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Un poema de Ángel Padilla

Balada secreta de Marta del Castillo

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1


Una gota de sangre flotando en el aire,


todo el mundo se aparta.

Han buscado en los cajones de la mariposa,

en el yeso profundo de los muertos,

en las habitaciones blandas con suelo de bolsas mojadas.

Todos hablan de ti

pero nadie sabe nada de ti.

Por donde cada día se talan o son quemados cien mil árboles.

Por donde cada día mueren miles de hombres y animales de desnutrición.

Por donde cada hora el aire del cielo es más tejado roto,

uralita transparente con agujeros inmensos por donde cae el sol como caballos amarillos enloquecidos con el aliento en llamas.

Tus padres no tenían miedo de los alces negros entre los arbustos en la noche,

de los relámpagos apoyados en las calles,

de los ancianos desnudos entre las flores.

Tus padres no tenían miedo de la campanada de la tarde ni de los reyes,

de las astillas detenidas en el aire

del enamorado leñador.

2


Despiertos, en noche, a la ventana,

sus cuerpos de yeso azafrán por la farola,

miran con ojos de tiza Tartessos,

ríos de ceniza verde las calles noche adentro,

abombados trinos de estrellas bajo las alcantarillas

que no se sabe si son niños corriendo

o maderos verdes dándole en las ramas que tocan la luz,

la mosca se acercó con pisadas de minero desde el comedor:

era de día.

Como un perro que mete el hocico por un agujero de la tierra,

entró el cielo en casa

y estaban volando a kilómetros de los gigantes azulejos del suelo,

de pie sobre la mosca.

Noches, noches enteras esperando por ti.

Quien deja a un perro solo en casa

a oscuras

no sabe de la soledad de los siglos

en pasillos de cemento que no van a ningún lugar.

La ilusión era un parque en primavera

y nosotros un banco rosa

en que nunca nadie se sentaba.

Sobre renos de constelaciones atravesaban jardines negros,

un hombre vestido todo de rosa en la sangre y con sombrero verde afuera brotando

que lloraba más allá de él con sonrisa de abismo,

torcía en su caminar las nubes y los saludó con voz de guitarra desde abajo de todas las hierbas,

los vio pasar –mosca en fondo gris- el insomne en la terraza entre las antenas,

un niño enterrado los oyó débiles bajo el colegio de suelo volando

y posó su arena negra en el marco de la puerta del cuarto de Marta,

frotándose allá delante las patas delanteras subterráneos posados pájaros días.

Sonaba en el cuarto de Marta su canción,

la música que ponía cuando tenía manos cabello

y

como un carnero azul andando a pasos grandes por las copas de los árboles,

como una lluvia hacia arriba, el brote verde,


la puerta de su armario abriéndose y luego cerrándose,

sus zapatillas siendo depositadas en el suelo

y luego... su voz,

MARTA acercándose a la puerta


el mar no lo ven los ciegos pero tocan sus olas con más luz que los vivos

y cayó de nuevo al aire del comedor gigante la mosca

y salió por la ventana la ciudad inmensa allá abajo las terrazas del barrio de Tartessos, los grupos de gente buscando a Marta, el vendedor de lotería, el coche azul subido a la acera, las mujeres de pelo negro a las ventanas llorándola con la ropa blanca mojada agitándose, los ancianos durmiendo apretando los puños en los lechos voladores pensando pensando en sueños para ti, te conocen los árboles, mosca, te conocen los ríos y los niños y los toros amarillos llegando a los extremos agitados de los campos azules,

mamá no quería x un miedo de plata mirar a papá

y papá tampoco la miraba, gravemente serios nutriéndose,

ambos agarrados a los altos pelos de cemento de la mosca, sus cabellos al viento azul oscuro coágulo

y la mosca horas después dejó atrás la ciudad

y volaba por encima del mar tremendamente grande oleante bosque azul,

ya no era un vuelo el suyo, sino una casa,

un camino,

en esa calma, en esa vida detenida es cuando los padres olieron

lo que subía dulcemente de la mosca,

la mosca olía toda ella a flores, a rosas amarillas, a gladiolos,

a tulipanes, a hierbas aromáticas

de los campos, era un hablar de flores de todas las edades eternas

del mundo

y el mar golpea la costa

y el mar golpea la costa

y el mar golpea la costa

Balada secreta de Marta del Castillo

Un poema de Ángel Padilla
Ángel Padilla
lunes, 11 de noviembre de 2019, 08:43 h (CET)


1


Una gota de sangre flotando en el aire,


todo el mundo se aparta.

Han buscado en los cajones de la mariposa,

en el yeso profundo de los muertos,

en las habitaciones blandas con suelo de bolsas mojadas.

Todos hablan de ti

pero nadie sabe nada de ti.

Por donde cada día se talan o son quemados cien mil árboles.

Por donde cada día mueren miles de hombres y animales de desnutrición.

Por donde cada hora el aire del cielo es más tejado roto,

uralita transparente con agujeros inmensos por donde cae el sol como caballos amarillos enloquecidos con el aliento en llamas.

Tus padres no tenían miedo de los alces negros entre los arbustos en la noche,

de los relámpagos apoyados en las calles,

de los ancianos desnudos entre las flores.

Tus padres no tenían miedo de la campanada de la tarde ni de los reyes,

de las astillas detenidas en el aire

del enamorado leñador.

2


Despiertos, en noche, a la ventana,

sus cuerpos de yeso azafrán por la farola,

miran con ojos de tiza Tartessos,

ríos de ceniza verde las calles noche adentro,

abombados trinos de estrellas bajo las alcantarillas

que no se sabe si son niños corriendo

o maderos verdes dándole en las ramas que tocan la luz,

la mosca se acercó con pisadas de minero desde el comedor:

era de día.

Como un perro que mete el hocico por un agujero de la tierra,

entró el cielo en casa

y estaban volando a kilómetros de los gigantes azulejos del suelo,

de pie sobre la mosca.

Noches, noches enteras esperando por ti.

Quien deja a un perro solo en casa

a oscuras

no sabe de la soledad de los siglos

en pasillos de cemento que no van a ningún lugar.

La ilusión era un parque en primavera

y nosotros un banco rosa

en que nunca nadie se sentaba.

Sobre renos de constelaciones atravesaban jardines negros,

un hombre vestido todo de rosa en la sangre y con sombrero verde afuera brotando

que lloraba más allá de él con sonrisa de abismo,

torcía en su caminar las nubes y los saludó con voz de guitarra desde abajo de todas las hierbas,

los vio pasar –mosca en fondo gris- el insomne en la terraza entre las antenas,

un niño enterrado los oyó débiles bajo el colegio de suelo volando

y posó su arena negra en el marco de la puerta del cuarto de Marta,

frotándose allá delante las patas delanteras subterráneos posados pájaros días.

Sonaba en el cuarto de Marta su canción,

la música que ponía cuando tenía manos cabello

y

como un carnero azul andando a pasos grandes por las copas de los árboles,

como una lluvia hacia arriba, el brote verde,


la puerta de su armario abriéndose y luego cerrándose,

sus zapatillas siendo depositadas en el suelo

y luego... su voz,

MARTA acercándose a la puerta


el mar no lo ven los ciegos pero tocan sus olas con más luz que los vivos

y cayó de nuevo al aire del comedor gigante la mosca

y salió por la ventana la ciudad inmensa allá abajo las terrazas del barrio de Tartessos, los grupos de gente buscando a Marta, el vendedor de lotería, el coche azul subido a la acera, las mujeres de pelo negro a las ventanas llorándola con la ropa blanca mojada agitándose, los ancianos durmiendo apretando los puños en los lechos voladores pensando pensando en sueños para ti, te conocen los árboles, mosca, te conocen los ríos y los niños y los toros amarillos llegando a los extremos agitados de los campos azules,

mamá no quería x un miedo de plata mirar a papá

y papá tampoco la miraba, gravemente serios nutriéndose,

ambos agarrados a los altos pelos de cemento de la mosca, sus cabellos al viento azul oscuro coágulo

y la mosca horas después dejó atrás la ciudad

y volaba por encima del mar tremendamente grande oleante bosque azul,

ya no era un vuelo el suyo, sino una casa,

un camino,

en esa calma, en esa vida detenida es cuando los padres olieron

lo que subía dulcemente de la mosca,

la mosca olía toda ella a flores, a rosas amarillas, a gladiolos,

a tulipanes, a hierbas aromáticas

de los campos, era un hablar de flores de todas las edades eternas

del mundo

y el mar golpea la costa

y el mar golpea la costa

y el mar golpea la costa

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