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La cultura enriquece de forma clara y rotunda los comportamientos nobles

Pequeños gladiadores del hambre y la miseria

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Que el mundo vive un proceso evolutivo con más luces que sombras es un hecho irrefutable y sería de una ceguera monumental obviarlo. Hecho que se produce no porque los humanos no rememos con la misma fuerza ni a la vez; ni luchemos con igual intensidad, ni apliquemos idéntica filosofía en los conceptos fundamentales del humanismo, como tampoco la colaboración, los principios éticos, incluso los sentimientos… “De los sentimientos depende todo el bien y el mal de esta vida”, dijo Descarte. Luego, si eso es así, ¿cuáles son los ejes sobre los que gira el comportamiento del hombre?, ¿los sentimientos? De ellos se dice, en una de sus definiciones, “impresión y movimiento que causan en el alma las cosas espirituales”.

Me resulta escasa tal definición, pues no abarca toda el área sentimental de la persona. De modo que si avanzamos en este punto probablemente podamos ahondar un poco más. “Estado del ánimo afligido por un suceso triste y doloroso”. ¿Personas buenas, cargadas de sentimientos solidarios? ¿Personas malas de las que solo fluyen actitudes malignas capaces, incluso, de matar? Parece que no. A ese respecto dice José Antonio Marina: “Los sentimientos son influenciables, moldeables, y si la educación no se carga de tal faena, otras instancias sociales se encargarán de hacerlo”. ¿Es verdad que el mundo camina aplicando cada vez sentimientos más nobles? Se dan pasos, tímidos pasos, pienso. Pero los políticos, en cuyas manos estamos, para bien y para mal, con frecuencia se empeñan en cambiar lo que, con esfuerzo y entrega hicieron sus antecesores. Y no es noble, y además es penoso el tiempo y dinero perdidos. ¿Todo por el solo hecho de ser de ideas políticas contrarias -¿no es nada de sentimientos?-, entran así en lucha encarnecida, como aquellos hermanos gladiadores que, aun durmiendo y hablando en la misma mazmorra, sabían que al día siguiente- para gozo del césar y del pueblo- sabían que uno de los dos se dejaría allí su vida, en la roja arena del circo.

La cultura enriquece de forma clara y rotunda los comportamientos nobles. Y cito de nuevo a José Antonio Marina, para que nos cuente los descubrimientos que hizo Margaret Mead, quien estudió a tres tribus de Nueva Guinea, próximas geográficamente y sentimentalmente lejanas. Los hombres y mujeres “arapesh” eran amables, afectuosos y pacíficos, en cambio, sus vecinos “mundugumor” eran fieros y belicosos. Una agresividad compulsiva aquejaba a los dos sexos. En la tercera tribu, los “tchambuli”, las mujeres eran dominantes, no usaban adornos, se rapaban la cabeza y cazaban, mientras que los hombres se ocupaban solo de las tareas artísticas y se dedicaban a engalanarse y a chismorrear. Es claro. Cada cultura crea un sistema sentimental que va a influir seriamente en la vida social.

Hoy, en este mundo convulso, donde todo cambia a la velocidad de la luz, cultura y solidaridad no se elevan hasta alcanzar las cuotas más altas posibles… Si mientras el objetivo principal de las economías sea hacer una mala distribución de la riqueza, encendiendo antorchas que indiquen a donde ha de ir el dinero… no me cansaré de decir que los ricos serán cada vez más ricos, y los pobres más pobres cada día. Se puede ver en nuestro propio país, donde asoma el hambre, con sus dientes afilados, comiéndose lentamente a criaturas desnutridos. No hace falta ir al Cuerno de África para ver a esos niños-pequeños, gladiadores de vientres abultados capaces de matar, no para divertir al pueblo romano, sino para sobrevivir. Y entretanto, ¿dónde ponemos el foco de los sentimientos? Dejémoslo en la delicada vulnerabilidad de los niños de estómagos hinchados y, de camino, pasémosle una ancha gasa blanca, repitiendo las palabras de Novalis: “Donde quiera que haya niños existe una edad de oro”.

Pequeños gladiadores del hambre y la miseria

La cultura enriquece de forma clara y rotunda los comportamientos nobles
Manuel Senra
lunes, 30 de septiembre de 2013, 07:44 h (CET)
Que el mundo vive un proceso evolutivo con más luces que sombras es un hecho irrefutable y sería de una ceguera monumental obviarlo. Hecho que se produce no porque los humanos no rememos con la misma fuerza ni a la vez; ni luchemos con igual intensidad, ni apliquemos idéntica filosofía en los conceptos fundamentales del humanismo, como tampoco la colaboración, los principios éticos, incluso los sentimientos… “De los sentimientos depende todo el bien y el mal de esta vida”, dijo Descarte. Luego, si eso es así, ¿cuáles son los ejes sobre los que gira el comportamiento del hombre?, ¿los sentimientos? De ellos se dice, en una de sus definiciones, “impresión y movimiento que causan en el alma las cosas espirituales”.

Me resulta escasa tal definición, pues no abarca toda el área sentimental de la persona. De modo que si avanzamos en este punto probablemente podamos ahondar un poco más. “Estado del ánimo afligido por un suceso triste y doloroso”. ¿Personas buenas, cargadas de sentimientos solidarios? ¿Personas malas de las que solo fluyen actitudes malignas capaces, incluso, de matar? Parece que no. A ese respecto dice José Antonio Marina: “Los sentimientos son influenciables, moldeables, y si la educación no se carga de tal faena, otras instancias sociales se encargarán de hacerlo”. ¿Es verdad que el mundo camina aplicando cada vez sentimientos más nobles? Se dan pasos, tímidos pasos, pienso. Pero los políticos, en cuyas manos estamos, para bien y para mal, con frecuencia se empeñan en cambiar lo que, con esfuerzo y entrega hicieron sus antecesores. Y no es noble, y además es penoso el tiempo y dinero perdidos. ¿Todo por el solo hecho de ser de ideas políticas contrarias -¿no es nada de sentimientos?-, entran así en lucha encarnecida, como aquellos hermanos gladiadores que, aun durmiendo y hablando en la misma mazmorra, sabían que al día siguiente- para gozo del césar y del pueblo- sabían que uno de los dos se dejaría allí su vida, en la roja arena del circo.

La cultura enriquece de forma clara y rotunda los comportamientos nobles. Y cito de nuevo a José Antonio Marina, para que nos cuente los descubrimientos que hizo Margaret Mead, quien estudió a tres tribus de Nueva Guinea, próximas geográficamente y sentimentalmente lejanas. Los hombres y mujeres “arapesh” eran amables, afectuosos y pacíficos, en cambio, sus vecinos “mundugumor” eran fieros y belicosos. Una agresividad compulsiva aquejaba a los dos sexos. En la tercera tribu, los “tchambuli”, las mujeres eran dominantes, no usaban adornos, se rapaban la cabeza y cazaban, mientras que los hombres se ocupaban solo de las tareas artísticas y se dedicaban a engalanarse y a chismorrear. Es claro. Cada cultura crea un sistema sentimental que va a influir seriamente en la vida social.

Hoy, en este mundo convulso, donde todo cambia a la velocidad de la luz, cultura y solidaridad no se elevan hasta alcanzar las cuotas más altas posibles… Si mientras el objetivo principal de las economías sea hacer una mala distribución de la riqueza, encendiendo antorchas que indiquen a donde ha de ir el dinero… no me cansaré de decir que los ricos serán cada vez más ricos, y los pobres más pobres cada día. Se puede ver en nuestro propio país, donde asoma el hambre, con sus dientes afilados, comiéndose lentamente a criaturas desnutridos. No hace falta ir al Cuerno de África para ver a esos niños-pequeños, gladiadores de vientres abultados capaces de matar, no para divertir al pueblo romano, sino para sobrevivir. Y entretanto, ¿dónde ponemos el foco de los sentimientos? Dejémoslo en la delicada vulnerabilidad de los niños de estómagos hinchados y, de camino, pasémosle una ancha gasa blanca, repitiendo las palabras de Novalis: “Donde quiera que haya niños existe una edad de oro”.

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