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Mordiscos de ética en manos llenas de sangre

“El cuarto hocico”, ¿quién se atreverá a amordazarlo?

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En esta nuestra España que no, ya no es una “unidad de destino en lo universal”, pero que algunos la siguen pretendiendo “unidad de destino en lo infame” exportando la crueldad como patrimonio cultural, existen iniciativas al estilo de “Toros para niños”, en la que por ejemplo se organizan actos donde algún matador (que se ha limpiado la sangre de sus víctimas para la foto) se sube a chiquillos a los hombros mientras a los críos se les hace creer que quien tienen debajo es todo un héroe. En la España en la que se deja entrar gratis a los más pequeños a las corridas, o en la que se aparca un autobús a la puerta de un colegio para llenarlo de escolares y llevarlos de excursión a una plaza en la que algún torero, empresario taurino o ganadero les explicará, entre sonrisas, gominolas y comics de toritos felices las bondades de la tauromaquia.

Todo eso puede sonar a mucho, puede parecer que viene avalado por una gran afición cuando realmente responde a todo lo contrario: es un intento desesperado desde el sector taurófilo para aparentar relevo generacional en un espectáculo cada vez más empequeñecido en la cantidad y envejecido en la edad de sus seguidores, una exhibición de ignorancia y violencia absolutamente anacrónica en el siglo XXI, tanto como lo sería la lucha de gladiadores y de leones en el Madrid de 2013.

Y lo dicho anteriormente, con sus particularidades, es de aplicación a la caza, otro “pasatiempo” en el que cae en barrena el número de licencias porque a los jóvenes ya no les apetece, ya no les pone salir al campo a matar animales, o a dejarlos malheridos y agonizando durante horas o días. Sin embargo, en algunas comunidades, con la connivencia moral y económica del gobierno autonómico se organizan jornadas escolares llamadas “cazador por un día” o algo parecido, concebidas para alentar a los niños en el uso de armas y la muerte de animales como forma de ocio.

Unos y otros son esfuerzos enfermizamente endogámicos, caros, tóxicos y abocados al fracaso por impedir el progreso de la ética, por seguir haciendo de la violencia negocio y entretenimiento y queriendo incidir –lo que lo convierte en especialmente ruin- en los más vulnerables de la sociedad: los niños. Esta táctica está muy ligada a las que alimentan en ellos el deseo de la compra de perros, o a las que les muestran como gracioso, educativo y sano el uso de animales en los circos o su encierro en zoológicos. Las vaquillas. Los encierros. El montar en ponies en la feria…

Al otro lado de la ignominia se alza una realidad innegable: la de la evolución. La historia está jalonada de locura, de crímenes, de oscurantismo, de aberraciones, pero es cierto que las luces se han ido imponiendo poco a poco sobre las sombras y aunque a día de hoy seguimos siendo los seres más peligrosos del planeta también hemos demostrado ser capaces de querer avanzar por hacer de la Tierra un lugar más justo, igualitario y pacífico, aunque siempre ha habido, y habrá, quienes se opongan a la abolición de “ismos” cuyo punto final son los muertos del prefijo que le antecede.

“De cómo doce niños y un maestro buscaron cambiar el mundo. El cuarto hocico”, es el título de un libro escriyo por ese maestro, César Bona, que estos días se está presentando en diferentes ciudades de España. Sin subvenciones, sin apoyo de los sectores más poderosos, sin más medios que la ilusión, sin más armas que el corazón, sin más armadura que el coraje, sin más estrategia que la verdad y sin más soldados que niños con sus miradas, sus manos y sus gargantas. No necesitan más para vencer.

En él libro, prologado por Jane Goodall, se cuenta lo que empezó como una invitación de César a sus alumnos de primaria cuando llegó un circo con animales a su pueblo y él les dijo: “Investigad sobre lo que ocurre dentro y detrás de la carpa. Es un trabajo voluntario” Todos participaron y allí nació “El cuarto hocico”, una protectora virtual que es mucho más que una protectora y muchísimo más que virtual. Un sueño tangible que ha recibido numerosos premios, entre ellos el Premio Internacional Educared, el Premio Huella de Oro, el Premio Nacional de la Asociación Parlamentaria por los Derechos de los Animales o la Mención de Honor en el International Children Film Festival of India. Un ejemplo que hoy traspasa fronteras geográficas, cognitivas y emocionales y que nació en 2010 en el Colegio Público Orba de Muel, un pueblo de Zaragoza que no llega a los 1500 habitantes.

Y esto, esto y no el de esas acciones terribles para imbuir y normalizar la violencia con animales en las mentes infantiles es el futuro. Es ya el presente. Amparar lo contrario no sólo es peligros para todos, también para los humanos y empezando por los más pequeños, es además cutre y casposo a más no poder. ¿Con quién estamos? ¿Con los reaccionarios enquistados en costumbres miserables y dañinas o con los que se han propuesto cambiar el mundo a mejor?.

Este libro, delicioso, es válido para niños y para adultos, para padres, para maestros, es válido y creo imprescindible para todos aquellos que dicen que ya basta de mediocridad, que ya basta de dolor, que ya basta de educar en la mentira explicando que los seres de otras especies no sufren como nosotros o que su tortura y muerte a nuestras manos es inevitable. Este libro sólo es molesto y perjudicial para aquellos que pretenden que sigamos anclados en las cavernas de la ética, pero a ver si incluso esos se atreven a detener y a silenciar a estos doce niños y su maestro que no son trece, no, son legión. Somos legión.

Próxima presentación del libro “El cuarto hocico”: Sábado 14 de diciembre en Madrid. A las 18:00 en el Hotel NH Sanvy, Calle Goya, 3.

“El cuarto hocico”, ¿quién se atreverá a amordazarlo?

Mordiscos de ética en manos llenas de sangre
Julio Ortega Fraile
sábado, 7 de diciembre de 2013, 21:24 h (CET)
En esta nuestra España que no, ya no es una “unidad de destino en lo universal”, pero que algunos la siguen pretendiendo “unidad de destino en lo infame” exportando la crueldad como patrimonio cultural, existen iniciativas al estilo de “Toros para niños”, en la que por ejemplo se organizan actos donde algún matador (que se ha limpiado la sangre de sus víctimas para la foto) se sube a chiquillos a los hombros mientras a los críos se les hace creer que quien tienen debajo es todo un héroe. En la España en la que se deja entrar gratis a los más pequeños a las corridas, o en la que se aparca un autobús a la puerta de un colegio para llenarlo de escolares y llevarlos de excursión a una plaza en la que algún torero, empresario taurino o ganadero les explicará, entre sonrisas, gominolas y comics de toritos felices las bondades de la tauromaquia.

Todo eso puede sonar a mucho, puede parecer que viene avalado por una gran afición cuando realmente responde a todo lo contrario: es un intento desesperado desde el sector taurófilo para aparentar relevo generacional en un espectáculo cada vez más empequeñecido en la cantidad y envejecido en la edad de sus seguidores, una exhibición de ignorancia y violencia absolutamente anacrónica en el siglo XXI, tanto como lo sería la lucha de gladiadores y de leones en el Madrid de 2013.

Y lo dicho anteriormente, con sus particularidades, es de aplicación a la caza, otro “pasatiempo” en el que cae en barrena el número de licencias porque a los jóvenes ya no les apetece, ya no les pone salir al campo a matar animales, o a dejarlos malheridos y agonizando durante horas o días. Sin embargo, en algunas comunidades, con la connivencia moral y económica del gobierno autonómico se organizan jornadas escolares llamadas “cazador por un día” o algo parecido, concebidas para alentar a los niños en el uso de armas y la muerte de animales como forma de ocio.

Unos y otros son esfuerzos enfermizamente endogámicos, caros, tóxicos y abocados al fracaso por impedir el progreso de la ética, por seguir haciendo de la violencia negocio y entretenimiento y queriendo incidir –lo que lo convierte en especialmente ruin- en los más vulnerables de la sociedad: los niños. Esta táctica está muy ligada a las que alimentan en ellos el deseo de la compra de perros, o a las que les muestran como gracioso, educativo y sano el uso de animales en los circos o su encierro en zoológicos. Las vaquillas. Los encierros. El montar en ponies en la feria…

Al otro lado de la ignominia se alza una realidad innegable: la de la evolución. La historia está jalonada de locura, de crímenes, de oscurantismo, de aberraciones, pero es cierto que las luces se han ido imponiendo poco a poco sobre las sombras y aunque a día de hoy seguimos siendo los seres más peligrosos del planeta también hemos demostrado ser capaces de querer avanzar por hacer de la Tierra un lugar más justo, igualitario y pacífico, aunque siempre ha habido, y habrá, quienes se opongan a la abolición de “ismos” cuyo punto final son los muertos del prefijo que le antecede.

“De cómo doce niños y un maestro buscaron cambiar el mundo. El cuarto hocico”, es el título de un libro escriyo por ese maestro, César Bona, que estos días se está presentando en diferentes ciudades de España. Sin subvenciones, sin apoyo de los sectores más poderosos, sin más medios que la ilusión, sin más armas que el corazón, sin más armadura que el coraje, sin más estrategia que la verdad y sin más soldados que niños con sus miradas, sus manos y sus gargantas. No necesitan más para vencer.

En él libro, prologado por Jane Goodall, se cuenta lo que empezó como una invitación de César a sus alumnos de primaria cuando llegó un circo con animales a su pueblo y él les dijo: “Investigad sobre lo que ocurre dentro y detrás de la carpa. Es un trabajo voluntario” Todos participaron y allí nació “El cuarto hocico”, una protectora virtual que es mucho más que una protectora y muchísimo más que virtual. Un sueño tangible que ha recibido numerosos premios, entre ellos el Premio Internacional Educared, el Premio Huella de Oro, el Premio Nacional de la Asociación Parlamentaria por los Derechos de los Animales o la Mención de Honor en el International Children Film Festival of India. Un ejemplo que hoy traspasa fronteras geográficas, cognitivas y emocionales y que nació en 2010 en el Colegio Público Orba de Muel, un pueblo de Zaragoza que no llega a los 1500 habitantes.

Y esto, esto y no el de esas acciones terribles para imbuir y normalizar la violencia con animales en las mentes infantiles es el futuro. Es ya el presente. Amparar lo contrario no sólo es peligros para todos, también para los humanos y empezando por los más pequeños, es además cutre y casposo a más no poder. ¿Con quién estamos? ¿Con los reaccionarios enquistados en costumbres miserables y dañinas o con los que se han propuesto cambiar el mundo a mejor?.

Este libro, delicioso, es válido para niños y para adultos, para padres, para maestros, es válido y creo imprescindible para todos aquellos que dicen que ya basta de mediocridad, que ya basta de dolor, que ya basta de educar en la mentira explicando que los seres de otras especies no sufren como nosotros o que su tortura y muerte a nuestras manos es inevitable. Este libro sólo es molesto y perjudicial para aquellos que pretenden que sigamos anclados en las cavernas de la ética, pero a ver si incluso esos se atreven a detener y a silenciar a estos doce niños y su maestro que no son trece, no, son legión. Somos legión.

Próxima presentación del libro “El cuarto hocico”: Sábado 14 de diciembre en Madrid. A las 18:00 en el Hotel NH Sanvy, Calle Goya, 3.

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