Es obvio que el Rey y la Monarquía no pasan por su mejor momento. Por ello resulta especialmente sorprendente que la Casa Real emita a diario supuestos partes médicos que, en realidad, tienen más de literatura que de medicina. Al igual que ocurre con los mejores cuentos infantiles, aportan un final feliz. Felicísimo en este caso.
De lo que se trata es de transmitir la idea de que Su Majestad navega por su real habitación viento en popa y a toda vela, a lomos de un mágico andador de última generación. Y a mí, personalmente, me cuesta mucho asimilar tamañas dosis de optimismo.
Quien más, quien menos, conoce a alguien que se ha operado de la cadera. Y la evolución no suele ser tan rápida. Además, recientemente hemos visto cómo en cuestión de semanas se desvanecía el optimismo de los partes emitidos con motivo de las anteriores intervenciones quirúrgicas. Uno se llega a preguntar cuánto hay de ficción en los reales partes médicos y si tiene mucho sentido iniciar un proceso de rehabilitación que será interrumpido bruscamente en cuestión de semanas con la implantación de una nueva prótesis de cadera.
Sea como fuere, si algo parece claro es que, esta vez, el Rey se la juega. La imagen institucional del país no puede seguir siendo la de un señor que se tambalea. Obviamente, aquí el marketing también cobra importancia, sobre todo cuando resulta tan fácil buscar un paralelismo entre la dubitativa imagen real y la fortaleza de nuestro país y su Monarquía.
Personalmente creo que ha llegado el momento de la toma de decisiones. Juan Carlos debería hacerse a un lado, cediendo el testigo a su hijo Felipe, de cuya preparación nadie duda. Da la impresión de que el todavía príncipe ayudaría a transmitir una imagen de España infinitamente más moderna y consistente que la que proyecta su padre.
No obstante, pienso que con el relevo podríamos quedarnos cortos. Después de 35 años, el desgaste de la Corona es manifiesto. El lujo, las cacerías de elefantes y las veleidades de Iñaki Urdangarin, han ayudado a poner en cuestión a la institución monárquica. Lo que ahora toca es ceder el protagonismo al pueblo para que decida en libertad si desea seguir teniendo Rey o, en su defecto, presidente de la III República.