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Para que no la devore el olvido, tenemos obligación de recuperar y de mantener la memoria viva

Alzarnos contra el olvido

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Hace años, en San Cristóbal, México, personas valientes se alzaron para pedir justicia, para ser reconocidos como personas y como pueblos en su dignidad y en sus derechos. Nunca pretendieron la secesión ni la independencia; no secuestraron ni robaron ni incendiaron ni asesinaron ni fueron terroristas. Aprovecharon las ventajas de una sociedad conectada gracias a Internet y emplearon el lenguaje imaginístico, propio de la Galaxia de Mac Luhan; sin dejar de cultivar la de Gutenberg, con hermosos textos llenos de poesía con cadencias de la tierra. Estaban convencidos de que a los pueblos los mueven los poetas.

Utilizaron los iconos que, con los imaginarios trascendidos del Ché o de Jesús de Nazareth, habían conmovido a las juventudes del mundo y se denominaron guerrilla y comandantes rebeldes que se tiraban al monte para enraizarse en las tradiciones indígenas. Para hacerse voz de los enmudecidos a quienes en nombre del etnocentrismo blanco habían explotado, humillado y arrebatado sus tierras. Adoptaron las máscaras para no adquirir protagonismo; y el de mayor responsabilidad, se designó “subcomandante Marcos”. Su gesta no fue en vano puesto que alienta en nosotros ante la insoportable injusticia social que padecemos.

Bajo ese icono que recogía un símbolo con impacto y trascendencia, empezaron a alumbrarse en la noche del mundo luces de quienes se atrevieron a proclamar “Yo también soy Marcos”.

No faltaron quienes los difamaron y calumniaron. Todavía hay excéntricos que llaman papanatas, pseudo intelectuales y compañeros de viaje de trasnochados comunistas, a quienes, desde nuestra modestia, mostramos admiración y recuerdo agradecido. Es un fenómeno mediático y sociológico que sucede en un tiempo dominado por el pensamiento único y por las aberraciones de un ultra liberalismo peligroso por decadente. Nada menos acorde con el auténtico pensamiento liberal que esa actitud descalificadora de resabios totalitarios.

Esperaban que esos enmascarados se disolverían bajo las balas de los militares enviados por los poderes oligárquicos. No fue así. Y entonces recurrieron a la condena de la descalificación y del olvido. Millones de personas, como vagabundos celestes, los siguieron dispuestos a romper con sistemas injustos, echándose a las autopistas de la información como otros se echaron a las carreteras underground para protestar contra Vietnam o contra la invasión de Irak. Sin más armas que la palabra y el diálogo, sin más fuerza que la de la razón para buscar la paz que brota de la justicia. Hoy aterra ese silencio que amenaza con sumergir la memoria en el olvido.

Alzarnos contra el olvido

Para que no la devore el olvido, tenemos obligación de recuperar y de mantener la memoria viva
José Carlos García Fajardo
sábado, 29 de marzo de 2014, 09:36 h (CET)
Hace años, en San Cristóbal, México, personas valientes se alzaron para pedir justicia, para ser reconocidos como personas y como pueblos en su dignidad y en sus derechos. Nunca pretendieron la secesión ni la independencia; no secuestraron ni robaron ni incendiaron ni asesinaron ni fueron terroristas. Aprovecharon las ventajas de una sociedad conectada gracias a Internet y emplearon el lenguaje imaginístico, propio de la Galaxia de Mac Luhan; sin dejar de cultivar la de Gutenberg, con hermosos textos llenos de poesía con cadencias de la tierra. Estaban convencidos de que a los pueblos los mueven los poetas.

Utilizaron los iconos que, con los imaginarios trascendidos del Ché o de Jesús de Nazareth, habían conmovido a las juventudes del mundo y se denominaron guerrilla y comandantes rebeldes que se tiraban al monte para enraizarse en las tradiciones indígenas. Para hacerse voz de los enmudecidos a quienes en nombre del etnocentrismo blanco habían explotado, humillado y arrebatado sus tierras. Adoptaron las máscaras para no adquirir protagonismo; y el de mayor responsabilidad, se designó “subcomandante Marcos”. Su gesta no fue en vano puesto que alienta en nosotros ante la insoportable injusticia social que padecemos.

Bajo ese icono que recogía un símbolo con impacto y trascendencia, empezaron a alumbrarse en la noche del mundo luces de quienes se atrevieron a proclamar “Yo también soy Marcos”.

No faltaron quienes los difamaron y calumniaron. Todavía hay excéntricos que llaman papanatas, pseudo intelectuales y compañeros de viaje de trasnochados comunistas, a quienes, desde nuestra modestia, mostramos admiración y recuerdo agradecido. Es un fenómeno mediático y sociológico que sucede en un tiempo dominado por el pensamiento único y por las aberraciones de un ultra liberalismo peligroso por decadente. Nada menos acorde con el auténtico pensamiento liberal que esa actitud descalificadora de resabios totalitarios.

Esperaban que esos enmascarados se disolverían bajo las balas de los militares enviados por los poderes oligárquicos. No fue así. Y entonces recurrieron a la condena de la descalificación y del olvido. Millones de personas, como vagabundos celestes, los siguieron dispuestos a romper con sistemas injustos, echándose a las autopistas de la información como otros se echaron a las carreteras underground para protestar contra Vietnam o contra la invasión de Irak. Sin más armas que la palabra y el diálogo, sin más fuerza que la de la razón para buscar la paz que brota de la justicia. Hoy aterra ese silencio que amenaza con sumergir la memoria en el olvido.

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