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¿Habrá que ir de nuevo a Londres o a Portugal a abortar, señor Gallardón?

¡Ay… Gallardón!

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Al final se le vio el plumero a Gallardón. Ni el Frente Nacional Francés de Le Pen acepta la ley del aborto del exalcalde madrileño. Su dirigente ha dicho que en Francia no sería aceptable esta ley que Gallardón defiende con tanto ahínco.

Ya me lo advirtieron hace años. Un día el periodista suicida y amigo Juan Manuel González me lo confesaba frente a la catedral de Málaga: no conoces a Gallardón. Este señor está a la derecha del padre. Y lo está. No me cabe la menor duda. Su reforma ha encendido el hacha de guerra de las mujeres de este país por el repliegue obsceno a los postulados de la curia y por retroceder en derechos a la época franquista de las catacumbas.

¿Habrá que ir de nuevo a Londres o a Portugal a abortar, señor Gallardón? En aquella época solo las hijas de papá lo hacían porque las demás recurrían a parteras o matarifes cercanos a riesgo de sus vidas.

Gallardón se postula como el gran defensor de la vida y para ello sigue a toda esa iglesia que lo eleva a los altares como el nuevo defensor del nasciturus, el nuevo adalid de la humanidad.

Un iglesia que, como todas, tienen a su dios en exclusiva y en el pasado no le importó masacrar a los “supuestos infieles” en nombre de la cruz, una iglesia que aupó al poder absoluto porque estaba imbuida de la divinidad, que quemó en la hoguera a los que tenían ideas diferentes, que se adueñó de todo el patrimonio y poder que pudo y mantuvo durante siglos a una casta putrefacta que ha mantenido los privilegios de una clase durante siglos.

Esa iglesia que apoyó un golpe militar y convirtió al nacional-catolicismo en adalid del nuevo estado totalitario. Esta iglesia que siempre está presente, que siempre quiere estar presente en los momentos históricos, aúpa ahora a Gallardón, ¡ay… Gallárdón!, y su ley-trampa.

Ley-trampa porque dice que con ella defiende la vida, pero nada dice de su imposición del dolor y sufrimiento. Señor Gallardón, usted no defiende la vida, usted defiende una entelequia, y, sobre todo, defiende el dolor y el sufrimiento de miles de mujeres a las que condena con su ley-trampa.

Suerte que no toda esa iglesia antañona es la única que existe. Siempre valoré ese trabajo humanitario por los demás de miles de monjas, frailes y curas que en sus parroquias defienden los derechos fundamentales, defienden la vida, defienden la capacidad crítica de las personas y la necesidad de vivir en un mundo donde el sufrimiento no sea el único emblema que nos cubra. Ellos son los únicos que se salvan de esa iglesia.

¡Ay… Gallardón!

¿Habrá que ir de nuevo a Londres o a Portugal a abortar, señor Gallardón?
Francisco Morales Lomas
viernes, 14 de febrero de 2014, 08:39 h (CET)
Al final se le vio el plumero a Gallardón. Ni el Frente Nacional Francés de Le Pen acepta la ley del aborto del exalcalde madrileño. Su dirigente ha dicho que en Francia no sería aceptable esta ley que Gallardón defiende con tanto ahínco.

Ya me lo advirtieron hace años. Un día el periodista suicida y amigo Juan Manuel González me lo confesaba frente a la catedral de Málaga: no conoces a Gallardón. Este señor está a la derecha del padre. Y lo está. No me cabe la menor duda. Su reforma ha encendido el hacha de guerra de las mujeres de este país por el repliegue obsceno a los postulados de la curia y por retroceder en derechos a la época franquista de las catacumbas.

¿Habrá que ir de nuevo a Londres o a Portugal a abortar, señor Gallardón? En aquella época solo las hijas de papá lo hacían porque las demás recurrían a parteras o matarifes cercanos a riesgo de sus vidas.

Gallardón se postula como el gran defensor de la vida y para ello sigue a toda esa iglesia que lo eleva a los altares como el nuevo defensor del nasciturus, el nuevo adalid de la humanidad.

Un iglesia que, como todas, tienen a su dios en exclusiva y en el pasado no le importó masacrar a los “supuestos infieles” en nombre de la cruz, una iglesia que aupó al poder absoluto porque estaba imbuida de la divinidad, que quemó en la hoguera a los que tenían ideas diferentes, que se adueñó de todo el patrimonio y poder que pudo y mantuvo durante siglos a una casta putrefacta que ha mantenido los privilegios de una clase durante siglos.

Esa iglesia que apoyó un golpe militar y convirtió al nacional-catolicismo en adalid del nuevo estado totalitario. Esta iglesia que siempre está presente, que siempre quiere estar presente en los momentos históricos, aúpa ahora a Gallardón, ¡ay… Gallárdón!, y su ley-trampa.

Ley-trampa porque dice que con ella defiende la vida, pero nada dice de su imposición del dolor y sufrimiento. Señor Gallardón, usted no defiende la vida, usted defiende una entelequia, y, sobre todo, defiende el dolor y el sufrimiento de miles de mujeres a las que condena con su ley-trampa.

Suerte que no toda esa iglesia antañona es la única que existe. Siempre valoré ese trabajo humanitario por los demás de miles de monjas, frailes y curas que en sus parroquias defienden los derechos fundamentales, defienden la vida, defienden la capacidad crítica de las personas y la necesidad de vivir en un mundo donde el sufrimiento no sea el único emblema que nos cubra. Ellos son los únicos que se salvan de esa iglesia.

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