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Etiquetas | El Legado de Olimpia

GALATASARAY – JUVENTUS: Aire fresco en el infierno

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Roberto Carrera / Estambul

Estambul es una seductora imperecedera. Pocos enclaves a lo largo de la historia han conseguido mantener su magia siglo tras siglo sin ceder protagonismo a nivel mundial. Dos continentes abrazados por el Bósforo y unidos bajo el encanto único de una ciudad que disfruta de su existencia bipolar.

El escenario es ideal si uno busca escapar momentáneamente del universo orwelliano creado por la prensa deportiva española, donde el fútbol es el único líder, el odio es un arma feroz, las derrotas son consecuencia de trampas ajenas y los héroes vienen y van como si nunca hubiera existido nada antes de ellos.

Quizá elegir al Galatasaray y su afición no parezcan a priori los antídotos ideales para salir de un clima de tensión constante, pero la visita al Türk Telekom Arena garantizaba explotar la burbuja y seguir comprobando que hay mucha vida más allá de las dos cavernas del día a día.

 Nueva casa, mismo espíritu

"Welcome to hell". Es el mensaje de bienvenida de la afición turca a todo equipo visitante, y supone más un aviso que una amenaza si nos fijamos en el ambiente que los seguidores consiguen fabricar en cada partido. El nuevo estadio, aderezado con las últimas tecnologías y comodidades, ha perdido el encanto nostálgico del Ali Sami Yen original, pero a pesar de que el overbooking haya dejado de existir, la presión desde la grada no se desinflado lo más mínimo.

Más de 130 decibelios los acreditaron en 2011 como la afición más ruidosa del mundo, y para el visitante extranjero el espectáculo está siempre repartido entre el césped y las butacas.


Champions bajo hielo

Partido final de fase de grupos de Champions contra la Juventus. Quien gane se clasifica para octavos. El empate sirve a los italianos. Día frío, muy frío, pero varias horas antes el metro que lleva hasta la parada Seyrantepe está colapsado con camisetas rojas y amarillas. Todos los billetes están vendidos, y algunos reventas sufren cargas policiales en su intento por colar algún boleto de última hora. Por lo demás, el paseo hasta el nuevo hogar del Galatasaray es tranquilo y agradable.

Las instalaciones están a la altura de las mejores infraestructuras europeas, tanto fuera (tienda oficial, alimentación) como dentro del campo. El tiempo sigue empeorando, y a una hora del pitido inicial el granizo y la nieve entran sin control por el flamante techo del estadio. Aún así, el fondo ya tiene color y los cánticos y las coreografías derrotan al frío inmediatamente.

La compenetración que existe entre los aficionados es la base del éxito para que el fútbol no se convierta en teatro. Jamás había visto tal fuerza en una grada. El clásico español, sin ir más lejos, es incapaz de conseguir ese nivel de constante apoyo sean cuales sean las circunstancias. Si acaso para producir insultos como morcillas, pero sin el bagaje creativo que se vive en el Türk Telekom Arena. Si vas a decir tonterías, al menos dales gracia.

Partido congelado... en el césped


Galata1

En apenas diez minutos la hierba se vistió de blanco. Proença mandó sacar la pelota roja, pero fue como intentar parar un tsunami con un vaso. A la media hora de juego se suspendía un choque que, más allá de la emoción del momento, solo había visto una buena ocasión de Llorente en área grande y un tiro aburrido de Drogba desde la frontal a balón parado.

Decepción total en una grada que hubiese resistido hasta la hipotermia. Más cánticos, más gritos y vuelta a casa entre el temporal. Cincuenta mil aficionados cabreados bajo la nieve no es la situación idónea para vaciar un estadio, pero el estereotipo violento que envuelve a este equipo no tuvo esa noche justificación y en ningún momento la seguridad vio peligrar su nombre.

Caos ordenado

Lógicamente aquí también vemos qué es Estambul y cómo es Turquía. Así como el estadio rebosa modernidad, para volver al centro de la ciudad el aficionado debe pasar uno a uno por incómodas puertas giratorias que ralentizan el tránsito hasta lo impensable. Para alegrar la espera, aquellos que ya han pasado envían regalos al otro lado de la verja en forma de bolas de nieve recién sacadas de la nevera. Y sin cobrar más entrada.

Si un enfermos de la organización como Londres, por ejemplo, abre el acceso al metro en cada evento deportivo importante, aquí todo el mundo está obligado a pasar por caja (de nuevo individualmente) si no quiere regresar por patas.

Galata2

Finalmente, para acceder al vagón correspondiente debes hinchar el pecho, cerrar los ojos, y empujar como si quedarse en la estación significara tu muerte, siendo aplastado y aplastando hasta el límite humano, aguantando la respiración y esperando a que los que se han quedado fuera consideren que esperar al próximo tren sea lo más recomendable. Es divertido, pero no es apto para todos los públicos.

El número doce es el ingrediente fundamental

El partido se reanudó al día siguiente, en un piso impracticable y con victoria in extremis de los locales, que aseguran otra fiesta más de Champions para el 2014.

El infierno turco ha calentado cuando más se le necesitaba, dejando al fútbol como una visita cultural obligatoria a cualquier turista que se acerque a Estambul. Además de impresionantes palacios y mezquitas, la pasión desbordante y el compromiso tan profundo de los seguidores con su equipo estremece a cualquiera, y siempre que no cruce la frontera del civismo, ofrece un maravilloso espectáculo de fidelidad y pureza que enaltece al mismo balompié.

Asombra y da envidia ver a decenas de miles de personas entonar los mismos cantos y los mismos gestos en cualquier dirección que detengas la mirada. Hace chabacano al aficionado medio y permite abrir los ojos más allá de nuestras desgastadas y prostituidas disputas internas.

Fue entre semana, media hora de juego y kilos de nieve sobre las cabezas. Poco importaba. Se dieron todas las fatalidades juntas, pero ni aún así consiguieron apagar el fuego.

GALATASARAY – JUVENTUS: Aire fresco en el infierno

Roberto Carrera Hernández
martes, 10 de diciembre de 2013, 23:25 h (CET)

Roberto Carrera / Estambul

Estambul es una seductora imperecedera. Pocos enclaves a lo largo de la historia han conseguido mantener su magia siglo tras siglo sin ceder protagonismo a nivel mundial. Dos continentes abrazados por el Bósforo y unidos bajo el encanto único de una ciudad que disfruta de su existencia bipolar.

El escenario es ideal si uno busca escapar momentáneamente del universo orwelliano creado por la prensa deportiva española, donde el fútbol es el único líder, el odio es un arma feroz, las derrotas son consecuencia de trampas ajenas y los héroes vienen y van como si nunca hubiera existido nada antes de ellos.

Quizá elegir al Galatasaray y su afición no parezcan a priori los antídotos ideales para salir de un clima de tensión constante, pero la visita al Türk Telekom Arena garantizaba explotar la burbuja y seguir comprobando que hay mucha vida más allá de las dos cavernas del día a día.

 Nueva casa, mismo espíritu

"Welcome to hell". Es el mensaje de bienvenida de la afición turca a todo equipo visitante, y supone más un aviso que una amenaza si nos fijamos en el ambiente que los seguidores consiguen fabricar en cada partido. El nuevo estadio, aderezado con las últimas tecnologías y comodidades, ha perdido el encanto nostálgico del Ali Sami Yen original, pero a pesar de que el overbooking haya dejado de existir, la presión desde la grada no se desinflado lo más mínimo.

Más de 130 decibelios los acreditaron en 2011 como la afición más ruidosa del mundo, y para el visitante extranjero el espectáculo está siempre repartido entre el césped y las butacas.


Champions bajo hielo

Partido final de fase de grupos de Champions contra la Juventus. Quien gane se clasifica para octavos. El empate sirve a los italianos. Día frío, muy frío, pero varias horas antes el metro que lleva hasta la parada Seyrantepe está colapsado con camisetas rojas y amarillas. Todos los billetes están vendidos, y algunos reventas sufren cargas policiales en su intento por colar algún boleto de última hora. Por lo demás, el paseo hasta el nuevo hogar del Galatasaray es tranquilo y agradable.

Las instalaciones están a la altura de las mejores infraestructuras europeas, tanto fuera (tienda oficial, alimentación) como dentro del campo. El tiempo sigue empeorando, y a una hora del pitido inicial el granizo y la nieve entran sin control por el flamante techo del estadio. Aún así, el fondo ya tiene color y los cánticos y las coreografías derrotan al frío inmediatamente.

La compenetración que existe entre los aficionados es la base del éxito para que el fútbol no se convierta en teatro. Jamás había visto tal fuerza en una grada. El clásico español, sin ir más lejos, es incapaz de conseguir ese nivel de constante apoyo sean cuales sean las circunstancias. Si acaso para producir insultos como morcillas, pero sin el bagaje creativo que se vive en el Türk Telekom Arena. Si vas a decir tonterías, al menos dales gracia.

Partido congelado... en el césped


Galata1

En apenas diez minutos la hierba se vistió de blanco. Proença mandó sacar la pelota roja, pero fue como intentar parar un tsunami con un vaso. A la media hora de juego se suspendía un choque que, más allá de la emoción del momento, solo había visto una buena ocasión de Llorente en área grande y un tiro aburrido de Drogba desde la frontal a balón parado.

Decepción total en una grada que hubiese resistido hasta la hipotermia. Más cánticos, más gritos y vuelta a casa entre el temporal. Cincuenta mil aficionados cabreados bajo la nieve no es la situación idónea para vaciar un estadio, pero el estereotipo violento que envuelve a este equipo no tuvo esa noche justificación y en ningún momento la seguridad vio peligrar su nombre.

Caos ordenado

Lógicamente aquí también vemos qué es Estambul y cómo es Turquía. Así como el estadio rebosa modernidad, para volver al centro de la ciudad el aficionado debe pasar uno a uno por incómodas puertas giratorias que ralentizan el tránsito hasta lo impensable. Para alegrar la espera, aquellos que ya han pasado envían regalos al otro lado de la verja en forma de bolas de nieve recién sacadas de la nevera. Y sin cobrar más entrada.

Si un enfermos de la organización como Londres, por ejemplo, abre el acceso al metro en cada evento deportivo importante, aquí todo el mundo está obligado a pasar por caja (de nuevo individualmente) si no quiere regresar por patas.

Galata2

Finalmente, para acceder al vagón correspondiente debes hinchar el pecho, cerrar los ojos, y empujar como si quedarse en la estación significara tu muerte, siendo aplastado y aplastando hasta el límite humano, aguantando la respiración y esperando a que los que se han quedado fuera consideren que esperar al próximo tren sea lo más recomendable. Es divertido, pero no es apto para todos los públicos.

El número doce es el ingrediente fundamental

El partido se reanudó al día siguiente, en un piso impracticable y con victoria in extremis de los locales, que aseguran otra fiesta más de Champions para el 2014.

El infierno turco ha calentado cuando más se le necesitaba, dejando al fútbol como una visita cultural obligatoria a cualquier turista que se acerque a Estambul. Además de impresionantes palacios y mezquitas, la pasión desbordante y el compromiso tan profundo de los seguidores con su equipo estremece a cualquiera, y siempre que no cruce la frontera del civismo, ofrece un maravilloso espectáculo de fidelidad y pureza que enaltece al mismo balompié.

Asombra y da envidia ver a decenas de miles de personas entonar los mismos cantos y los mismos gestos en cualquier dirección que detengas la mirada. Hace chabacano al aficionado medio y permite abrir los ojos más allá de nuestras desgastadas y prostituidas disputas internas.

Fue entre semana, media hora de juego y kilos de nieve sobre las cabezas. Poco importaba. Se dieron todas las fatalidades juntas, pero ni aún así consiguieron apagar el fuego.

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