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El presidente intenta desviar la atención del caso Bárcenas generando un conflicto diplomático por Gibraltar

El viaje a ninguna parte de Rajoy

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Allá donde esté, pido perdón al gran Fernando Fernán Gómez por asegurar que tiene algo en común con Mariano Rajoy. Ni más ni menos que el hecho de que ambos, en algún momento de sus vidas, iniciaran ‘El viaje a ninguna parte’. Obviamente, lo del maestro tuvo mucha más enjundia, al narrar primero en novela y luego en película, las penurias de los cómicos en la posguerra, cuando con el auge del cine, el público acabó dando la espalda al teatro.

Los actores malvivían, vagando sin rumbo fijo ni definido, intentando asirse a una tabla de salvación que les permitiera llevarse algo a la boca para sobrevivir.

Y precisamente en eso está Mariano Rajoy desde hace muchos meses: en una desesperada lucha por la supervivencia, que nos ha empujado, entre otras cosas, a abrir un conflicto diplomático con la Gran Bretaña. Se trata de desviar la atención como sea. Solo espero que el asunto no termine yendo a mayores, porque estas cosas se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan. Y si ponemos a la Unión Europea en la tesitura de tener que elegir entre España y el Reino Unido, quizá acabemos llevándonos alguna sorpresa desagradable. Sabemos que en Gibraltar pasan cosas, pero también somos conscientes de que en las relaciones internacionales la diplomacia resulta mucho más fiable que la bravuconería.

A pesar de todo nos ha dado un brote de ardor patrio que en cualquier momento se nos puede volver en contra y que no ayuda a sacar de la escena al llamado caso Bárcenas. Curiosamente, lo dice alguna encuesta, a la opinión pública le resulta más creíble la versión de Luis Bárcenas que la de Rajoy. Quizá porque mientras uno va sacando documentos probatorios, el otro se limita a decir que “todo es falso, salvo alguna cosa”, aunque el panorama informativo que tenemos por delante parece apuntar justo lo contario.

Y es que ya no es solo Bárcenas el que desmiente al presidente del Partido Popular. El exgerente de la formación conservadora, Cristóbal Páez, al que un buen día cesó el propio Rajoy, reconoció ante Ruz haber cobrado sobresueldos en negro. Y María Dolores de Cospedal, incapaz de soportar la presión a la que la sometió el juez de la Audiencia Nacional, acabó cantando por soleares al decir que el finiquito “simulado y en diferido” del que nos habló hace meses, fue en realidad pactado en una reunión a tres bandas entre Bárcenas, Arenas y Rajoy. Todo era mentira, Bárcenas no estaba pero sí estaba, y por si faltaba algo, resulta que fue el propio presidente el que se encargó de dar satisfacción económica a ése al que ahora en el PP todos tildan de “delincuente”.

No pretendo hacer un chiste fácil pero parece evidente que a Rajoy últimamente no le sale una a derechas. La línea oficial de defensa determinó que en el PP nadie cometió pecado alguno del que debiera avergonzarse, pero que en el hipotético y altamente improbable caso de que existiera algún pecador, el nominado para tal honor era el octogenario Álvaro Puerta, antecesor de Bárcenas en la cosa de hacerse cargo de los dineros del partido. Dado su precario estado de salud, todo hacía presagiar que no podría ser llamado a declarar. Hasta que una vez finalizada la declaración de De Cospedal, Pedro Jota lo sacó en la portada de El Mundo, en una foto tomada a la salida de misa, en la que se apreciaba un buen aspecto a pesar de su avanzada edad. Por si faltaba algo, la esposa manifestaba al diario, como ya hicieron tiempo atrás sus hijos, que las dos caídas sufridas por este señor fueron “muy raras”. No sé qué está insinuando la familia, pero imagino que en Génova se pondrían de los nervios al ver semejante información. Porque subliminalmente parece que se está queriendo decir que Álvaro Puerta tiene ganas de contar cosas.

Rajoy tiene los días contados. Sus maniobras de distracción no dan resultado. Lo que empezó como caso Gürtel mutó a caso Bárcenas, y no son ya pocas las voces que hablan del caso Rajoy. El presidente, en un intento desesperado por salir del bucle que lo atrapa, ha iniciado de forma errática ‘El viaje a ninguna parte’, que inexorablemente finalizará en una estación llamada ‘renuncia’.

El viaje a ninguna parte de Rajoy

El presidente intenta desviar la atención del caso Bárcenas generando un conflicto diplomático por Gibraltar
Rafa García
lunes, 19 de agosto de 2013, 08:08 h (CET)
Allá donde esté, pido perdón al gran Fernando Fernán Gómez por asegurar que tiene algo en común con Mariano Rajoy. Ni más ni menos que el hecho de que ambos, en algún momento de sus vidas, iniciaran ‘El viaje a ninguna parte’. Obviamente, lo del maestro tuvo mucha más enjundia, al narrar primero en novela y luego en película, las penurias de los cómicos en la posguerra, cuando con el auge del cine, el público acabó dando la espalda al teatro.

Los actores malvivían, vagando sin rumbo fijo ni definido, intentando asirse a una tabla de salvación que les permitiera llevarse algo a la boca para sobrevivir.

Y precisamente en eso está Mariano Rajoy desde hace muchos meses: en una desesperada lucha por la supervivencia, que nos ha empujado, entre otras cosas, a abrir un conflicto diplomático con la Gran Bretaña. Se trata de desviar la atención como sea. Solo espero que el asunto no termine yendo a mayores, porque estas cosas se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan. Y si ponemos a la Unión Europea en la tesitura de tener que elegir entre España y el Reino Unido, quizá acabemos llevándonos alguna sorpresa desagradable. Sabemos que en Gibraltar pasan cosas, pero también somos conscientes de que en las relaciones internacionales la diplomacia resulta mucho más fiable que la bravuconería.

A pesar de todo nos ha dado un brote de ardor patrio que en cualquier momento se nos puede volver en contra y que no ayuda a sacar de la escena al llamado caso Bárcenas. Curiosamente, lo dice alguna encuesta, a la opinión pública le resulta más creíble la versión de Luis Bárcenas que la de Rajoy. Quizá porque mientras uno va sacando documentos probatorios, el otro se limita a decir que “todo es falso, salvo alguna cosa”, aunque el panorama informativo que tenemos por delante parece apuntar justo lo contario.

Y es que ya no es solo Bárcenas el que desmiente al presidente del Partido Popular. El exgerente de la formación conservadora, Cristóbal Páez, al que un buen día cesó el propio Rajoy, reconoció ante Ruz haber cobrado sobresueldos en negro. Y María Dolores de Cospedal, incapaz de soportar la presión a la que la sometió el juez de la Audiencia Nacional, acabó cantando por soleares al decir que el finiquito “simulado y en diferido” del que nos habló hace meses, fue en realidad pactado en una reunión a tres bandas entre Bárcenas, Arenas y Rajoy. Todo era mentira, Bárcenas no estaba pero sí estaba, y por si faltaba algo, resulta que fue el propio presidente el que se encargó de dar satisfacción económica a ése al que ahora en el PP todos tildan de “delincuente”.

No pretendo hacer un chiste fácil pero parece evidente que a Rajoy últimamente no le sale una a derechas. La línea oficial de defensa determinó que en el PP nadie cometió pecado alguno del que debiera avergonzarse, pero que en el hipotético y altamente improbable caso de que existiera algún pecador, el nominado para tal honor era el octogenario Álvaro Puerta, antecesor de Bárcenas en la cosa de hacerse cargo de los dineros del partido. Dado su precario estado de salud, todo hacía presagiar que no podría ser llamado a declarar. Hasta que una vez finalizada la declaración de De Cospedal, Pedro Jota lo sacó en la portada de El Mundo, en una foto tomada a la salida de misa, en la que se apreciaba un buen aspecto a pesar de su avanzada edad. Por si faltaba algo, la esposa manifestaba al diario, como ya hicieron tiempo atrás sus hijos, que las dos caídas sufridas por este señor fueron “muy raras”. No sé qué está insinuando la familia, pero imagino que en Génova se pondrían de los nervios al ver semejante información. Porque subliminalmente parece que se está queriendo decir que Álvaro Puerta tiene ganas de contar cosas.

Rajoy tiene los días contados. Sus maniobras de distracción no dan resultado. Lo que empezó como caso Gürtel mutó a caso Bárcenas, y no son ya pocas las voces que hablan del caso Rajoy. El presidente, en un intento desesperado por salir del bucle que lo atrapa, ha iniciado de forma errática ‘El viaje a ninguna parte’, que inexorablemente finalizará en una estación llamada ‘renuncia’.

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