Quién no se acuerda de qué hizo ese día, antes, durante y después del brutal ataque a las torres gemelas. Se nos ha quedado grabado, como uno de esos recuerdos que forman parte de los recuerdos con los que nos iremos al otro barrio.
Y cinco años después el fenómeno terrorista que produjo tal masacre sigue vivito y coleando, con diversas expresiones y ramificaciones: Al Qaeda, Hezbolá, Yihad…, así como regímenes colaboracionistas o decididamente belicosos (Irán, Pakistán). A nadie se le oculta la importante base logística y financiera que Ben Laden y sus secuaces encuentran actualmente en Pakistán o Arabia Saudí, por más que sus Gobiernos condenen oficialmente sus andanzas.
Ayer mismo, en un video la muchachada de Al Qaeda seguía amenazando con más ‘11 S’ a EE.UU. De dónde viene tanto odio, se pregunta uno.
La reacción de EE.UU y sus aliados no ha dado los frutos esperados. Se han cometido errores de bulto, como la intervención en Iraq en busca de un armamento químico – nunca encontrado -, amparados en resoluciones ONU, que, evidentemente, no tienen el mismo valor que las resoluciones incumplidas por el Gobierno Israelí en sus asentamientos en Gaza y Cisjordania, entre otras.
Por más que el actual conflicto del Líbano lo provocaran las milicias de Hezbolá - que campan a sus anchas en el sur del Líbano y con representación en el propio gobierno -, no es admisible un castigo tan brutal a la población civil libanesa y una destrucción tan bestial de un país que se encontraba en pleno desarrollo, tras la cruenta guerra anterior.
Se ha pretendido democratizar y occidentalizar una sociedad y una cultura árabe, que no se rige , en general por los principios de las democracias occidentales. La fuerte base islamista de varios de los países de Oriente Medio implicados en este complejo conflicto de múltiples capítulos y vertientes acaba ha querido escenificar su ‘guerra santa’ a la que se han adherido los sectores más fundamentalistas de la población tanto chií como suní. Grave error de cálculo.
Demasiadas muertes, ataques, contraataques y odio visceral como para que las potencias occidentales, especialmente EE.UU e Inglaterra, no hagan autocrítica sobre su política de intervención en los diversos conflictos abiertos en Oriente Medio.
Y pese a todo, uno mantiene con orgullo la superioridad moral de los principios de la democracia, la vida y la libertad del ser humano como absolutos en sí mismos y nunca supeditados a ningún credo político o religioso, en cuyo nombre se siguen cometiendo las mayores barbaridades contra el ser humano.
La ‘alianza de las civilizaciones’ de nuestro progresista presidente, tendrá que esperar a encontrar un nexo común básico que hoy por hoy no se da en la mayoría de los casos: democracia y libertad.