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Aquella chica con cara de no haber roto nunca un plato empezó a romper vajillas enteras

Ambiciones y reflexiones: la forja de una leyenda (2ª parte)

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Ambiciones y reflexiones: la forja de una leyenda (1ª parte)

Pese a decirle en una inolvidable canción que “la necesitaba toa”, la relación del matador de toros y la muchacha rubia que veraneaba en Benidorm no llegó ni al segundo asalto. Ella, que hasta se había tatuado un astado en las posaderas en honor al padre de su hija, fue incapaz de soportar que sobre su hombre siguieran cayendo chaparrones de bragas.

Despechada y con el orgullo herido, abandonó sin despedirse el hogar familiar con su pequeña en brazos, jurando y perjurando que aquello no iba a quedar así. Y vaya si lo cumplió.

De la noche a la mañana, aquella chica con cara de no haber roto nunca un plato empezó a romper vajillas enteras. De repente, gracias a la oportunidad que le dio la televisión, su intimidad pasó a ser de dominio público. A base de llantos, gritos y maldiciones se hizo con el prime time televisivo. La estrategia era muy simple: despotricar contra el padre de su hija, culpándolo de todos sus males.

Su mensaje desgarrado caló en la audiencia. Pronto, infinidad de espectadores se identificaron con su drama personal y la adoptaron como una hija. Como ya había profetizado Antonio Machado, España se dividió en dos. Los que la defendían estaban dispuestos a matar por ella. Los otros, únicamente estaban dispuestos a apagar sus televisores.

Bajo estas circunstancias, como no podía ser de otro modo, la guerra terminó con un aplastante triunfo de los primeros. Quizás los vencedores no tuviesen un generalísimo que guiase sus destinos con rigor y orden, pero al menos tenían una princesa que llamaba a las cosas por su nombre y que hasta era capaz de escribir un libro si hacia falta.

Ambiciones y reflexiones: la forja de una leyenda (2ª parte)

Aquella chica con cara de no haber roto nunca un plato empezó a romper vajillas enteras
Sebastián González Mazas
lunes, 2 de diciembre de 2013, 09:13 h (CET)
Ambiciones y reflexiones: la forja de una leyenda (1ª parte)

Pese a decirle en una inolvidable canción que “la necesitaba toa”, la relación del matador de toros y la muchacha rubia que veraneaba en Benidorm no llegó ni al segundo asalto. Ella, que hasta se había tatuado un astado en las posaderas en honor al padre de su hija, fue incapaz de soportar que sobre su hombre siguieran cayendo chaparrones de bragas.

Despechada y con el orgullo herido, abandonó sin despedirse el hogar familiar con su pequeña en brazos, jurando y perjurando que aquello no iba a quedar así. Y vaya si lo cumplió.

De la noche a la mañana, aquella chica con cara de no haber roto nunca un plato empezó a romper vajillas enteras. De repente, gracias a la oportunidad que le dio la televisión, su intimidad pasó a ser de dominio público. A base de llantos, gritos y maldiciones se hizo con el prime time televisivo. La estrategia era muy simple: despotricar contra el padre de su hija, culpándolo de todos sus males.

Su mensaje desgarrado caló en la audiencia. Pronto, infinidad de espectadores se identificaron con su drama personal y la adoptaron como una hija. Como ya había profetizado Antonio Machado, España se dividió en dos. Los que la defendían estaban dispuestos a matar por ella. Los otros, únicamente estaban dispuestos a apagar sus televisores.

Bajo estas circunstancias, como no podía ser de otro modo, la guerra terminó con un aplastante triunfo de los primeros. Quizás los vencedores no tuviesen un generalísimo que guiase sus destinos con rigor y orden, pero al menos tenían una princesa que llamaba a las cosas por su nombre y que hasta era capaz de escribir un libro si hacia falta.

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