Estos tiempos de tribulación, con la sucesión de desgobiernos y el incierto futuro que tenemos por delante, la historia nos invita a defender nuestras libertades porque aquellos derechos de los que no nos sintamos sujetos corren el riesgo de caer en otras manos.
Si se trata de salir a la calle a quemar contenedores. Las barricadas no son nuestra forma de actuar. Se trata de inundar el espacio público con las voces de los que nos hemos quedado adormilados en una cómoda espiral del silencio y no nos damos cuenta de que andan robándonos, poco a poco, para que no nos demos cuenta, delante de nuestros ojos.
A los católicos llevan años amenazándonos por la vía sutil de la educación. El ataque sistemático a la enseñanza concertada, tantas veces en las certeras manos de instituciones religiosas que desde hace siglos se esfuerzan por formar a las generaciones futuras, es un ejemplo claro. Todo empezó de tal modo que, como expresa José María Amiguet, de la Asociación Católica de Propagandistas, “parecía un accidente”. La asignatura de Religión deja de ser obligatoria, después deja de computar para la nota, a la larga, los padres católicos de agobiados alumnos terminan por aceptar que no la cursen para que no tengan más clases y el Estado ya tiene unas estadísticas irreales, pero aparentemente objetivas que dicen que España ha dejado de creer. Toda una “fake news” cocinada durante años.