A la hora en que escribo esta columna, la coalición CDU-CSU de Angela Merkel ha arrasado con más del 42% de los votos en las elecciones generales, rozando una mayoría absoluta que no se ve desde tiempos de Adenauer y que el sistema electoral alemán hace casi imposible. Alemania ha dejado a nuestros progres con la boca abierta. Así pues, no sorprende lo exultante que comparecía anoche en Berlín la canciller, quien anunciaba que gobernaría estos próximos cuatro años en defensa de los intereses de su nación, celebrando la victoria. Su victoria. Porque los alemanes, según las primeras valoraciones electorales, han votado a Angela Merkel más que a su formación política. Una líder casi tan feliz como sus socios socialcristianos bávaros, de la CSU, que habrían conseguido en su región alrededor del 50% de los votos, lo que supone un 8,5% del total de sufragios conseguidos a nivel nacional por el partido de centro-derecha. Y es que en Baviera jamás ha ganado la izquierda. Quizá por eso sea la región más próspera de Alemania.
En la sede del gran partido socialdemócrata su candidato, Steinbrück, reconocía no haber logrado su objetivo, que era una coalición con el partido verde (Die Grünen). Anunció también que, como había prometido durante la campaña, él no formará parte de un posible gobierno de coalición. Grosse Koalition, que es lo que desean. Para que así sea es necesario que Merkel no llegue a la mayoría absoluta. Algo sencillo. Máxime visto el fracaso por mérito propio de los liberales de alquiler de la FDP, quienes por primera vez en su historia no han llegado al 5% de corte necesario para entrar en el parlamento. Los euroescépticos de AfD (4,9%), felices con su resultado, pueden conseguirlo en el último momento, trastocando así la agenda política. Sea como fuere, haya o no coalición, la política alemana no variará.
Un dato curioso para meditar: el resultado obtenido por Die Linke, algo así como Izquierda Unida, es decir, el partido nostálgico del socialismo real. Comunismo tan bien y trágicamente conocido por los alemanes del Este. Mientras que en el lado occidental del afortunadamente derribado Muro de Berlín los comunistas apenas llegan al 5,4% de los votos, en la antigua DDR sus resultados se multiplican por cuatro. Ese 20% añora, pues, uno de los totalitarismos más brutales del siglo XX. Para que luego digan que sólo a los españoles nos gusta eso de “vivan las caenas”.