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El acto de los exconvictos etarras es un escarnio público hacia la ciudadanía española y las víctimas

La afrenta de Durango

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El acto de los exconvictos etarras en Durango, que en número de más de medio centenar, exponían unas reivindicaciones al Estado sobre su pretensión secesionista de Euskadi, es un escarnio público hacia la ciudadanía española, y especialmente hacia las víctimas que en más de un millar han sido asesinados por el mero hecho de estar en los objetivos terroristas del de la banda secesionista vasca.

Además es un acto público que pocas sociedades hubieran consentido, por lo que representa de repulsión moral de que unos asesinos –prematuramente liberados, y dignamente tratados por el Estado que consideran su opresor- vayan a reivindicar ningún objetivo político, ni proponer ningún tipo de alternativa a la vida común española (incluida la vasca) que tanto han contribuido a destruir con el odio, el fanatismo, la intolerancia y la práctica del crimen.

Sin embargo, nuestra sociedad española muestra que tiene un aguante público incomparablemente superior a lo que se podría esperar, y en la trayectoria de ambigüedad y relatividad, que le lleva desnortada a ignorar el bien del mal, a desconocer el bien común y el interés general, se va progresivamente desposeyendo de sus propias defensas como Estado, al tiempo que pierde el discurso y el rumbo como Nación española, cuyo vacío es ocupado por cualquier tipo de grupo que plantea alternativas secesionistas por doquier (catalana, vasca, gallega, etc.) que van llevando una deriva colectiva de desencuentro, confusión, olvido del pasado común y pérdida de horizonte colectivo de futuro.

Así, en esta cuestión, la comparecencia de los etarras exconvictos en Durango días pasados no deja de ser una nueva afrenta al Estado español, alineándose en la senda del secesionismo catalán, pronto se encaminará el secesionismo vasco, que con el fracaso de su lucha armada de décadas de muerte y terror de más de un millar de inocentes, se han percatado que el camino más inmediato para sus propósitos es hacer causa común con el independentismo catalán que de forma pacífica está poniendo en un serio brete al Estado, por la propia debilidad de este. En esto, no debemos de olvidar que la aparente tregua etarra está en un contexto de acercamiento y diálogo con el Estado –asumido por los distintos gobiernos españoles-, en cuyo disimulo y ambigüedad ni ETA ha entregado las armas, ni ha renunciado a sus objetivos, únicamente ha dejado de matar (precisamente cuando estaba colapsada por los éxitos policiales), pero parece que el precio de ese supuesto armisticio ha venido de la mano de que el Estado asuma una progresiva excarcelación de presos y una incorporación del mundo abertzale a las Instituciones políticas vascas, trasladando el planteamiento terrorista –militar, al plano político-secesionista.

Y ese desplazamiento de la estrategia etarra, parece que cuenta con cierto grado de aceptación del Estado, contando con la pírrica victoria de evitar nuevos asesinatos (que no es poco), pero precisamente cuando se tenía contra las cuerdas a la banda etarra desde posiciones policiales. Por consiguiente, no estaríamos ante una victoria policial del Estado, sino más bien ante una especie de armisticio con subsiguiente entente político que asume el cambio de estrategia abertzale desde la práctica terrorista a una práctica política secesionista, de confrontación y disolución, que se da la mano con el secesionismo catalán y entre ambos ponen en un difícil dilema la continuidad del propio Estado español, su estabilidad, su proyección de futuro y su fiabilidad como colectivo (político, empresarial, laboral, y miembro de la UE), incapaz de articularse internamente para hacer frente a los problemas internos y externos que tiene planteados en esta primera parte del S. XXI.

Por consiguiente, que nadie se extrañe de la “afrenta de Durango”, forma parte de un largo guión que no ha hecho más que empezar, y donde internamente los políticos españoles se “reparten los papeles” (desde la ambigüedad al calculado reproche) antes que explicar que estas son las consecuencias de un disimulado proceso de paz, que mientras se negaba con una mano, se recibía con la otra.

Y desde luego, esto forma parte de una larga agenda política de confrontación secesionista, cuyo desarrollo comienza ahora, que irá en aumento, especialmente si se alía estratégicamente con el secesionismo catalán. El fin es el mismo, la ruptura de España.

Ahora bien, ¿España va a contemplar su ruina sin mover un dedo?.

La afrenta de Durango

El acto de los exconvictos etarras es un escarnio público hacia la ciudadanía española y las víctimas
Domingo Delgado
miércoles, 8 de enero de 2014, 09:48 h (CET)
El acto de los exconvictos etarras en Durango, que en número de más de medio centenar, exponían unas reivindicaciones al Estado sobre su pretensión secesionista de Euskadi, es un escarnio público hacia la ciudadanía española, y especialmente hacia las víctimas que en más de un millar han sido asesinados por el mero hecho de estar en los objetivos terroristas del de la banda secesionista vasca.

Además es un acto público que pocas sociedades hubieran consentido, por lo que representa de repulsión moral de que unos asesinos –prematuramente liberados, y dignamente tratados por el Estado que consideran su opresor- vayan a reivindicar ningún objetivo político, ni proponer ningún tipo de alternativa a la vida común española (incluida la vasca) que tanto han contribuido a destruir con el odio, el fanatismo, la intolerancia y la práctica del crimen.

Sin embargo, nuestra sociedad española muestra que tiene un aguante público incomparablemente superior a lo que se podría esperar, y en la trayectoria de ambigüedad y relatividad, que le lleva desnortada a ignorar el bien del mal, a desconocer el bien común y el interés general, se va progresivamente desposeyendo de sus propias defensas como Estado, al tiempo que pierde el discurso y el rumbo como Nación española, cuyo vacío es ocupado por cualquier tipo de grupo que plantea alternativas secesionistas por doquier (catalana, vasca, gallega, etc.) que van llevando una deriva colectiva de desencuentro, confusión, olvido del pasado común y pérdida de horizonte colectivo de futuro.

Así, en esta cuestión, la comparecencia de los etarras exconvictos en Durango días pasados no deja de ser una nueva afrenta al Estado español, alineándose en la senda del secesionismo catalán, pronto se encaminará el secesionismo vasco, que con el fracaso de su lucha armada de décadas de muerte y terror de más de un millar de inocentes, se han percatado que el camino más inmediato para sus propósitos es hacer causa común con el independentismo catalán que de forma pacífica está poniendo en un serio brete al Estado, por la propia debilidad de este. En esto, no debemos de olvidar que la aparente tregua etarra está en un contexto de acercamiento y diálogo con el Estado –asumido por los distintos gobiernos españoles-, en cuyo disimulo y ambigüedad ni ETA ha entregado las armas, ni ha renunciado a sus objetivos, únicamente ha dejado de matar (precisamente cuando estaba colapsada por los éxitos policiales), pero parece que el precio de ese supuesto armisticio ha venido de la mano de que el Estado asuma una progresiva excarcelación de presos y una incorporación del mundo abertzale a las Instituciones políticas vascas, trasladando el planteamiento terrorista –militar, al plano político-secesionista.

Y ese desplazamiento de la estrategia etarra, parece que cuenta con cierto grado de aceptación del Estado, contando con la pírrica victoria de evitar nuevos asesinatos (que no es poco), pero precisamente cuando se tenía contra las cuerdas a la banda etarra desde posiciones policiales. Por consiguiente, no estaríamos ante una victoria policial del Estado, sino más bien ante una especie de armisticio con subsiguiente entente político que asume el cambio de estrategia abertzale desde la práctica terrorista a una práctica política secesionista, de confrontación y disolución, que se da la mano con el secesionismo catalán y entre ambos ponen en un difícil dilema la continuidad del propio Estado español, su estabilidad, su proyección de futuro y su fiabilidad como colectivo (político, empresarial, laboral, y miembro de la UE), incapaz de articularse internamente para hacer frente a los problemas internos y externos que tiene planteados en esta primera parte del S. XXI.

Por consiguiente, que nadie se extrañe de la “afrenta de Durango”, forma parte de un largo guión que no ha hecho más que empezar, y donde internamente los políticos españoles se “reparten los papeles” (desde la ambigüedad al calculado reproche) antes que explicar que estas son las consecuencias de un disimulado proceso de paz, que mientras se negaba con una mano, se recibía con la otra.

Y desde luego, esto forma parte de una larga agenda política de confrontación secesionista, cuyo desarrollo comienza ahora, que irá en aumento, especialmente si se alía estratégicamente con el secesionismo catalán. El fin es el mismo, la ruptura de España.

Ahora bien, ¿España va a contemplar su ruina sin mover un dedo?.

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