Se acaban de cumplir 100 años de la muerte del pensador y rebelde Albert Camus, y en su memoria, para este artículo, rastreamos en una vida en que los conflictos y desgracias corrían como locos ríos bajando por laberínticos meandros. Sí, porque en los tramos de vida que uno conoce de Albert Camus –novelista, ensayista literario, dramaturgo y periodista-, se llega a la terrible conclusión de que en su escaso vivir -murió a los 44 años, como consecuencia de un accidente de coche el 3 de enero de 1960-, su existencia no estuvo precisamente llena de luminosos acontecimientos; más bien parece que cumpliera una deuda con el destino. O como dice Antonio Muño Molina: “Canonizar a Camus en la ocasión oficiosa es seguir empeñándose en lo que ni sus peores enemigos lograron cuando estaba vivo: domesticarlo o, en su defecto sepultarlo en la irrelevancia, o peor todavía, en el malentendido”.
Nace Camus el 7 de noviembre de 1913 en Mondovi, Argelia, por entonces colonia francesa. Su padre murió en el frente, en la batalla de Marne; y los antepasados de su madre, Catalina Elena Suites, eran originarios de Menorca, y es digno de destacar que, para ser analfabeta, ciega y casi sorda, enseñara a Albert el español y el catalán. Sorprendente. Cuando murió su padre, Camus tenía 1 año. Y con 44 años recibe el premio Nobel de Literatura, “por el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”.
Entre sus principales obras se hallan El extranjero, novela en que describe las vicisitudes de un individuo incapaz de expresar “sentimientos”, que une la escisión entre la razón-sensación-emoción, que reacciona sin ningún motivo aparente. También El extranjero, que fue llevada al cine.
Otra de sus obras, El mito de Sísofo, es un ensayo literario con fondo filosófico, que estudia “El sentimiento de los absurdo”, la aceptación de la inanidad. Y profundiza en la trascendencia del hombre enfrentado al cosmos… Sin embargo, apunta Camus: “Para la mayoría de los hombres es el fin de la soledad. Para mí es la soledad infinita”.
Su obra ha tenido magníficos traductores como Rafael Chirbes, Rosa Chacel, José ángel Valente y Manuel de Lope. Libros que anticiparon algunas de la reflexiones de Hannah Arendt sobre la “banalidad del mal.
“Hoy el viejecito de enfrente está desconcertado. No hay gatos. Han desaparecido, en efecto, excitados por las ratas muertas que se descubren en gran número por las calles. En mi opinión no se puede pensar que los gatos coman ratas muertas. Recuerdo que los míos las detestaban”.
Es un pequeño fragmento de una de las primeras páginas de La Peste, admirable novela con que ponemos punto y seguido a la memoria del controvertido Albert Camus.