“Muérete, Cifuentes”. Esta fue la resentida y más fina de las reacciones de decenas, centenares de individuos en redes sociales al conocerse el tremendo accidente de moto que había sufrido la delegada del gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, quien es pieza clave en la renovación del partido en Madrid que quiere acometer en próximas fechas Mariano Rajoy. Menudo lumpen moral.
Estupor y sorpresa por la cruda realidad al quedar a la vista la enfermedad moral de parte no pequeña de la sociedad española que dejaba pronto paso a la lógica indignación. Indignación y malestar que fueron en aumento el día en que un grupo de personas, que se dicen trabajadores de la sanidad pública madrileña, se manifestaban a las puertas del centro médico La Paz, en cuya Unidad de Cuidados Intensivos se encuentra la política del PP, poco menos que exigiendo su expulsión del centro. No queda claro si les pareció bien salvarle la vida, pero supongo que no. A la cabeza de la indigna protesta, por cierto, la siempre presente amiga de Otegi, el de Batasuna/ETA, Ángeles Maestro, antaño diputada de la reaccionaria Izquierda Unida. Qué rollo de señora. Hace ya mucho que el agit-prop quedó en manos de la extrema izquierda, lo que es bastante preocupante.
Deberían el resto de concentrados (¿legalmente?) ser identificados, y si realmente son empleados de la sanidad pública, ser fulminantemente expedientados y despedidos. No lo serán. El complejo de los gobiernos del PP, siempre implorando poder formar parte de la socialdemocracia, es demasiado complejo. Y una de las causas principales, junto con la legislación complaciente con el violento y dura con las víctimas, del envalentonamiento de los totalitarios.
Escribía Ludwig von Mises que “la raíz del antiliberalismo no puede ser aprehendida por vía de la razón pura, pues no es de orden racional. Constituye, por el contrario, el fruto de una disposición mental patológica, que brota del resentimiento, de una condición neurasténica, que cabría denominar el complejo de Fourier”.
A la delegada del gobierno la odian, quienes así se pronunciaban y quienes así se manifiestan, por dos motivos. No ser de izquierdas, esa dispensa moral que basta con proclamar para sentirte buena persona aunque seas como esta tropa, y haber triunfado en la vida. Esto último a la chusma neurótica le resulta imperdonable.