Las palabras de Benedicto XVI a los representantes de la ciencia en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona (de la que había sido profesor de 1969 a 1977), en Alemania, hace casi dos semanas le han costado de momento tres aclaraciones públicas (imagino que infinidad de explicaciones privadas) y la recepción de insultos e improperios variados por parte de dirigentes musulmanes de todo el mundo.
“Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”. Esta ha sido la frase de la discordia. Palabras del emperador (desde 1391) Manuel II Paleólogo (1350 – 1425) y que hasta hace apenas unos días era un auténtico desconocido por la mayoría de los cristianos y musulmanes. Palabras que están situadas en un contexto, un diálogo a finales del siglo XIV, entre el citado emperador y un persa culto sobre el cristianismo y el islam.
A los pocos días del acto en Ratisbona se celebró el Día de la Ira, con especial virulencia en Egipto, Pakistán y Oriente Próximo, como forma de protesta por las palabras de Benedicto XVI. Y del texto leído por el Papa podemos deducir que el máximo representante de los católicos en la tierra acertó. Sura 2, 256: “Ninguna constricción en las cosas de la fe”.
El suceso involuntario -aparentemente, aunque cuesta creer que el actual Papa no sospechase alguna reacción a sus palabras por parte del mundo musulmán- quedará en el currículo de Benedicto XVI, sin duda. Algunos lo apuntarán como provocación -complejo que nos ha tocado vivir a los occidentales en este siglo XXI- y otros no se lo perdonarán por incorrecto políticamente, poco diplomático, dicen. Claro, es que el mundo musulmán -integrista en su mayoría- es muy diplomático, digo yo.
Aprovechando esta imagen de actualidad, las páginas de los diarios y revistas de actualidad se han llenado de biografías y citas de Manuel II: el autor de las palabras transmitidas por Benedicto XVI. Emperador bizantino del siglo XV.
Estuvo enfrentado a Bayaceto, gran sultán otomano. Fue, según las crónicas, un gran guerrero, con una salud de hierro y una mirada penetrante. Sabía mandar. Pero, según parece, sobre todo era un gran lector y un excelso escritor. Fue un amante de la discusión teológica y filosófica. De sus escritos destacan el Epitafio al Déspota Teodoro de Mistra (dedicado a su hermano), un Tratado sobre los sueños, un Tratado sobre los Deberes de un Príncipe, una ecfrasis sobre un tapiz del antiguo palacio del Louvre de París (durante su visita entre 1401 y 1402) y sus cartas, notables por su valor histórico y literario.
Manuel II fue, por lo tanto, un emperador ilustre, tanto intelectual como militarmente. Y resistió con las armas la insistencia musulmana que asediaba al Imperio de Bizancio -residual ya en esas fechas-. Quizá sea esto lo que no perdonan desde el islam y no tanto las palabras que pronunció en Ratisbona Benedicto XVI. Palabras, por cierto, que confirman día a día que el mundo musulmán sigue anclado en el siglo XV. Que se lo pregunten a los homosexuales de Arabia Saudí, a las mujeres de Afganistán... o que se busquen los derechos individuales en Kuwait, la libertad religiosa en Somalia... Eso sí, todo muy diplomáticamente.