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¿Qué gestión de lo público puede esperarse de quien carece de espíritu filosófico?

¿Por qué la Filosofía?

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Vuelve la vieja educación. Mientras la universidad exhibe su aristocratización, la marginación de la filosofía en la Enseñanza Media secunda el triunfal regreso de la religión. No es casualidad. Raymond Aron, sociólogo francés, ya anunció que el enemigo natural del ideólogo es siempre el filósofo. El ideólogo sólo puede realizarse desde su guión de trinchera, desde el "y tú más", precisa de su contrario para justificarse. El filósofo en cambio no busca su victoria, renuncia a ella desde un primer momento pues su verdadero afán está en motivar la reflexión de su interlocutor, en denunciar su incoherencia. La militancia del filósofo radica así, en una cierta razón universal frente a quien dogmáticamente sólo admite la consigna partidista, su única visión de la realidad.

Albert Einstein nos recuerda que la formulación de un problema es siempre más importante que su solución. Lejos de ofrecer respuestas, la filosofía cultiva las preguntas. Pero una realidad que no es puesta en cuestión, sólo puede ser consecuencia de una sociedad que ni pregunta ni exige respuestas. Sin crítica ni filosofía llegamos al secuestro absoluto del pensamiento; a la instauración de un ideal plano, bruto, sin escala de grises, dogmático. Sin filosofía, el único fin al que puede aspirar un gobernante es a la adulteración de la razón, a la total deformación de la realidad. Una vez invertida la lógica, todo es posible: la sociedad rescata a los banqueros que la someten; la empresa privada busca en la Salud de todos, su rentabilidad; la Justicia y la Educación se dan para quien pueda contratarlas o el embrión obliga a su desesperada madre a concebirlo. Invertido el mundo, el blanco es negro y el negro en blanco.

Marginan la filosofía porque sus prioridades nada tienen que ver con las de un espíritu filosófico. Para éste último, no resulta caro ser moderadamente feliz. Ahora volvamos la mirada a quienes investimos: ¿qué gestión puede esperarse de aquellos cuyo sentido de la felicidad reside en irse a cazar a África o a esquiar el fin de semana a Canadá; en tener dos o tres mansiones, o un yate? ¿qué gestión puede esperarse de quien esgrime "la legalidad" de sus prácticas corruptas, o anuncia que nadie podrá probar su ilegalidad? ¿qué lecturas, qué libros nutren sus bibliotecas, más allá de sus disecados trofeos? ¿Acaso cabe esperar algo de quien no responde a lo que se le pregunta, incluso con una cámara delante; acaso cabe esperar algo de quien no esconde su desprecio por la soberanía popular? Asistimos a la versión más repugnante del hombre. Es la democracia llevada a su caricatura, la exaltación de la impudicia, la renuncia a la sensatez, la total deformación de la razón.

Quien busca invertir la razón no puede amar la filosofía. Quien gobierna para una minoría en nombre de la mayoría, precisa de un refrendo indiscutible; precisa de la afirmación, de la teología, de la eterna promesa, de la vana ilusión. Por la misma razón rechaza la lógica y huye de las preguntas que delatan su impostura. La Filosofía obliga al hombre a retratarse, a mirarse en el espejo. Por eso la desprecian. Se ven reflejados. Contemplan lo que son.

¿Por qué la Filosofía?

¿Qué gestión de lo público puede esperarse de quien carece de espíritu filosófico?
Alex Vidal
lunes, 10 de febrero de 2014, 08:05 h (CET)
Vuelve la vieja educación. Mientras la universidad exhibe su aristocratización, la marginación de la filosofía en la Enseñanza Media secunda el triunfal regreso de la religión. No es casualidad. Raymond Aron, sociólogo francés, ya anunció que el enemigo natural del ideólogo es siempre el filósofo. El ideólogo sólo puede realizarse desde su guión de trinchera, desde el "y tú más", precisa de su contrario para justificarse. El filósofo en cambio no busca su victoria, renuncia a ella desde un primer momento pues su verdadero afán está en motivar la reflexión de su interlocutor, en denunciar su incoherencia. La militancia del filósofo radica así, en una cierta razón universal frente a quien dogmáticamente sólo admite la consigna partidista, su única visión de la realidad.

Albert Einstein nos recuerda que la formulación de un problema es siempre más importante que su solución. Lejos de ofrecer respuestas, la filosofía cultiva las preguntas. Pero una realidad que no es puesta en cuestión, sólo puede ser consecuencia de una sociedad que ni pregunta ni exige respuestas. Sin crítica ni filosofía llegamos al secuestro absoluto del pensamiento; a la instauración de un ideal plano, bruto, sin escala de grises, dogmático. Sin filosofía, el único fin al que puede aspirar un gobernante es a la adulteración de la razón, a la total deformación de la realidad. Una vez invertida la lógica, todo es posible: la sociedad rescata a los banqueros que la someten; la empresa privada busca en la Salud de todos, su rentabilidad; la Justicia y la Educación se dan para quien pueda contratarlas o el embrión obliga a su desesperada madre a concebirlo. Invertido el mundo, el blanco es negro y el negro en blanco.

Marginan la filosofía porque sus prioridades nada tienen que ver con las de un espíritu filosófico. Para éste último, no resulta caro ser moderadamente feliz. Ahora volvamos la mirada a quienes investimos: ¿qué gestión puede esperarse de aquellos cuyo sentido de la felicidad reside en irse a cazar a África o a esquiar el fin de semana a Canadá; en tener dos o tres mansiones, o un yate? ¿qué gestión puede esperarse de quien esgrime "la legalidad" de sus prácticas corruptas, o anuncia que nadie podrá probar su ilegalidad? ¿qué lecturas, qué libros nutren sus bibliotecas, más allá de sus disecados trofeos? ¿Acaso cabe esperar algo de quien no responde a lo que se le pregunta, incluso con una cámara delante; acaso cabe esperar algo de quien no esconde su desprecio por la soberanía popular? Asistimos a la versión más repugnante del hombre. Es la democracia llevada a su caricatura, la exaltación de la impudicia, la renuncia a la sensatez, la total deformación de la razón.

Quien busca invertir la razón no puede amar la filosofía. Quien gobierna para una minoría en nombre de la mayoría, precisa de un refrendo indiscutible; precisa de la afirmación, de la teología, de la eterna promesa, de la vana ilusión. Por la misma razón rechaza la lógica y huye de las preguntas que delatan su impostura. La Filosofía obliga al hombre a retratarse, a mirarse en el espejo. Por eso la desprecian. Se ven reflejados. Contemplan lo que son.

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