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Durante los últimos años he tenido la oportunidad de conocer mejor a aquellas personas que se autodefinen como diferentes

Diferentes

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Hace muchos años que no voy a los cines. No soporto el volumen con el que se presentan las películas, el frío del aire acondicionado y el consumo de todo tipo de alimentos y bebidas por los espectadores como si no hubiera un mañana.

Esta manía personal no me impide en ser un buen aficionado al séptimo arte. Puedo recrearme en todas las películas habidas y por haber, aunque tan solo unos meses después del estreno. En una pantalla chica, eso sí, pero con la posibilidad de repetir escenas y captar diálogos en su idioma original.

Esa manía-defecto mía me permite presenciar el cine a la carta y en el momento que me parece oportuno. Ayer sin ir más lejos, inopinadamente me tropecé con una película de la que había oído hablar mucho. Especialmente después de la diversidad de premios que le han sido otorgados. Se trata de “Campeones”. Una película de 2017 dirigida por Javier Fresser que estuvo nominada para los Oscar y que obtuvo un montón de premios Goya, Feroz y otros muchos galardones. Un guión con frases tan extraordinarias como esta: “Ser subcampeones es más importante que ser campeones; como un submarino es más importante que un marino”.

La película trata de la victoria de la realidad sobre los prejuicios; una crítica del trato despiadado de la sociedad con aquellos que son diferentes. No voy a incidir sobre la trama que casi todos conocen y el mensaje de la misma. Voy a comentarles mi propia experiencia. Me vi totalmente reflejado en la película.

Todo nace de un programa de televisión que realicé hace tres años sobre el trabajo de un grupo de discapacitados en una cooperativa que servía productos de consumo masivo por las compañías aéreas. Al terminar el mismo, el padre de uno de los trabajadores de aquella cooperativa, me indicó con mucho tacto, pero firmemente, que había pecado de paternalista. Aquel aviso me hizo pensar. Yo era uno de esos “enterados” que miran con suficiencia, la superioridad, la distancia y desconicimiento a los discapacitados. Una actitud que los denigraba y faltaba a la congruencia.

Después de aquella experiencia he podido recapacitar y mejorar mi actitud. Hace tres cursos que soy profesor de un grupo de discapacitados intelectuales que preparan oposiciones a auxiliares de la administración pública. He conseguido integrarme con ellos y descubrir esos valores que muchos no les conceden.

Pero aun hay más. Sin haber visto “Campeones”, me había embarcado en otro proyecto que se asemeja mucho a la trama de dicha película. A través de uno de mis programas de radio conocí a otro grupo de personas de todas las edades (desde los dieciocho a los sesenta y tantos) que conviven en un Centro ocupacional para adultos con discapacidad intelectual. Sus dificultades son superiores a los de mis futuros auxiliares de la administración. Pero su ilusión es la misma. Propuse a sus rectores crear una emisora de radio interna realizada en directo por ellos mismos. Un gran éxito. Pronto encontré a locutores, actores, cantantes, bailarines y un público enfervorizado que no paraba de aplaudir. Hicieron espacios de deporte, noticias, discos dedicados y cuanto se les ocurría.

Son “diferentes”. Alegres, cariñosos y como dice uno de los carteles que empapelan sus paredes: ”trátanos como adultos, no somos niños”, son adultos que sufren y disfrutan que quieren y deben ser queridos y aceptados como son.

Ellos son mi buena noticia de hoy. 

Diferentes

Durante los últimos años he tenido la oportunidad de conocer mejor a aquellas personas que se autodefinen como diferentes
José Luis Heras Celemín
lunes, 4 de noviembre de 2019, 08:56 h (CET)

Hace muchos años que no voy a los cines. No soporto el volumen con el que se presentan las películas, el frío del aire acondicionado y el consumo de todo tipo de alimentos y bebidas por los espectadores como si no hubiera un mañana.

Esta manía personal no me impide en ser un buen aficionado al séptimo arte. Puedo recrearme en todas las películas habidas y por haber, aunque tan solo unos meses después del estreno. En una pantalla chica, eso sí, pero con la posibilidad de repetir escenas y captar diálogos en su idioma original.

Esa manía-defecto mía me permite presenciar el cine a la carta y en el momento que me parece oportuno. Ayer sin ir más lejos, inopinadamente me tropecé con una película de la que había oído hablar mucho. Especialmente después de la diversidad de premios que le han sido otorgados. Se trata de “Campeones”. Una película de 2017 dirigida por Javier Fresser que estuvo nominada para los Oscar y que obtuvo un montón de premios Goya, Feroz y otros muchos galardones. Un guión con frases tan extraordinarias como esta: “Ser subcampeones es más importante que ser campeones; como un submarino es más importante que un marino”.

La película trata de la victoria de la realidad sobre los prejuicios; una crítica del trato despiadado de la sociedad con aquellos que son diferentes. No voy a incidir sobre la trama que casi todos conocen y el mensaje de la misma. Voy a comentarles mi propia experiencia. Me vi totalmente reflejado en la película.

Todo nace de un programa de televisión que realicé hace tres años sobre el trabajo de un grupo de discapacitados en una cooperativa que servía productos de consumo masivo por las compañías aéreas. Al terminar el mismo, el padre de uno de los trabajadores de aquella cooperativa, me indicó con mucho tacto, pero firmemente, que había pecado de paternalista. Aquel aviso me hizo pensar. Yo era uno de esos “enterados” que miran con suficiencia, la superioridad, la distancia y desconicimiento a los discapacitados. Una actitud que los denigraba y faltaba a la congruencia.

Después de aquella experiencia he podido recapacitar y mejorar mi actitud. Hace tres cursos que soy profesor de un grupo de discapacitados intelectuales que preparan oposiciones a auxiliares de la administración pública. He conseguido integrarme con ellos y descubrir esos valores que muchos no les conceden.

Pero aun hay más. Sin haber visto “Campeones”, me había embarcado en otro proyecto que se asemeja mucho a la trama de dicha película. A través de uno de mis programas de radio conocí a otro grupo de personas de todas las edades (desde los dieciocho a los sesenta y tantos) que conviven en un Centro ocupacional para adultos con discapacidad intelectual. Sus dificultades son superiores a los de mis futuros auxiliares de la administración. Pero su ilusión es la misma. Propuse a sus rectores crear una emisora de radio interna realizada en directo por ellos mismos. Un gran éxito. Pronto encontré a locutores, actores, cantantes, bailarines y un público enfervorizado que no paraba de aplaudir. Hicieron espacios de deporte, noticias, discos dedicados y cuanto se les ocurría.

Son “diferentes”. Alegres, cariñosos y como dice uno de los carteles que empapelan sus paredes: ”trátanos como adultos, no somos niños”, son adultos que sufren y disfrutan que quieren y deben ser queridos y aceptados como son.

Ellos son mi buena noticia de hoy. 

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