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Nada es comparable a lo que se ha practicado en Europa

Encuentro con las minorías

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Se comete una imperiosa y expeditiva sinceridad cuando nos tratan a los adultos como si fuésemos niños. Ya lo dijo Jonathan Sweift: “La educación es la experiencia de la grandeza”. ¿Pero dónde está educación? ¿En qué espejo nos miramos, de qué corrupción hablamos? Ah, que bellas las palabras de Novalis cuando dijo, hace ya siglos, con claridad meridiana, algo tan importante y bello a vez: “Donde haya un niño existe una edad de oro”. Hoy, podemos decir que ternemos una edad de piedra. Los niños. Ellos no tienen culpa alguna de que, por ejemplo, se estén haciendo tan terribles recortes en la enseñanza.

Ni nada es comparable a lo que se ha practicado en Europa; incluso en algunos países como Finlandia, que sufrieron durante largo tiempo. Y entretanto, aquí, los maldicientes aún continúan achacando la crisis generalizada a la “herencia recibida de Zapatero”. Y todo nos hemos olvidado ya de los Bancos, de los todopoderosos EE.UU. De la corrupción. Mientras que los pobres niños, impotentes todavía, sufriendo las maldades de los avaros del dinero, capos, mentirosos (fuera y dentro de los partidos políticos). Fueron estrellas fugaces. Y aquí no ha pasado nada.

Aunque, salvando las distancias, es poco admisible que todo lo bueno hecho por anteriores gobiernos –con sus errores incluidos- durante una, dos o siete legislaturas, no es admisible, repito, que el partido entrante se dedique a deshacer lo que tanto esfuerzo costó al anterior (al que nunca se le ha reconocido esfuerzo benemérito alguno; eso me parece el mayor de los despropósitos que hoy se lanza como dardos contra sus propios compatriotas, contra la sociedad de la que se supone es velador y, además, habiendo recibido el premio de la mayoría absoluta. Insisto, digo con todas mis fuerzas que no hay derecho a eso; que lo que está bien, bien hecho está, venga de la mano del gobierno que venga; y si hay errores, que se corrijan (o se castigue, si fuese menester). Así. Tan claro como una sencilla operación matemática.

Hoy, al salir a la calle, el sol calienta con demasiada fuerza, pero continuamos sufriendo una primavera perversa -que me perdonen los poetas-, con poco dinero y muchas desgracias. Se ven incomprensiones y desapegos, oímos el sonsonete de “y tú más” hasta la saciedad, y “lo de la herencia recibida”. ¡Dios, qué horroroso recurso tan admirablemente empleado! Ampararse en este hecho –nunca del todo verdadero- no es de persona cabal, ni hay juego limpio entre los que se autoproclaman salvadores, que elevan su voz para acallar a la de los demás. Terrible. Escuchamos un falso lenguaje que cada vez se hace menos inteligible, más vulgarizado. Vivimos en el desapego y la incomprensión, en la falta de ética y de moral. Se dan bandazos. Se vociferan barbaridades, o nos asustan los silencios demasiado prolongados… ¿No saben qué decir, o dicen demasiada cosas? Ellos mismos ven que el rodillo no funciona porque, aunque las mayorías absolutas son aplastantes siempre, “la educación es la experiencia de la grandeza”, decíamos arriba. Pero el pueblo llano, siempre sufriendo, en pie, sacrificados: los pocos que trabajan, desembolsando los escasos euros que les resuenan en el bolsillo. Pero saben que están frenando muchos desaguisados, leyes que el resto de la Cámara nunca podría anular con el voto en contra (porque en minoría, nada de cuanto se haga, vale; por lo que no pueden salir proyectos adelante, pues manda la mayoría absoluta). Solo queda la calle. Y la calle ahora arde como el mismísimo infierno.

Sí: incluso las personas con un punto de cobardía salen en grupos, para que se las oiga, para decir que paren, por ejemplo, la ley de costas, el aborto, los recortes en sanidad y en la enseñanza. ¡Es todo un disparate seguir por el mismo camino! Y a todo aquel que sufre en sus carnes esta situación, seguro que puede pisar las ascuas del verano, refrescadas, con un agudo grito de dolor. Y los niños.

Encuentro con las minorías

Nada es comparable a lo que se ha practicado en Europa
Manuel Senra
martes, 13 de agosto de 2013, 08:03 h (CET)
Se comete una imperiosa y expeditiva sinceridad cuando nos tratan a los adultos como si fuésemos niños. Ya lo dijo Jonathan Sweift: “La educación es la experiencia de la grandeza”. ¿Pero dónde está educación? ¿En qué espejo nos miramos, de qué corrupción hablamos? Ah, que bellas las palabras de Novalis cuando dijo, hace ya siglos, con claridad meridiana, algo tan importante y bello a vez: “Donde haya un niño existe una edad de oro”. Hoy, podemos decir que ternemos una edad de piedra. Los niños. Ellos no tienen culpa alguna de que, por ejemplo, se estén haciendo tan terribles recortes en la enseñanza.

Ni nada es comparable a lo que se ha practicado en Europa; incluso en algunos países como Finlandia, que sufrieron durante largo tiempo. Y entretanto, aquí, los maldicientes aún continúan achacando la crisis generalizada a la “herencia recibida de Zapatero”. Y todo nos hemos olvidado ya de los Bancos, de los todopoderosos EE.UU. De la corrupción. Mientras que los pobres niños, impotentes todavía, sufriendo las maldades de los avaros del dinero, capos, mentirosos (fuera y dentro de los partidos políticos). Fueron estrellas fugaces. Y aquí no ha pasado nada.

Aunque, salvando las distancias, es poco admisible que todo lo bueno hecho por anteriores gobiernos –con sus errores incluidos- durante una, dos o siete legislaturas, no es admisible, repito, que el partido entrante se dedique a deshacer lo que tanto esfuerzo costó al anterior (al que nunca se le ha reconocido esfuerzo benemérito alguno; eso me parece el mayor de los despropósitos que hoy se lanza como dardos contra sus propios compatriotas, contra la sociedad de la que se supone es velador y, además, habiendo recibido el premio de la mayoría absoluta. Insisto, digo con todas mis fuerzas que no hay derecho a eso; que lo que está bien, bien hecho está, venga de la mano del gobierno que venga; y si hay errores, que se corrijan (o se castigue, si fuese menester). Así. Tan claro como una sencilla operación matemática.

Hoy, al salir a la calle, el sol calienta con demasiada fuerza, pero continuamos sufriendo una primavera perversa -que me perdonen los poetas-, con poco dinero y muchas desgracias. Se ven incomprensiones y desapegos, oímos el sonsonete de “y tú más” hasta la saciedad, y “lo de la herencia recibida”. ¡Dios, qué horroroso recurso tan admirablemente empleado! Ampararse en este hecho –nunca del todo verdadero- no es de persona cabal, ni hay juego limpio entre los que se autoproclaman salvadores, que elevan su voz para acallar a la de los demás. Terrible. Escuchamos un falso lenguaje que cada vez se hace menos inteligible, más vulgarizado. Vivimos en el desapego y la incomprensión, en la falta de ética y de moral. Se dan bandazos. Se vociferan barbaridades, o nos asustan los silencios demasiado prolongados… ¿No saben qué decir, o dicen demasiada cosas? Ellos mismos ven que el rodillo no funciona porque, aunque las mayorías absolutas son aplastantes siempre, “la educación es la experiencia de la grandeza”, decíamos arriba. Pero el pueblo llano, siempre sufriendo, en pie, sacrificados: los pocos que trabajan, desembolsando los escasos euros que les resuenan en el bolsillo. Pero saben que están frenando muchos desaguisados, leyes que el resto de la Cámara nunca podría anular con el voto en contra (porque en minoría, nada de cuanto se haga, vale; por lo que no pueden salir proyectos adelante, pues manda la mayoría absoluta). Solo queda la calle. Y la calle ahora arde como el mismísimo infierno.

Sí: incluso las personas con un punto de cobardía salen en grupos, para que se las oiga, para decir que paren, por ejemplo, la ley de costas, el aborto, los recortes en sanidad y en la enseñanza. ¡Es todo un disparate seguir por el mismo camino! Y a todo aquel que sufre en sus carnes esta situación, seguro que puede pisar las ascuas del verano, refrescadas, con un agudo grito de dolor. Y los niños.

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