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Una obra de Ángel Padilla

El día en que los perros se convirtieron en juguetes

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AMBIENTACIÓN:

El día en que los perros se convirtieron en juguetes es un cuento para llegar al corazón de los niños a través de la empatía con los personajes –sobre todo con la conversión de la dureza hacia la sensibilidad que sufre la princesa con la pérdida de su perro-. La princesa deberá mostrar cuánto de caprichoso y de superficial hay en los niños actuales –a consecuencia de la educación banal y antropocentrista que se les da- y la transformación de su alma mostrará al ser humano del mañana.

ESPACIO ESCÉNICO:

El salón del reino donde se lleva a cabo la obra representa no sólo un reino sino, en potencia, una casa cualquiera, la vivienda de todos nosotros, donde los conflictos que se producen, que son universales, nos afectan a todos por igual.

Deberá haber, en ese espacio, un sillón real, una larga alfombra y algún detalle más que represente opulencia. Sin embargo, el escenario debe completarse con objetos que hay en las casas normales por el motivo antes comentado.

Se ha elegido tocar los trajes de los personajes con elementos y recordatorios de aves porque el castillo, que es más alto que las nubes, representa el intento frustrado y grotesco del hombre moderno de llegar muy alto con sus construcciones, tanto como los pájaros, alejándose así de su verdadera esencia en la hierba y en los campos.

ACTORES:


PRINCESA ANA [Vestida con un largo camisón blanco, emplumado en algunos puntos, sobre todo en hombros y pecho, cuya tela arrastra por el suelo cual traje de novia. Lleva en la cabeza un gorro en punta del mismo color y, en la mano, una varita de mando en cuyo extremo hay una estrella plateada con la que ordena sus cosas y golpea a la gente.]

REY [Larga barba azul celeste, corona plateada y traje de rey. Dos grandes alas a su espalda.]

MAYORDOMO [Sirviente principal del castillo al que la princesa llama “Mayortonto”. Vestido con traje chaqueta blanco y una corbata roja, un pañuelo rosa saliéndole de un bolsillo de la chaqueta. Lleva un sombrero del que cuelga por delante el pico de un pájaro, con dos puntos a manera de ojos pintados en él.]

PAJES [Vestidos a la manera tradicional de los pajes. Con iguales sombreros que el mayordomo.]

JUGUETES [Cuantos se quiera. Como mínimo, dos.]

SEÑOR DE LOS PERROS [Vestido con ropas marrones y verdes, en algunos puntos pueden ir colgando símiles de hojas verdes –como evocación de su permanencia en los bosques, vestuario evocador de lo vegetal, de lo salvaje, pero a la vez de un hombre superior unido a la naturaleza armoniosamente.]

NARRADOR VIENTO [Irá vestido preferentemente en tonos grises, ropas holgadas, demasiado grandes para él –representan telas añejas que ha ido enganchando en su camino de siglos-; sería mejor que el actor fuera delgado y tendrá un pelo gris en puntas muy largas curvadas hacia atrás de su cabeza. Su aspecto es cómico y trágico.]

FANTASMA DEL CASTILLO [Vestido con una sábana blanca encima y arrastrando una bola de hierro. Ha de conseguirse que dé miedo y no gracia.]

PRIMER ACTO


El escenario representa el salón de un castillo. Sin nadie en esos momentos. Es la mañana. Entra el Viento.

VIENTO. (Arrastra la voz como en un susurro, algo desgarrada.)

Soy el Viento. Soy tan viejo como el mundo. Cuando abrió la primera rosa sus pétalos y aroma bajo el sol, hace muchos muchos siglos, ya estaba yo. Lo sé todo de vosotros y de todos los demás porque estoy en todos los lugares. Os contaré una historia que ocurrió en un reino lleno de riquezas y tesoros llamado Alturas.

Era un hermoso palacio altísimo, el más alto jamás soñado. En su construcción los obreros tuvieron que parar de poner ladrillos porque ya tocaban allá arriba con sus manos el techo del cielo. En ese palacio vivía una bella princesa llamada Ana, a la que habían educado, desde muy pequeña, con caprichos imposibles. Debido a ello, se tornó exigente y cruel. En una ocasión, la princesa Ana quiso tener un caballito de madera y mandó talar todos los árboles de un bosque hasta que encontró la madera que se le antojó para el caballo...


(Sale el Viento. Entra la princesa.)

PRINCESA.

¡Mayortonto!


(Sale el mayordomo. Junta las manos en el vientre y agacha un poco la cabeza, servil.)

MAYORDOMO.

Exija la señora.

PRINCESA. (Dándole un golpe en la cabeza al mayordomo con la varita.)

Mayortonto, tráeme a mi perro Nieve; ayer, cuando bajé al sótano a por otro juguete, lo noté rarísssimo, allí, entre las sombras.


(El mayordomo sale, ceremonioso.)

PRINCESA.

Y date aire! Caracol! (la princesa imita, alargando la cara, la cabeza de un caracol). Uf, va tan lento que parece cargar en sus espaldas el peso del cielo!

(La princesa se sienta, con gesto brusco y suspiro de fastidio en el sillón real, y mira a lo lejos, como contemplando su inmenso reino. Sale el Viento.)

VIENTO.

El mayordomo tardará un poco. Para traer al perro Nieve ha de bajar mil escalones hasta el sótano del castillo, un lugar frío y oscuro, inmenso, como un campo sin árboles siempre en noche. Allí es donde el Rey y la princesa Ana guardan los objetos inútiles, y donde la princesa tiene la mayor parte de sus millones de juguetes. Es donde, al final, acabó yendo a parar su mascota, el perrito Nieve.

(Se escuchan pasos del mayordomo subiendo escaleras. El Viento se retira. Aparece el mayordomo levantando un perro de peluche blanco en las manos.)

MAYORDOMO.

Señora, su perro.

PRINCESA.

¡Ése no es Nieve!

MAYORDOMO.

Es su mascota, señora. Mírela bien.

PRINCESA.

¡Si este está tieso! ¿No lo ves, percebe? Mi perro Nieve sacaba la lengua, la movía. ¡Y abría y cerraba los ojos, y cuando se ponía contento y triste ladraba!

MAYORDOMO. (Apretando el peluche, que emite guau-guaus.)

Pero mire, señora, mire..., ladra...

PRINCESA. (Girándose y andando un poco al lado contrario del mayordomo.)

Que no! Que no es él!, éste está seco como un zapato!... A ver, a ver... (se acerca al perro y lo palpa de nuevo. Mira hacia arriba, como recordando) Éste es... y mi perro era... (sorprendida) ¡Pero si ya no recuerdo cuándo fue la última vez que lo paseé yo misma!, o que jugué con él... (La princesa se cubre la cara con las manos.) Márchate, vete... Hay algo en todo esto que me pone muy triste...

(El mayordomo se va. La princesa se sienta en el sillón real y se echa a llorar, con llanto agudo. Suena una música triste de piano, con contrastes melancólicos y furiosos. Sale el Fantasma del castillo.)

FANTASMA DEL CASTILLO. (Arrastrando la voz en un lamento lúgubre.)
Pequeña Ana, qué te ocurre?

PRINCESA

Me siento llena de tristeza.

FANTASMA DEL CASTILLO.

La Tristeza es una mala compañera. Yo la soporto desde hace siglos. Anda a mi lado y nunca me habla. Cuando lloro, se queda callada, no sé qué hace, creo que come de mi dolor.

(Sale el fantasma emitiendo un lamento estelar, sale la princesa tras él con la cabeza agachada.)

(Entra el Rey. Gritando rudamente y gesticulando con los brazos.)

REY.

¡Los caballos! ¡Los caballos! Me han dicho mis pajes que hoy, al despuntar el alba, todos los caballos de mis cuadras se han vuelto de plástico!

(Sale el mayordomo.)

MAYORDOMO.

Señor, también le ocurrió algo extraño a la mascota de su hija.

REY. (Sin escuchar.)

¿Y entonces, qué? ¿Quién arrastrará mi carro real, para que envidien mi grandeza pasar por las calles los harapientos de este reino? ¿Cómo puede un rey galopar por los bosques con un caballo de plástico, de qué me vale pincharle con las espuelas, o azotarle con el látigo? Y en el invierno, ¿cómo podrán mis huskys siberianos subir mis trineos por las montañas de nieve si se han vuelto de trapo hueco? (Se agarra la cabeza, desesperado).

(Entra la princesa alzando en las manos su peluche blanco.)

PRINCESA. (Tétrica.)

Nieve ha muerto...

REY. (Mira al perro.)

Yo lo veo igual que siempre! Quieto, dormido, ¡un vago de primera!

PRINCESA.

Tú nunca te has fijado en él, no sabrías distinguir.

REY.

Pero ¿qué ha ocurrido con todos los animales en este reino?

PRINCESA.

Mira este trapo estúpido: siempre la misma cara. Nieve cuando se ponía contento, se notaba... (Con voz casi ahogada por el llanto.) Y siempre estaba contento... (suspira) aunque yo no le mirase... él me sonreía...

REY.

¿Contento un perro?

MAYORDOMO.

Los poetas hablan de ello, señor. Si tienen un corazón -dicen-, también tienen sentimientos, y alma.

REY.

¿Alma? ¿Sentimientos? ¡Ese chucho era sólo un pasatiempo para mi hija!

PRINCESA.

Papá, toca aquí (Le indica la panza del perro. El Rey la toca).

REY.

¿Qué? No siento nada.

PRINCESA.

Exacto! A nieve se le notaba el rumor del alma tocando ahí...

REY. (Sin entender.)

El rumor del alma...

PRINCESA.

¡Soldado! ¡Bailarina!

Ahora entenderás lo que quiero decir...

(Entra el soldado de juguete y la bailarina. Se acercan a la princesa, la bailarina dando vueltas y el soldado cantando una canción de guerra.)

PRINCESA.

Mira sus ojos! Duros y fríos como botones! Y no hacen más que repetir lo mismo una y otra vez!

Padre, ¡tú siempre me diste lo que te pedí!

REY.

Y ¿qué es lo que quieres ahora, hija mía?

PRINCESA.

Quiero a Nieve...

A Nieve, haz que vuelva mi alegría!

(La princesa arroja el peluche al suelo y se marcha, cubriéndose la cara con las manos; se marcha el Rey, se marcha el mayordomo. Los juguetes siguen haciendo su juego repetitivo hasta que se agotan progresivamente y, con lentitud, abandonan el escenario. Una luz ilumina al perro de peluche en el suelo. Sale el Viento.)

VIENTO.

¿Dónde está Nieve? ¿Adónde van aquellos que queremos cuando se marchan?

Yo soy el Viento, el más viejo de este mundo junto con los mares y la tierra y el trigo, pero no lo sé todo, niños. No, no lo sé todo...

(Coge al peluche del suelo y se va. Se apagan las luces.)

SEGUNDO ACTO


(El Rey está sentado en el sillón real. Entra el mayordomo franqueado por dos pajes.)

REY. (Dirigiéndose al mayordomo.)

¿Y bien? ¿Encontraste la solución? Este reino tiene un grave problema con todos sus animales convertidos en juguetes, en plástico, en peluche. ¿Qué se puede hacer con un inmenso caballo de peluche, que cuando te apoyas en él suena como si relinchase y nada más? O con una gallina de tela que no pone huevos? Y la princesa, mi pequeña Ana, desde hace días está encerrada en sus aposentos reales llorando la ausencia de su perro. Venga, dime, cuál es la solución? Tengo miedo de que esta especie de maleficio avance. He tenido pesadillas en que al paso de los días incluso las montañas se volvían de juguete, blandas y de trapo; al subir de las cabras por ellas se chafaban como si sólo hubiera aire en sus interiores, las casas eran todas de cartón, el sol de peluche colgando del cielo, y no alumbraba! Y hasta todos nosotros, de plástico duro nuestros brazos y piernas; y yo, el Rey, era de plastilina y unas manos enormes jugaban conmigo desde arriba, moldeándome, mi barba y mi corona!

MAYORDOMO.

Mi amo, la solución a este sueño loco está a las mismas puertas de este castillo: el Señor de los perros. No fue difícil encontrarle. Con sólo seguir las huellas de los lobos entre la hierba, pues vive entre ellos, los siervos llegaron a su vivienda construida en un hondo agujero de la tierra.

REY.

Un agujero en la tierra, ja ja ja! En el reino de Alturas, donde desde las terrazas podemos tocar los dulces pies de los ángeles, no sabía que aún había seres humanos que gustaban de habitar junto a los gusanos y las raíces, en la baja tierra.

MAYORDOMO.

El Señor de los perros nos siguió amablemente hasta aquí y contempló la tragedia, todos los animales de Alturas convertidos en lana, en madera, o animales de goma, pájaros de goma inmóviles en las ramas de los árboles!, y ha pedido que traigamos ante él a todos los niños del reino.

REY.

Está bien...! Los niños de este reino ya están ahí sentados (señala al público infantil de la obra). Que pase entonces ese tal... (con tono despreciativo) Señor de los perros.

(Sale el mayordomo. Entra el Señor de los perros y, con porte digno y altivo, se coloca ante el Rey.)

REY.

Caramba. ¿No se inclina usted ante mí? Ha de arrodillarse... Yo soy el soberano de Alturas, rey de los humanos y de los animales, de las verdes llanuras y los mares y de todas las estrellas.

SEÑOR DE LOS PERROS.

Es usted el que debería arrodillarse, ante los bosques que está dejando sin árboles, ante sus tristes caballos que ahora sólo son de tela fría, ante el perro de su hija, que ahora en el interior de su pecho sólo hay aire callado. Yo sólo me arrodillo ante el sol en la mañana, ante el color de la mariposa, a la llegada de la primavera.

REY.

Insolente!... Márchese inmediatamente de este reino...!

(Sale la princesa.)

PRINCESA.

Papá, permítele que hable, por favor!

SEÑOR DE LOS PERROS.

Pequeña, lo que ha ocurrido con los animales tiene solución. Aunque debemos intentar que nunca vuelva a ocurrir. Un perro no es un juguete. Un juguete os puede entretener, hacer reír, pero jamás os puede dar cariño.

(Salen los juguetes, haciendo monerías.)

SEÑOR DE LOS PERROS.

Un juguete no tiene sangre caliente corriendo por su interior, ni un corazón con el que se emociona queriéndoos.

¿Podéis ver en los ojos de los muñecos la profundidad llena de cariño y esperanza que hay en los ojos de un perro?

(Uno de los juguetes se acerca a los niños con ojos alucinados y tontos.)

SEÑOR DE LOS PERROS. (Dirigiéndose a los niños.)

Los animales se han transformado en muñecos, han casi muerto, porque habéis olvidado la fórmula mágica que los mantiene vivos y alegres.

Los perros llegan de un lugar muy hermoso llamado Alegría. Alegría es una tierra de colores de donde llegan los seres con alma, los gorriones, los delfines, nosotros los humanos, los rosales, las olas del mar, hasta aquí, a nuestro mundo. Por eso los perros nos quieren tanto, porque recuerdan el lugar común del que llegamos todos. ¿Sabéis cuántos perros hay en los refugios, porque han sido abandonados, esperando un hogar, pasando frío, hambre y tristeza más grande y lejana que las estrellas en la noche? Hay muchos animales sin hogar y sin cariño y os aseguro que toda esa soledad ha sido como un viento frío que ha acabado congelando a las mascotas en juguetes en el reino de Alturas.

He aquí la solución. Deberéis decir todos a la vez la fórmula mágica que os susurraré al oído. Cuando levante los brazos, la gritaréis todos a la vez.

(La frase que susurran los muñecos y el Señor de los perros a los niños es: TE QUIERO. Se invita a gritar TE QUIERO a los niños varias veces.)

(Seguidamente, la frase que se les hace repetir es NUNCA TE ABANDONARÉ.)

(Entra un perro blanco al escenario, es Nieve, de nuevo vivo y moviendo la cola alegre; la princesa lo abraza llorando. El Rey y el mayordomo se abrazan saltando de alegría, y abrazan al Señor de los perros; el rey coloca su corona sobre la cabeza del Señor de los perros. La bailarina y el soldado también se abrazan (diciéndose una y otra vez, cómicamente, “Te quiero. Te quiero”).

Suena una música muy alta, romántica y con fuerza.)

FIN

El día en que los perros se convirtieron en juguetes

Una obra de Ángel Padilla
Ángel Padilla
viernes, 18 de octubre de 2019, 11:19 h (CET)


AMBIENTACIÓN:

El día en que los perros se convirtieron en juguetes es un cuento para llegar al corazón de los niños a través de la empatía con los personajes –sobre todo con la conversión de la dureza hacia la sensibilidad que sufre la princesa con la pérdida de su perro-. La princesa deberá mostrar cuánto de caprichoso y de superficial hay en los niños actuales –a consecuencia de la educación banal y antropocentrista que se les da- y la transformación de su alma mostrará al ser humano del mañana.

ESPACIO ESCÉNICO:

El salón del reino donde se lleva a cabo la obra representa no sólo un reino sino, en potencia, una casa cualquiera, la vivienda de todos nosotros, donde los conflictos que se producen, que son universales, nos afectan a todos por igual.

Deberá haber, en ese espacio, un sillón real, una larga alfombra y algún detalle más que represente opulencia. Sin embargo, el escenario debe completarse con objetos que hay en las casas normales por el motivo antes comentado.

Se ha elegido tocar los trajes de los personajes con elementos y recordatorios de aves porque el castillo, que es más alto que las nubes, representa el intento frustrado y grotesco del hombre moderno de llegar muy alto con sus construcciones, tanto como los pájaros, alejándose así de su verdadera esencia en la hierba y en los campos.

ACTORES:


PRINCESA ANA [Vestida con un largo camisón blanco, emplumado en algunos puntos, sobre todo en hombros y pecho, cuya tela arrastra por el suelo cual traje de novia. Lleva en la cabeza un gorro en punta del mismo color y, en la mano, una varita de mando en cuyo extremo hay una estrella plateada con la que ordena sus cosas y golpea a la gente.]

REY [Larga barba azul celeste, corona plateada y traje de rey. Dos grandes alas a su espalda.]

MAYORDOMO [Sirviente principal del castillo al que la princesa llama “Mayortonto”. Vestido con traje chaqueta blanco y una corbata roja, un pañuelo rosa saliéndole de un bolsillo de la chaqueta. Lleva un sombrero del que cuelga por delante el pico de un pájaro, con dos puntos a manera de ojos pintados en él.]

PAJES [Vestidos a la manera tradicional de los pajes. Con iguales sombreros que el mayordomo.]

JUGUETES [Cuantos se quiera. Como mínimo, dos.]

SEÑOR DE LOS PERROS [Vestido con ropas marrones y verdes, en algunos puntos pueden ir colgando símiles de hojas verdes –como evocación de su permanencia en los bosques, vestuario evocador de lo vegetal, de lo salvaje, pero a la vez de un hombre superior unido a la naturaleza armoniosamente.]

NARRADOR VIENTO [Irá vestido preferentemente en tonos grises, ropas holgadas, demasiado grandes para él –representan telas añejas que ha ido enganchando en su camino de siglos-; sería mejor que el actor fuera delgado y tendrá un pelo gris en puntas muy largas curvadas hacia atrás de su cabeza. Su aspecto es cómico y trágico.]

FANTASMA DEL CASTILLO [Vestido con una sábana blanca encima y arrastrando una bola de hierro. Ha de conseguirse que dé miedo y no gracia.]

PRIMER ACTO


El escenario representa el salón de un castillo. Sin nadie en esos momentos. Es la mañana. Entra el Viento.

VIENTO. (Arrastra la voz como en un susurro, algo desgarrada.)

Soy el Viento. Soy tan viejo como el mundo. Cuando abrió la primera rosa sus pétalos y aroma bajo el sol, hace muchos muchos siglos, ya estaba yo. Lo sé todo de vosotros y de todos los demás porque estoy en todos los lugares. Os contaré una historia que ocurrió en un reino lleno de riquezas y tesoros llamado Alturas.

Era un hermoso palacio altísimo, el más alto jamás soñado. En su construcción los obreros tuvieron que parar de poner ladrillos porque ya tocaban allá arriba con sus manos el techo del cielo. En ese palacio vivía una bella princesa llamada Ana, a la que habían educado, desde muy pequeña, con caprichos imposibles. Debido a ello, se tornó exigente y cruel. En una ocasión, la princesa Ana quiso tener un caballito de madera y mandó talar todos los árboles de un bosque hasta que encontró la madera que se le antojó para el caballo...


(Sale el Viento. Entra la princesa.)

PRINCESA.

¡Mayortonto!


(Sale el mayordomo. Junta las manos en el vientre y agacha un poco la cabeza, servil.)

MAYORDOMO.

Exija la señora.

PRINCESA. (Dándole un golpe en la cabeza al mayordomo con la varita.)

Mayortonto, tráeme a mi perro Nieve; ayer, cuando bajé al sótano a por otro juguete, lo noté rarísssimo, allí, entre las sombras.


(El mayordomo sale, ceremonioso.)

PRINCESA.

Y date aire! Caracol! (la princesa imita, alargando la cara, la cabeza de un caracol). Uf, va tan lento que parece cargar en sus espaldas el peso del cielo!

(La princesa se sienta, con gesto brusco y suspiro de fastidio en el sillón real, y mira a lo lejos, como contemplando su inmenso reino. Sale el Viento.)

VIENTO.

El mayordomo tardará un poco. Para traer al perro Nieve ha de bajar mil escalones hasta el sótano del castillo, un lugar frío y oscuro, inmenso, como un campo sin árboles siempre en noche. Allí es donde el Rey y la princesa Ana guardan los objetos inútiles, y donde la princesa tiene la mayor parte de sus millones de juguetes. Es donde, al final, acabó yendo a parar su mascota, el perrito Nieve.

(Se escuchan pasos del mayordomo subiendo escaleras. El Viento se retira. Aparece el mayordomo levantando un perro de peluche blanco en las manos.)

MAYORDOMO.

Señora, su perro.

PRINCESA.

¡Ése no es Nieve!

MAYORDOMO.

Es su mascota, señora. Mírela bien.

PRINCESA.

¡Si este está tieso! ¿No lo ves, percebe? Mi perro Nieve sacaba la lengua, la movía. ¡Y abría y cerraba los ojos, y cuando se ponía contento y triste ladraba!

MAYORDOMO. (Apretando el peluche, que emite guau-guaus.)

Pero mire, señora, mire..., ladra...

PRINCESA. (Girándose y andando un poco al lado contrario del mayordomo.)

Que no! Que no es él!, éste está seco como un zapato!... A ver, a ver... (se acerca al perro y lo palpa de nuevo. Mira hacia arriba, como recordando) Éste es... y mi perro era... (sorprendida) ¡Pero si ya no recuerdo cuándo fue la última vez que lo paseé yo misma!, o que jugué con él... (La princesa se cubre la cara con las manos.) Márchate, vete... Hay algo en todo esto que me pone muy triste...

(El mayordomo se va. La princesa se sienta en el sillón real y se echa a llorar, con llanto agudo. Suena una música triste de piano, con contrastes melancólicos y furiosos. Sale el Fantasma del castillo.)

FANTASMA DEL CASTILLO. (Arrastrando la voz en un lamento lúgubre.)
Pequeña Ana, qué te ocurre?

PRINCESA

Me siento llena de tristeza.

FANTASMA DEL CASTILLO.

La Tristeza es una mala compañera. Yo la soporto desde hace siglos. Anda a mi lado y nunca me habla. Cuando lloro, se queda callada, no sé qué hace, creo que come de mi dolor.

(Sale el fantasma emitiendo un lamento estelar, sale la princesa tras él con la cabeza agachada.)

(Entra el Rey. Gritando rudamente y gesticulando con los brazos.)

REY.

¡Los caballos! ¡Los caballos! Me han dicho mis pajes que hoy, al despuntar el alba, todos los caballos de mis cuadras se han vuelto de plástico!

(Sale el mayordomo.)

MAYORDOMO.

Señor, también le ocurrió algo extraño a la mascota de su hija.

REY. (Sin escuchar.)

¿Y entonces, qué? ¿Quién arrastrará mi carro real, para que envidien mi grandeza pasar por las calles los harapientos de este reino? ¿Cómo puede un rey galopar por los bosques con un caballo de plástico, de qué me vale pincharle con las espuelas, o azotarle con el látigo? Y en el invierno, ¿cómo podrán mis huskys siberianos subir mis trineos por las montañas de nieve si se han vuelto de trapo hueco? (Se agarra la cabeza, desesperado).

(Entra la princesa alzando en las manos su peluche blanco.)

PRINCESA. (Tétrica.)

Nieve ha muerto...

REY. (Mira al perro.)

Yo lo veo igual que siempre! Quieto, dormido, ¡un vago de primera!

PRINCESA.

Tú nunca te has fijado en él, no sabrías distinguir.

REY.

Pero ¿qué ha ocurrido con todos los animales en este reino?

PRINCESA.

Mira este trapo estúpido: siempre la misma cara. Nieve cuando se ponía contento, se notaba... (Con voz casi ahogada por el llanto.) Y siempre estaba contento... (suspira) aunque yo no le mirase... él me sonreía...

REY.

¿Contento un perro?

MAYORDOMO.

Los poetas hablan de ello, señor. Si tienen un corazón -dicen-, también tienen sentimientos, y alma.

REY.

¿Alma? ¿Sentimientos? ¡Ese chucho era sólo un pasatiempo para mi hija!

PRINCESA.

Papá, toca aquí (Le indica la panza del perro. El Rey la toca).

REY.

¿Qué? No siento nada.

PRINCESA.

Exacto! A nieve se le notaba el rumor del alma tocando ahí...

REY. (Sin entender.)

El rumor del alma...

PRINCESA.

¡Soldado! ¡Bailarina!

Ahora entenderás lo que quiero decir...

(Entra el soldado de juguete y la bailarina. Se acercan a la princesa, la bailarina dando vueltas y el soldado cantando una canción de guerra.)

PRINCESA.

Mira sus ojos! Duros y fríos como botones! Y no hacen más que repetir lo mismo una y otra vez!

Padre, ¡tú siempre me diste lo que te pedí!

REY.

Y ¿qué es lo que quieres ahora, hija mía?

PRINCESA.

Quiero a Nieve...

A Nieve, haz que vuelva mi alegría!

(La princesa arroja el peluche al suelo y se marcha, cubriéndose la cara con las manos; se marcha el Rey, se marcha el mayordomo. Los juguetes siguen haciendo su juego repetitivo hasta que se agotan progresivamente y, con lentitud, abandonan el escenario. Una luz ilumina al perro de peluche en el suelo. Sale el Viento.)

VIENTO.

¿Dónde está Nieve? ¿Adónde van aquellos que queremos cuando se marchan?

Yo soy el Viento, el más viejo de este mundo junto con los mares y la tierra y el trigo, pero no lo sé todo, niños. No, no lo sé todo...

(Coge al peluche del suelo y se va. Se apagan las luces.)

SEGUNDO ACTO


(El Rey está sentado en el sillón real. Entra el mayordomo franqueado por dos pajes.)

REY. (Dirigiéndose al mayordomo.)

¿Y bien? ¿Encontraste la solución? Este reino tiene un grave problema con todos sus animales convertidos en juguetes, en plástico, en peluche. ¿Qué se puede hacer con un inmenso caballo de peluche, que cuando te apoyas en él suena como si relinchase y nada más? O con una gallina de tela que no pone huevos? Y la princesa, mi pequeña Ana, desde hace días está encerrada en sus aposentos reales llorando la ausencia de su perro. Venga, dime, cuál es la solución? Tengo miedo de que esta especie de maleficio avance. He tenido pesadillas en que al paso de los días incluso las montañas se volvían de juguete, blandas y de trapo; al subir de las cabras por ellas se chafaban como si sólo hubiera aire en sus interiores, las casas eran todas de cartón, el sol de peluche colgando del cielo, y no alumbraba! Y hasta todos nosotros, de plástico duro nuestros brazos y piernas; y yo, el Rey, era de plastilina y unas manos enormes jugaban conmigo desde arriba, moldeándome, mi barba y mi corona!

MAYORDOMO.

Mi amo, la solución a este sueño loco está a las mismas puertas de este castillo: el Señor de los perros. No fue difícil encontrarle. Con sólo seguir las huellas de los lobos entre la hierba, pues vive entre ellos, los siervos llegaron a su vivienda construida en un hondo agujero de la tierra.

REY.

Un agujero en la tierra, ja ja ja! En el reino de Alturas, donde desde las terrazas podemos tocar los dulces pies de los ángeles, no sabía que aún había seres humanos que gustaban de habitar junto a los gusanos y las raíces, en la baja tierra.

MAYORDOMO.

El Señor de los perros nos siguió amablemente hasta aquí y contempló la tragedia, todos los animales de Alturas convertidos en lana, en madera, o animales de goma, pájaros de goma inmóviles en las ramas de los árboles!, y ha pedido que traigamos ante él a todos los niños del reino.

REY.

Está bien...! Los niños de este reino ya están ahí sentados (señala al público infantil de la obra). Que pase entonces ese tal... (con tono despreciativo) Señor de los perros.

(Sale el mayordomo. Entra el Señor de los perros y, con porte digno y altivo, se coloca ante el Rey.)

REY.

Caramba. ¿No se inclina usted ante mí? Ha de arrodillarse... Yo soy el soberano de Alturas, rey de los humanos y de los animales, de las verdes llanuras y los mares y de todas las estrellas.

SEÑOR DE LOS PERROS.

Es usted el que debería arrodillarse, ante los bosques que está dejando sin árboles, ante sus tristes caballos que ahora sólo son de tela fría, ante el perro de su hija, que ahora en el interior de su pecho sólo hay aire callado. Yo sólo me arrodillo ante el sol en la mañana, ante el color de la mariposa, a la llegada de la primavera.

REY.

Insolente!... Márchese inmediatamente de este reino...!

(Sale la princesa.)

PRINCESA.

Papá, permítele que hable, por favor!

SEÑOR DE LOS PERROS.

Pequeña, lo que ha ocurrido con los animales tiene solución. Aunque debemos intentar que nunca vuelva a ocurrir. Un perro no es un juguete. Un juguete os puede entretener, hacer reír, pero jamás os puede dar cariño.

(Salen los juguetes, haciendo monerías.)

SEÑOR DE LOS PERROS.

Un juguete no tiene sangre caliente corriendo por su interior, ni un corazón con el que se emociona queriéndoos.

¿Podéis ver en los ojos de los muñecos la profundidad llena de cariño y esperanza que hay en los ojos de un perro?

(Uno de los juguetes se acerca a los niños con ojos alucinados y tontos.)

SEÑOR DE LOS PERROS. (Dirigiéndose a los niños.)

Los animales se han transformado en muñecos, han casi muerto, porque habéis olvidado la fórmula mágica que los mantiene vivos y alegres.

Los perros llegan de un lugar muy hermoso llamado Alegría. Alegría es una tierra de colores de donde llegan los seres con alma, los gorriones, los delfines, nosotros los humanos, los rosales, las olas del mar, hasta aquí, a nuestro mundo. Por eso los perros nos quieren tanto, porque recuerdan el lugar común del que llegamos todos. ¿Sabéis cuántos perros hay en los refugios, porque han sido abandonados, esperando un hogar, pasando frío, hambre y tristeza más grande y lejana que las estrellas en la noche? Hay muchos animales sin hogar y sin cariño y os aseguro que toda esa soledad ha sido como un viento frío que ha acabado congelando a las mascotas en juguetes en el reino de Alturas.

He aquí la solución. Deberéis decir todos a la vez la fórmula mágica que os susurraré al oído. Cuando levante los brazos, la gritaréis todos a la vez.

(La frase que susurran los muñecos y el Señor de los perros a los niños es: TE QUIERO. Se invita a gritar TE QUIERO a los niños varias veces.)

(Seguidamente, la frase que se les hace repetir es NUNCA TE ABANDONARÉ.)

(Entra un perro blanco al escenario, es Nieve, de nuevo vivo y moviendo la cola alegre; la princesa lo abraza llorando. El Rey y el mayordomo se abrazan saltando de alegría, y abrazan al Señor de los perros; el rey coloca su corona sobre la cabeza del Señor de los perros. La bailarina y el soldado también se abrazan (diciéndose una y otra vez, cómicamente, “Te quiero. Te quiero”).

Suena una música muy alta, romántica y con fuerza.)

FIN

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Soneto dedicado a la Hermandad del Cristo de los Estudiantes de Córdoba que ha logrado esta imagen, tan cabal como conmovedora, que nos acerca, más aún, al Cristo Vivo del Sagrario.

A pocos días de que comience la Semana Santa, en donde se vive con especial devoción en lugares tan emblemáticos como Sevilla, cae en nuestras manos una característica novela negra del escritor Fran Ortega. Los hijos de justo comienza con el capellán de la Macarena degollado en la Basílica, en donde, además, no hay rastro de la imagen de la virgen. 

Te he mirado Señor, como otras veces, pero hoy tu rostro está más afligido. Sé que ahora te sientes muy herido por agravios que tu no te mereces.

 
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