global que extiende préstamos -- de significativas condiciones adjuntas -- a gobiernos en quiebra.

¿Qué ha sacado el contribuyente estadounidense a cambio de los miles de millones de dólares repartidos generosamente entre gobiernos insolventes por el FMI? Nada más que rencillas del extranjero. En primer lugar, la política de préstamo de millones de dólares, o miles de millones de dólares, a gobiernos fiscalmente mal administrados del FMI resulta contraproductiva: Tales rescates ayudan a apuntalar a gobiernos corruptos y/ o ineptos. En segundo lugar, los rescates acarrean el riesgo moral, al inducir a entidades privadas y bancos a prestar liquidez a importante riesgo crediticio, seguros de que los fondos del FMI redondean la jugada. En tercer lugar, los tramos típicos de los rescates del FMI exigen dolorosos reajustes: 1) recortes del gasto público — léase reducir programas populares, despedir a un porcentaje de los funcionarios, reducir las pensiones de los funcionarios — que comprensiblemente indignan a los afectados; 2) impuestos más elevados en nombre de cuadrar los presupuestos.

Estos "programas de austeridad" revisten dos problemas fundamentales. En primer lugar, recomendar impuestos más altos es económicamente lerdo. Las subidas tributarias son pan para hoy. Hasta Lord Keynes recetaba bajar los impuestos en momentos de inestabilidad económica, no subirlos. Subir los impuestos a personas que ya acusan las consecuencias de la mala administración pública no es solamente demencial - es mezquino. En segundo lugar, no hace falta ser un experto en economía para figurarse cuándo gasta demasiado un gobierno. Los mercados disciplinan a los países manirrotos dejando de facilitar los fondos hasta que instituyan las necesarias reformas. Sin un pesebre de rescates como el Fondo Monetario Internacional, los gobiernos aprenden por la vía rápida que si quieren que el Estado siga siendo viable, tienen que gastar dentro de límites razonables. Al decir a los países lo que "tienen que hacer" cuando es evidente que les hace falta hacer esas reformas como sea, el Fondo Monetario Internacional presta un conveniente chivo expiatorio al país receptor. Se achacan los dolores de la austeridad a extranjeros entrometidos, y puesto que Estados Unidos es percibido como el verdadero poder del Fondo Monetario Internacional, a nosotros nos pintan como los malos. La conclusión: El Fondo Monetario Internacional se vale de nuestros dólares para comprarnos en el extranjero toneladas de resentimiento.

A pesar de la publicidad negativa, el FMI ha emprendido la guerra contra el contribuyente y el obrero estadounidense. El pasado octubre, el FMI difundió un estudio que sugería subir los tipos impositivos (mencionando una horquilla tributaria marginal "para maximizar la recaudación" del 60 por ciento) y a la vez la probable expropiación de un significativo porcentaje de la riqueza privada para recuperar el equilibrio fiscal de la administración federal. El FMI también viene siendo una de las principales fuerzas en contra de la "competencia tributaria" entre países. He defendido durante mucho tiempo la reducción drástica de los tipos impositivos de las empresas norteamericanas como forma fácil de convertir a Estados Unidos en la sede favorita de las empresas del mundo y provocar de esta forma una verdadera explosión de puestos de trabajo nuevos.

Más recientemente, como observa Judy Shelton en el Wall Street Journal el 14 de marzo, el FMI trata de explotar la crisis de Ucrania para duplicarse sus presupuestos. Está utilizando los dólares del contribuyente americano para presionar al gobierno estadounidense con el fin de elevar el flujo de dinero del contribuyente que va de nuestro Tesoro al FMI. No debe sorprendernos, pues, que el FMI elabore el 13 de marzo un informe que advierte de los peligros de "las desigualdades", y que sugiere las subidas tributarias y la redistribución de la riqueza como formas de abordar el problema que tiene el Tío Sam. (Nota al FMI: ¿Qué ha sido del crecimiento económico como camino a la prosperidad?) Se trata de una maniobra abiertamente política. El FMI presta su imagen y su maquinaria de relaciones públicas para amplificar la temática electoral de "las desigualdades sociales" de Barack Obama. Una vez más, el FMI utiliza dinero del contribuyente estadounidense para presionar políticamente en favor de subir los impuestos a los americanos. ¿Qué se apuesta a que cualquier día de estos Obama pide al Congreso elevar la aportación al FMI?.

Si el FMI quisiera realmente mejorar las perspectivas económicas de la población mundial, recomendaría reducciones del gasto público y bajadas tributarias. De hecho, la prueba convincente es que el crecimiento económico vigoroso guarda una relación correlativa estrecha con la contracción del gasto público de un país como porcentaje del PIB. ¿Cuáles son las posibilidades de que el FMI defienda alguna vez tales políticas? No muchas, al darnos cuenta de que la existencia misma del Fondo Monetario Internacional se debe a los impuestos que cobran los gobiernos. Impulsar las bajadas tributarias supondría un conflicto de intereses por su parte. Las burocracias evitan por lo general morder la mano que les da de comer, y el FMI no va a tirar piedras contra su propio tejado.

Poner punto y final a la algarada antiamericana del FMI no es prioridad del actual Congreso. El FMI se mueve protegido en segundo plano, pasando desapercibida su nociva influencia para la mayoría de los estadounidenses, distraídos y sitiados como estamos por la miríada de burocracias nacionales y tramas de intervención pública. En un mundo mejor, no debería de existir un Fondo Monetario Internacional. En el presente, sin embargo, lo mejor que cabe esperar es que los congresistas suficientes entiendan que los intereses del FMI son contrarios a los del pueblo estadounidense, y rechacen cualquier petición de incremento de la financiación que solicite el FMI.

El FMI contra el pueblo estadounidense (otra vez)

Las burocracias son los amos de los proyectos en permanente expansión
Mark W. Hendrickson
viernes, 4 de abril de 2014, 10:20 h (CET)
El Fondo Monetario Internacional es una de las burocracias supranacionales "multilaterales" (junto a las Naciones Unidas y el Banco Mundial) creadas de la nada a mediados de los 40 para ayudar en el parto de un nuevo orden mundial. Los miembros del FMI financian su funcionamiento a base de gravar a sus poblaciones, a las que el FMI no debe explicaciones prácticamente. Un montaje tan antidemocrático fue intencionado; Franklin Roosevelt puso al asistente del Secretario del Tesoro Harry Dexter White (comunista en el armario con visión colectivista del mundo concomitante) de principal representante estadounidense y artífice del FMI.

Las burocracias son los amos de los proyectos en permanente expansión. Se reinventan de forma constante, encontrando formas de ampliar su tamaño, su alcance, sus competencias y sus presupuestos inteligentemente. El Fondo Monetario Internacional ha refinado este arte, habiendo evolucionado de su objetivo original de intentar facilitar los tipos de cambio ordenados entre divisas mientras los países se recuperaban de la Segunda Guerra Mundial hasta transformarse en un entrometido global que extiende préstamos -- de significativas condiciones adjuntas -- a gobiernos en quiebra.

¿Qué ha sacado el contribuyente estadounidense a cambio de los miles de millones de dólares repartidos generosamente entre gobiernos insolventes por el FMI? Nada más que rencillas del extranjero. En primer lugar, la política de préstamo de millones de dólares, o miles de millones de dólares, a gobiernos fiscalmente mal administrados del FMI resulta contraproductiva: Tales rescates ayudan a apuntalar a gobiernos corruptos y/ o ineptos. En segundo lugar, los rescates acarrean el riesgo moral, al inducir a entidades privadas y bancos a prestar liquidez a importante riesgo crediticio, seguros de que los fondos del FMI redondean la jugada. En tercer lugar, los tramos típicos de los rescates del FMI exigen dolorosos reajustes: 1) recortes del gasto público — léase reducir programas populares, despedir a un porcentaje de los funcionarios, reducir las pensiones de los funcionarios — que comprensiblemente indignan a los afectados; 2) impuestos más elevados en nombre de cuadrar los presupuestos.

Estos "programas de austeridad" revisten dos problemas fundamentales. En primer lugar, recomendar impuestos más altos es económicamente lerdo. Las subidas tributarias son pan para hoy. Hasta Lord Keynes recetaba bajar los impuestos en momentos de inestabilidad económica, no subirlos. Subir los impuestos a personas que ya acusan las consecuencias de la mala administración pública no es solamente demencial - es mezquino. En segundo lugar, no hace falta ser un experto en economía para figurarse cuándo gasta demasiado un gobierno. Los mercados disciplinan a los países manirrotos dejando de facilitar los fondos hasta que instituyan las necesarias reformas. Sin un pesebre de rescates como el Fondo Monetario Internacional, los gobiernos aprenden por la vía rápida que si quieren que el Estado siga siendo viable, tienen que gastar dentro de límites razonables. Al decir a los países lo que "tienen que hacer" cuando es evidente que les hace falta hacer esas reformas como sea, el Fondo Monetario Internacional presta un conveniente chivo expiatorio al país receptor. Se achacan los dolores de la austeridad a extranjeros entrometidos, y puesto que Estados Unidos es percibido como el verdadero poder del Fondo Monetario Internacional, a nosotros nos pintan como los malos. La conclusión: El Fondo Monetario Internacional se vale de nuestros dólares para comprarnos en el extranjero toneladas de resentimiento.

A pesar de la publicidad negativa, el FMI ha emprendido la guerra contra el contribuyente y el obrero estadounidense. El pasado octubre, el FMI difundió un estudio que sugería subir los tipos impositivos (mencionando una horquilla tributaria marginal "para maximizar la recaudación" del 60 por ciento) y a la vez la probable expropiación de un significativo porcentaje de la riqueza privada para recuperar el equilibrio fiscal de la administración federal. El FMI también viene siendo una de las principales fuerzas en contra de la "competencia tributaria" entre países. He defendido durante mucho tiempo la reducción drástica de los tipos impositivos de las empresas norteamericanas como forma fácil de convertir a Estados Unidos en la sede favorita de las empresas del mundo y provocar de esta forma una verdadera explosión de puestos de trabajo nuevos.

Más recientemente, como observa Judy Shelton en el Wall Street Journal el 14 de marzo, el FMI trata de explotar la crisis de Ucrania para duplicarse sus presupuestos. Está utilizando los dólares del contribuyente americano para presionar al gobierno estadounidense con el fin de elevar el flujo de dinero del contribuyente que va de nuestro Tesoro al FMI. No debe sorprendernos, pues, que el FMI elabore el 13 de marzo un informe que advierte de los peligros de "las desigualdades", y que sugiere las subidas tributarias y la redistribución de la riqueza como formas de abordar el problema que tiene el Tío Sam. (Nota al FMI: ¿Qué ha sido del crecimiento económico como camino a la prosperidad?) Se trata de una maniobra abiertamente política. El FMI presta su imagen y su maquinaria de relaciones públicas para amplificar la temática electoral de "las desigualdades sociales" de Barack Obama. Una vez más, el FMI utiliza dinero del contribuyente estadounidense para presionar políticamente en favor de subir los impuestos a los americanos. ¿Qué se apuesta a que cualquier día de estos Obama pide al Congreso elevar la aportación al FMI?.

Si el FMI quisiera realmente mejorar las perspectivas económicas de la población mundial, recomendaría reducciones del gasto público y bajadas tributarias. De hecho, la prueba convincente es que el crecimiento económico vigoroso guarda una relación correlativa estrecha con la contracción del gasto público de un país como porcentaje del PIB. ¿Cuáles son las posibilidades de que el FMI defienda alguna vez tales políticas? No muchas, al darnos cuenta de que la existencia misma del Fondo Monetario Internacional se debe a los impuestos que cobran los gobiernos. Impulsar las bajadas tributarias supondría un conflicto de intereses por su parte. Las burocracias evitan por lo general morder la mano que les da de comer, y el FMI no va a tirar piedras contra su propio tejado.

Poner punto y final a la algarada antiamericana del FMI no es prioridad del actual Congreso. El FMI se mueve protegido en segundo plano, pasando desapercibida su nociva influencia para la mayoría de los estadounidenses, distraídos y sitiados como estamos por la miríada de burocracias nacionales y tramas de intervención pública. En un mundo mejor, no debería de existir un Fondo Monetario Internacional. En el presente, sin embargo, lo mejor que cabe esperar es que los congresistas suficientes entiendan que los intereses del FMI son contrarios a los del pueblo estadounidense, y rechacen cualquier petición de incremento de la financiación que solicite el FMI.

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