Decidido a seguir existiendo, a seguir vivo, Luis Aragonés parece demostrar entereza, seguridad en sí mismo y fuerza ante un destino inminente. Es como el reo que aguarda un nuevo juicio, retrasando así su ejecución, mientras camina de un lado para otro por el pasillo donde se esconden las pocas esperanzas de sobrevivir.

Nacido el 28 de julio de 1938 en el barrio de Hortaleza, Madrid, “el sabio” ha hecho vida de entrenador por clubes como el Atlético de Madrid, el Betis, el Barça, el Espanyol, el Sevilla, el Valencia, el Oviedo o el Mallorca; casi nada. Ha logrado una Liga, cuatro Copas, una Supercopa de España y una Intercontinental. La cima de su carrera la alcanzó el 1 de julio de 2004, cuando fue llamado a seleccionar y entrenar a la absoluta.

No se trata de que los años pesen, que pesan; son ya 68 primaveras las que tiene, sino de que el túnel entre la “vida” y la “muerte” no permanece eternamente. O se resucita o se muere, ya no sirve de nada renovarse. Dicen que para que unos nazcan, otros han de morir; que para que la savia nueva corra, deben cortarse las ramas secas. A todo árbol, a todo reo condenado a muerte, le llega la hora por más que intente retrasarla.

Hace ya varios meses que Luis anda vagando por el pasillo de los condenados, de los que acaban muriendo tarde o temprano, aunque se aferré a cada burbuja de vida que pueda alcanzar: un empate o una victoria cada no sé cuántos malos partidos.

No sé a qué esperan los dirigentes federativos para “ejecutar” al seleccionador, ya que él no se deja morir. Pero sabe que se aferra a clavos ardiendo y que se quemará de un día para otro. A ver si los que deben darse cuenta de qué es lo mejor para la selección cortan la rama seca y dejan vía libre para que la savia nueva corra con libertad.