No todo el mundo sirve para realizar una actividad. No todo el mundo puede, por ejemplo, dedicarse a ser bombero o arquitecto, pues son necesarios años de preparación para llegar a asumir las competencias básicas sobre las cuales se erigen, mediante la práctica y la reflexión, el bombero ejemplar y el gran arquitecto.
Antes de decididse a recibir la instrucción sobre cualquier tipo de acción especializada, uno debe conocer sus límites no sólamente físicos, sino también aptitudinales. La sociedad nos enseña a valorar la actitud ante el aprendizaje como algo extremadamente positivo, en ocasiones otorgándole un papel de bien en sí mismo.
La educación post-obligatoria y la vida han de enseñarnos que la intención, a la hora de juzgar los hechos, importa poco. Comprendemos, lentamente, que en realidad el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. No todo el mundo sirve para lo mismo, por muchas ganas que se tenga para ello.
En Barcelona, como en una gran cantidad de ciudades del mundo, a pareció hace unos años un colectivo especialmente curioso par quien escribe. Son los mal llamados ‘modernos’. Algunos de ellos, no obstante, intentan evitar que se les lame de ninguna manera, defendiendo su innovación y creando un estilo personalísimo extremadamente parecido al resto de modernos.
Claude Lévi-Strauss dice que, para llegar a entender las relaciones sociales que componen la estructura, debemos observar lo que hacen los actores sociales y compararlo con lo que dicen que hacen. En este sentido, me llama la atención un aspecto de este colectivo: su actitud en torno al arte.
En esta actitud tiene mucho que ver lo anteriormente comentado sobre la supervaloración de la buena intención en un sistema y en un mundo demasiado políticamente correcto. Cualquiera que sepa hacer un garabato en un ordenador se convierte en un artista. Cualquiera que no comprenda cómo puede alguien hastiado por las etiquetas etiquetarse a sí mismo de artista, se torna instantáneamente en un sujeto falto de sensibilidad y facilita el sentimiento de incomprensión del otro.
Y en un momento tenemos a expertos artistas, mártires del sistema que no les reconoce la buena intención que ponen en sus obras, cansados casi de pensar en lo agotador que debe de ser entregar una vida al arte.
Quien crea que el arte de la fotografía es esperar y pulsar no merece un reconocimiento especial, pues casi tos sabemos esperar y accionar el botón. Lo mismo ocurre con quien crea que pintar es imitar a Warhol, o con quien primero haga cuatro líneas y luego invente qué quieren decir.
Creo que más que respeto, esta actitud muestra un fuerte desprecio hacia el arte. Lo simplifica en extremo, le resta lo genial que pueda tener. Vicia el ‘menos es más’ de Van der Rohe, lo deshilacha en su beneficio y justifica su falta de esfuerzo. Basa la creación en el talento, dando por supuesto que la intención y las ganas de tener talento son suficientes para tenerlo.
Para Kant, la intención de obrar correctamente no era otra cosa que poner todo de nuestra parte para que nuestras acciones apuntaran en la dirección correcta. ‘Hay que ser absolutamente moderno’ decía Rimbaud. Para ser moderno, absolutamente moderno, hay que tener la intención kantiana de serlo. No es suficiente con desearlo, sino que es necesario dedicarse plenamente a ello.
De otra manera, corremos el riesgo de tomarnos la nueva oleada de modernidad como la moda que llena los escaparates de Zara y que adora cualquier objeto al que se adose el término ‘arte’.