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Los ambientes enmascaran las posturas personales, nos aturden y nos confunden con frecuencia

Si hablamos de ambientes

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Nos gusta hablar de los ambientes acechantes, pero no tanto de los ambientadores involucrados en su gestación; quizá por la cuota correspondiente a quienes pretendemos pasar desapercibidos. Las responsabilidades se difuminan bajo múltiples maquillajes. Protagonizamos esa DISOCIACIÓN flagrante de situarnos de lleno en los ambientes, con la aspiración evasiva de no estar implicado en sus funcionamientos cuando asoma el mal fario. En un alarde inconsecuente, se mire por donde se mire, entramos en muchos charcos previsibles con la pretensión de ser invisibles.

En cuanto se aprecian los desperfectos propios y las calamidades sobrevenidas al conjunto, la escapada recurre a cualquier disimulo.

Aunque los equívocos proliferan con ese matiz simpático de las sugerencias intrascendentes; en el transcurso de la vida comprobamos su potencia desequilibrante, en especial cuando son utilizados por las fuerzas dominantes de cada sector social. De tal manera, cuando las aglomeraciones son frecuentes, en la ciudad, en las redes, en las manifestaciones; quizá no percibamos el carácter INHÓSPITO, desértico, del que van imbuidas. Ese gentío ruidoso pronto evidencia su dificultad para las auténticas expresiones personales de sus integrantes, ideas o aportaciones variadas. Fuera del primer pantallazo, predomina la aridez, su misma fogosidad tumultuosa anula los intercambios.

En los alrededores no echamos en falta las grandezas, al menos en su apariencia. Idearios grandilocuentes con escuetos lemas fraseológicos, magníficas exposiciones orquestadas desde potentes organizaciones, impresionantes estructuras históricas dibujadas con frivolidad, instituciones como entidades sólidas. Nos rodean como realidades inalcanzables para la gente común. Son como esos inmensos ROQUEDALES formadores de los farallones en la cordillera circundante. Configuran férreas limitaciones para las modestas capacidades del ciudadano. Asombran por su magnitud, pero también por el simple hecho de su gestación bajo la complicidad de los futuros perjudicados.

La amplitud de los saberes, junto a la diversidad imperante, impiden la suficiencia de cualquier particular. Y el recurso de acudir a los entendidos en cada materia es un territorio minado por las enrevesadas actitudes del momento. La supuesta reserva de los mejores conocimientos adolece de una mezcolanza indiferenciada, propiciadora de las peores confusiones. La reserva INTELECTUAL la hemos convertido en un remanso fangoso donde la disposición de magníficas aportaciones sirve de muy poco por la simultaneidad de los camuflajes. El mismo filósofo mediático que pontifica de la libertad, descalifica con improperios a los votantes de opciones democráticas distintas de las suyas. ¡Ay, la coherencia!

Con el mejor ánimo de solventar los malentendidos, veamos de introducirnos en algunas aproximaciones aclaratorias, bien dispuestos a la franqueza de los debates e intercambios. Servirán las experiencias en una comunidad de vecinos, asociaciones, empresas, instituciones, políticos o políticas. El tropezón con la FRIALDAD de las respuestas, además de las correspondientes sacudidas, interrumpe como ningún otro obstáculo la fluidez de las intenciones participativas. La crispación podría ser aplacada; sin embargo, las destempladas respuestas como témpanos de hielo son mucho peores, congelan las aproximaciones. La experiencia diaria nos expone a sus lamentables inclemencias.

Si bien existen desperdigadas por ahí gran número de esculturas expresivas de valiosos destellos artísticos; hoy dirijo la atención sobre otras menos meritorias. Me refiero a las ESTATUAS vivientes entorpecedoras de la convivencia. El ciudadano contempla a lo lejos esas figuras de los prebostes de los grandes Bancos elevados en duros pedestales inaccesibles. O bien esa figura del orador en el Parlamento, todas muy similares por su distanciamiento. Pero también pasan por esculturas rígidas esos ciudadanos mirones sin percepción de los demás como personas. Y la presencia anquilosada de los autómatas en sus ocupaciones, desentendidos de los matices vivientes de sus conciudadanos.

Quizá seamos sinceros, al menos por los adentros; tolerantes sin duda, a la fuerza; sabios, mientras no entremos en discusiones; eruditos, si sólo contamos los cuatro libros caseros mal leídos. Lo dicho acaba en un relativismo notorio relacionado con el ámbito donde vayamos a aplicarlo. En la actualidad predomina el panorama de las simples OPINIONES, sin necesidad de argumentos, razones o comprobaciones. La adaptación a este sistema tiene su miga, necesitamos ser adivinos para la elección acertada entre la simple fuerza, los números o las retóricas dicharacheras. Son ambientes poco propicios para los razonamientos, y sin ellos, serán despersonalizados.

Estaremos de acuerdo, las opciones son múltiples; observamos conductas de lo más heterogéneo, leemos un sinfín de propuestas intelectuales contradictorias. Los gustos no se pueden quejar, sus ademanes caprichosos no superan la gran variedad de realidades. Queramoslo o no, una misma persona aporta notables variantes según el momento o la situación; los colectivos multiplican esas expresiones. Siendo este carácter POLIFACÉTICO el rasgo inevitable para el comienzo de cualquier proyecto individual, familiar o comunitario. La noción de integridad perdió solidez porque asume rasgos bien diferenciados, exigentes; para no caer en la desintegración personal conviene trabajar a fondo en los ensamblajes.

Por otra parte, en cuestiones relevantes observamos un deficiente interés por sus pormenores. Bien sea por el desánimo frustrado a la vista de los comportamientos asumidos, plenos de apariencias ajenas a los contenidos. O bien por la pereza mental de no esforzarnos por un mayor entendimiento de cada situación. Si en principio cabe pensar en indiferencia, el desarrollo sociológico acaba ocupado por los peores SEGUIDISMOS, serviles, borreguiles, cargados de credulidades y necedades. Por comodidad o por idiotez adquieren una gran prestancia comunitaria. A estas actitudes hemos de reconocerles su potencia de arrastre, bien demostrada en los aconteceres habituales.

Nos tienen engañados o nos dejamos engañar, reforzamos esa convicción. Las dosposibilidades tampoco son incompatibles. Existe la orientación de las cosas bien hechas, de las actitudes responsables, del reconocimiento de los errores e ignorancias. Sin embargo, afrontamos un fondo ambiental bien diferente, servido por los adelantos del momento y aprovechado por las inteligencias despiertas. Es el ámbito de los DELIRIOS narrativos aplicados a la mayoría de las actuaciones sociales. A nivel de proyectos empresariales, relatos históricos o seguimientos ideológicos, sólo se habla de una premisas arbitrarias, la narración se engarza con su repetición y no se discute esa realidad fantasiosa. Renunciamos a la crítica fundada e imperan los ambientes falseados.

Si hablamos de ambientes

Los ambientes enmascaran las posturas personales, nos aturden y nos confunden con frecuencia
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 11 de octubre de 2019, 11:01 h (CET)

Nos gusta hablar de los ambientes acechantes, pero no tanto de los ambientadores involucrados en su gestación; quizá por la cuota correspondiente a quienes pretendemos pasar desapercibidos. Las responsabilidades se difuminan bajo múltiples maquillajes. Protagonizamos esa DISOCIACIÓN flagrante de situarnos de lleno en los ambientes, con la aspiración evasiva de no estar implicado en sus funcionamientos cuando asoma el mal fario. En un alarde inconsecuente, se mire por donde se mire, entramos en muchos charcos previsibles con la pretensión de ser invisibles.

En cuanto se aprecian los desperfectos propios y las calamidades sobrevenidas al conjunto, la escapada recurre a cualquier disimulo.

Aunque los equívocos proliferan con ese matiz simpático de las sugerencias intrascendentes; en el transcurso de la vida comprobamos su potencia desequilibrante, en especial cuando son utilizados por las fuerzas dominantes de cada sector social. De tal manera, cuando las aglomeraciones son frecuentes, en la ciudad, en las redes, en las manifestaciones; quizá no percibamos el carácter INHÓSPITO, desértico, del que van imbuidas. Ese gentío ruidoso pronto evidencia su dificultad para las auténticas expresiones personales de sus integrantes, ideas o aportaciones variadas. Fuera del primer pantallazo, predomina la aridez, su misma fogosidad tumultuosa anula los intercambios.

En los alrededores no echamos en falta las grandezas, al menos en su apariencia. Idearios grandilocuentes con escuetos lemas fraseológicos, magníficas exposiciones orquestadas desde potentes organizaciones, impresionantes estructuras históricas dibujadas con frivolidad, instituciones como entidades sólidas. Nos rodean como realidades inalcanzables para la gente común. Son como esos inmensos ROQUEDALES formadores de los farallones en la cordillera circundante. Configuran férreas limitaciones para las modestas capacidades del ciudadano. Asombran por su magnitud, pero también por el simple hecho de su gestación bajo la complicidad de los futuros perjudicados.

La amplitud de los saberes, junto a la diversidad imperante, impiden la suficiencia de cualquier particular. Y el recurso de acudir a los entendidos en cada materia es un territorio minado por las enrevesadas actitudes del momento. La supuesta reserva de los mejores conocimientos adolece de una mezcolanza indiferenciada, propiciadora de las peores confusiones. La reserva INTELECTUAL la hemos convertido en un remanso fangoso donde la disposición de magníficas aportaciones sirve de muy poco por la simultaneidad de los camuflajes. El mismo filósofo mediático que pontifica de la libertad, descalifica con improperios a los votantes de opciones democráticas distintas de las suyas. ¡Ay, la coherencia!

Con el mejor ánimo de solventar los malentendidos, veamos de introducirnos en algunas aproximaciones aclaratorias, bien dispuestos a la franqueza de los debates e intercambios. Servirán las experiencias en una comunidad de vecinos, asociaciones, empresas, instituciones, políticos o políticas. El tropezón con la FRIALDAD de las respuestas, además de las correspondientes sacudidas, interrumpe como ningún otro obstáculo la fluidez de las intenciones participativas. La crispación podría ser aplacada; sin embargo, las destempladas respuestas como témpanos de hielo son mucho peores, congelan las aproximaciones. La experiencia diaria nos expone a sus lamentables inclemencias.

Si bien existen desperdigadas por ahí gran número de esculturas expresivas de valiosos destellos artísticos; hoy dirijo la atención sobre otras menos meritorias. Me refiero a las ESTATUAS vivientes entorpecedoras de la convivencia. El ciudadano contempla a lo lejos esas figuras de los prebostes de los grandes Bancos elevados en duros pedestales inaccesibles. O bien esa figura del orador en el Parlamento, todas muy similares por su distanciamiento. Pero también pasan por esculturas rígidas esos ciudadanos mirones sin percepción de los demás como personas. Y la presencia anquilosada de los autómatas en sus ocupaciones, desentendidos de los matices vivientes de sus conciudadanos.

Quizá seamos sinceros, al menos por los adentros; tolerantes sin duda, a la fuerza; sabios, mientras no entremos en discusiones; eruditos, si sólo contamos los cuatro libros caseros mal leídos. Lo dicho acaba en un relativismo notorio relacionado con el ámbito donde vayamos a aplicarlo. En la actualidad predomina el panorama de las simples OPINIONES, sin necesidad de argumentos, razones o comprobaciones. La adaptación a este sistema tiene su miga, necesitamos ser adivinos para la elección acertada entre la simple fuerza, los números o las retóricas dicharacheras. Son ambientes poco propicios para los razonamientos, y sin ellos, serán despersonalizados.

Estaremos de acuerdo, las opciones son múltiples; observamos conductas de lo más heterogéneo, leemos un sinfín de propuestas intelectuales contradictorias. Los gustos no se pueden quejar, sus ademanes caprichosos no superan la gran variedad de realidades. Queramoslo o no, una misma persona aporta notables variantes según el momento o la situación; los colectivos multiplican esas expresiones. Siendo este carácter POLIFACÉTICO el rasgo inevitable para el comienzo de cualquier proyecto individual, familiar o comunitario. La noción de integridad perdió solidez porque asume rasgos bien diferenciados, exigentes; para no caer en la desintegración personal conviene trabajar a fondo en los ensamblajes.

Por otra parte, en cuestiones relevantes observamos un deficiente interés por sus pormenores. Bien sea por el desánimo frustrado a la vista de los comportamientos asumidos, plenos de apariencias ajenas a los contenidos. O bien por la pereza mental de no esforzarnos por un mayor entendimiento de cada situación. Si en principio cabe pensar en indiferencia, el desarrollo sociológico acaba ocupado por los peores SEGUIDISMOS, serviles, borreguiles, cargados de credulidades y necedades. Por comodidad o por idiotez adquieren una gran prestancia comunitaria. A estas actitudes hemos de reconocerles su potencia de arrastre, bien demostrada en los aconteceres habituales.

Nos tienen engañados o nos dejamos engañar, reforzamos esa convicción. Las dosposibilidades tampoco son incompatibles. Existe la orientación de las cosas bien hechas, de las actitudes responsables, del reconocimiento de los errores e ignorancias. Sin embargo, afrontamos un fondo ambiental bien diferente, servido por los adelantos del momento y aprovechado por las inteligencias despiertas. Es el ámbito de los DELIRIOS narrativos aplicados a la mayoría de las actuaciones sociales. A nivel de proyectos empresariales, relatos históricos o seguimientos ideológicos, sólo se habla de una premisas arbitrarias, la narración se engarza con su repetición y no se discute esa realidad fantasiosa. Renunciamos a la crítica fundada e imperan los ambientes falseados.

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