Hace cuarenta años tal día como hoy España quedó conmocionada ante el que era hasta aquellos momentos el atentado más espectacular de ETA. En aquellos tiempos yo era un joven profesional liberal dedicado a las leyes y al periodismo, todavía cumplía los años con un dos delante y con los medios que tenía intentaba que este país pudiera un día disfrutar de la libertad que la dictadura franquista le negaba.
La mañana de aquel 20 de Diciembre de 1973 estaba en mi despacho preparando la presentación que aquella tarde tenía que hacer, junto con el poeta y amigo Vicent Andrés Estellés, en los locales del Rat Penat, por aquel entonces en la plaza de Manises de la ciudad de Valencia del elepé “CRÒNICA D’UN TEMPS” de otro buen amigo, Ovidi Montllor. Eran poco más de las diez de la mañana cuando una de las secretarias me pasó la llamada de un amigo que telefoneaba desde Madrid, al ponerme al teléfono la voz del colega que llamaba con un tono que oscilaba entre la alegría y la preocupación me dijo “Carrero Blanco ha muerto en una explosión en una calle de Madrid”. A partir de ahí se sucedieron las llamadas de diversos conocidos que poco a poco iban ampliando la noticia y aunque desde fuentes oficiales comenzaron hablando de un accidente por explosión de gas, siempre tuve el convencimiento de que la muerte de Carrero Blanco era consecuencia de un atentado como posteriormente se hizo público con el correspondiente comunicado de ETA.
Carrero Blanco había sido nombrado Presidente del Gobierno en Junio de 1973. Era el delfín de Franco y uno de los hombres duros del régimen, desde el final de la guerra que llevó España a la dictadura había estado en puestos políticos y, seguramente, era la persona en la que el dictador, que ya tenía 80 años, había pensado para que mantuviera “atado y bien atado” todo el entramado dictatorial en el que se movía la política española durante casi cuarenta años.
La muerte de Carrero blanco a manos de ETA se ha llevado a la pantalla, tanto en cine como en televisión, además de haber sido argumento y motivo para diversos libros. También desde las primeras semanas posteriores al magnicidio fueron muchas las especulaciones que se hicieron sobre sus autores, se habló incluso de la ayuda de la CIA a los etarras, de la participación de diversos servicios secretos extranjeros e incluso de la colaboración de algún que otro cargo del régimen franquista. Lo que parece claro es que los integrantes del comando que llevaron a cabo la “Operación Ogro” que terminó con la vida de Carrero Blanco, su chofer y el escolta que le acompañaba fueron jóvenes etarras que consiguieron con esta acción sus objetivos: vengar a los muertos etarras a manos de la policía y la guardia civil, nueve en aquellos momentos, atacar al régimen franquista allí donde más le podía doler y conseguir una amplia proyección internacional.
Tal vez con aquel atentado los etarras adelantaron la llegada a España de tiempos más democráticos, es de suponer que si Carrero Blanco hubiera vivido cuando otro día 20, este de Noviembre, dos años después, no hubiera sido tan fácil pasar de una situación dictatorial a una democrática.
Aquellas Navidades, que fueron de luto para los franquistas, fueron más felices para aquellos españoles que veían cómo poco a poco el régimen iba perdiendo facultades, aunque murió matando, en marzo de 1974 se ajustició mediante garrote vil al anarquista Salvador Puig Antich después de una farsa de juicio en la que el ponente encargado de redactar la sentencia de muerte fue un capitán jurídico hoy abogado de Alicia Sánchez- Camacho presidenta del PP de Catalunya, son casualidades de la vida o se hace bueno el refrán de “Dios los cría y ellos se juntan”. La muerte de Puig Antich fue una venganza por la de Carrero Blanco y un aviso de que a Franco no le temblaba la mano a la hora de firmar penas de muerte, tan sólo le temblaba por el Parkinson.
Y aquel 20 de Diciembre de hace cuarenta años no pudimos presentar el disco de Ovidi Montllor, a las puertas de un Rat Penat cerrado a cal y canto nos encontramos el cantante, el poeta Vicent Andrés Estellés y yo, finalmente decidimos ir a un bar cercano a tomar una copa, al fin y al cabo la libertad estaba más cerca.