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Despreciamos en exceso las cualidades, para embrutecernos con las frivolidades abusivas

Hojas desprendidas

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Tienen una relevancia especial, son representantes de ese recorrido desde la primavera al otoño. Los brotes verdes iniciaron los recortes de sus vidas, adaptadas a su condición biológica, encasilladas a sus funciones. Su ensamblaje con el árbol les confiere un carácter particular de presencia imprescindible, de colaboradoras necesarias para el buen resultado armónico del conjunto. ¡Ah! Pero sobreviene el DESPRENDIMIENTO, la caída, la podredumbre y su desintegración. Al socaire de su evolución surgen las incógnitas desde fondos complejos, en referencia al árbol, a las hojas e incluso en su extensión, aplicadas a los seres humanos. Las personas con el añadido de los sentimientos responsables, del lamento y de las aspiraciones.

Nos empeñamos en la elaboración de relatos creíbles; al fin los consideramos como realidades auténticas, con sus raíces, numerosas ramas y un sin fin de hojas. Un frondoso entramado, pero fantasioso con más frecuencia de lo deseable. Se utilizan en cualquier territorio, son propias de la naturaleza humana; intentan la explicación de unas andanzas menesterosas insoslayables. Lo son de manera implacable. Las contrariedades provocan un DETERIORO progresivo. En sus reiteraciones cíclicas, los elementos constitutivos de esas vidas inician su desgaste con la eliminación progresiva de sus componentes. Sólo parece quedarnos una mínima posibilidad para el enlentecimiento del proceso.

Lo peor no suele ser la evolución natural, árbol u hombre, su final está marcado por la claudicación tras el paso por el desfiladero de las inclemencias. En eso no hay escapatoria, llamémosle destino o naturalidad. Lo increíble es el torpe EMPECINAMIENTO para añadir penalidades sin miramientos; hasta hacer insufrible la existencia a gran número de personas y culminar con su eliminación física. Los indicios apuntan al incremento de los desvarios pese al desarrollo de la civilización. Contra lo bien pensado, las sociedades parecen empeñadas en maquillar estos comportamientos, diluyen las responsabilidades, borran las culpas y abren la espita a los malversadores.

La tozudez de las actitudes aboca a fuertes sacudidas en la convivencia. Quizá acaben por parecer rutinarias esas caídas de hojas en forma de sufrimientos INFANTILES. La larga lista de asesinados por sus propios padres en un desprecio total de la inocencia infantil. Los abusos nos descubren dimensiones inconcebibles. Las imágenes de hambrunas, emigrantes o refugiados son escalofriantes. Constituyen hojas desprendidas de la comunidad indicadoras de una grave distorsión de las sensibilidades. Con el tiempo, sea por desidia, repetición o simple necedad, quedan reducidas a salpicaduras transitorias, con pocas repercusiones orientadas al cuidado del tronco común.

Uno de los derrumbamientos más penosos sufre de silenciamientos, sino desinterés, a la hora de sus tratamientos. Me refiero a las pérdidas humanas por SUICIDIOS. Quedan reducidos a un sombreado de difícil justificación, las causas, los cuidados, los apoyos, son poco debatidos. Adquieren especial relevancia los afectados en edades infantiles, por efectos del entorno escolar o por la soledad de sus ámbitos. Los ritmos de vida ajetreados intensifican la provocación de soledades angustiosas de intenso calado. Los datos acucian, el aluvión de víctimas enciende las alarmas, pero aún no despierta a una sociedad poco propensa a la pausa reflexiva dedicada a sus integrantes desesperados.

La desvirtuación de las palabras desmoronó los criterios; sin estos, las decisiones fluyeron descontroladas, con la consiguiente liberación de los comportamientos. La Ética y la Moral pasaron a las estanterías librescas de los museos, apenas se recuerdan sus contenidos. Los aires pretenciosos de esa progresiva ligereza fueron desprendiendo las hojas de las diferentes CULPABILIDADES, desintegradas por el tumulto de las actuaciones. Los agentes foráneos precipitaron el devenir de los acontecimientos, según esa cómoda adscripción al sinsentido de los grupos ajetreados. Mientras actúa ese gratificante disfrute sin escrúpulos, asoman las consecuencias imprevisibles.

Antes de las culpas y los castigos de dudosos efectos después de los daños irreversibles; son muchas las pérdidas contempladas con excesiva pasividad, con una indolencia rayana en la estupidez. Cuando no se valoran las cualidades sencillas, por el contrario, se las combate, desdeñamos las posibles repercusiones. Al contemplar las actuaciones de los Pujol, junteros andaluces, Rato, Urdangarín, plagiadores, etc.; queda patente la fragilidad de las hojas de la VERGÜENZA, que nos hacen dudar de las primaveras con savia sana. En una mezcla de alardes con malas artes, de cantos sociales y anchos bolsillos, se resisten a la podredumbre que testimonian a pesar de sus disimulos; hieden los mostruos del empoderamiento.

Las figuras foliáceas también las dibujamos bajo formas utilitarias de significados complejos, lejos de las esencias de las actuaciones reflejamos las intenciones de sus dibujantes; ni siquiera atienden al resto de la gente. Basados en los adjetivos, eluden lo sustantivo. Que si la edad, juvenil o avanzada, ámbito doméstico, cuestión de género, entramado económico, tendencias sexuales, islamistas, católicos o ateos; son algunas de las ETIQUETAS empleadas. Al desprenderse estas, pronto descubrimos que se trataba de eufemismos secundarios; porque en realidad debiera hablarse de asesinos, pervertidos, insolidarios o desesperados, cuyas motivaciones radican en los adentros de su personalidad; muy a la vista al caer las etiquetas.

Las algarabías estruendosas escenificadas a diario, los parlamentos o las redes sociales, por decibelios o por avalanchas, muestran sus ínfulas de protagonistas sin par. Contrastan con lo percibido por la mínima atención del ciudadano. Las manifestaciones circulan por determinadas trayectorias alejadas de la transparencia en lo referente a sus propósitos; de los cuales se desgajan una serie de reteradas secuencias, los considerados COMPROMISOS decisivos. Estos conceptos, arrastrados por los vientos, no sólo se evaporan de los núcleos decisorios, ya no son detectables, quedaron disgregados en una serie de componendas que los tornaron en irreconocibles. Y sin ellos, desapareció la confianza.

Las secuelas de los potentes vendavales muestran desperfectos amplificados por factores de distinto pelaje. El buen arraigo se nota, hablemos de criterios, hojas o sentimientos, exige un cultivo esmerado; los descuidos en esta labor debilitan los nuevos brotes. A los agentes foráneos hemos de sumarles las insoslayables limitaciones humanas. Desde la impresionante maraña de conexiones surge la realidad un tanto deprimente de esas hojas volanderas como una estampida multiforme de BANALIDADES. Reflejan la abundancia de mentalidades ofuscadas por haber encendido demasiados focos, sin resolver el asunto de su caducidad angustiosa. La vida, la muerte, el amor, el odio, la insidia, los experimentamos a través de unos juegos florales intrascendentes.

Hojas desprendidas

Despreciamos en exceso las cualidades, para embrutecernos con las frivolidades abusivas
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 4 de octubre de 2019, 10:50 h (CET)

Tienen una relevancia especial, son representantes de ese recorrido desde la primavera al otoño. Los brotes verdes iniciaron los recortes de sus vidas, adaptadas a su condición biológica, encasilladas a sus funciones. Su ensamblaje con el árbol les confiere un carácter particular de presencia imprescindible, de colaboradoras necesarias para el buen resultado armónico del conjunto. ¡Ah! Pero sobreviene el DESPRENDIMIENTO, la caída, la podredumbre y su desintegración. Al socaire de su evolución surgen las incógnitas desde fondos complejos, en referencia al árbol, a las hojas e incluso en su extensión, aplicadas a los seres humanos. Las personas con el añadido de los sentimientos responsables, del lamento y de las aspiraciones.

Nos empeñamos en la elaboración de relatos creíbles; al fin los consideramos como realidades auténticas, con sus raíces, numerosas ramas y un sin fin de hojas. Un frondoso entramado, pero fantasioso con más frecuencia de lo deseable. Se utilizan en cualquier territorio, son propias de la naturaleza humana; intentan la explicación de unas andanzas menesterosas insoslayables. Lo son de manera implacable. Las contrariedades provocan un DETERIORO progresivo. En sus reiteraciones cíclicas, los elementos constitutivos de esas vidas inician su desgaste con la eliminación progresiva de sus componentes. Sólo parece quedarnos una mínima posibilidad para el enlentecimiento del proceso.

Lo peor no suele ser la evolución natural, árbol u hombre, su final está marcado por la claudicación tras el paso por el desfiladero de las inclemencias. En eso no hay escapatoria, llamémosle destino o naturalidad. Lo increíble es el torpe EMPECINAMIENTO para añadir penalidades sin miramientos; hasta hacer insufrible la existencia a gran número de personas y culminar con su eliminación física. Los indicios apuntan al incremento de los desvarios pese al desarrollo de la civilización. Contra lo bien pensado, las sociedades parecen empeñadas en maquillar estos comportamientos, diluyen las responsabilidades, borran las culpas y abren la espita a los malversadores.

La tozudez de las actitudes aboca a fuertes sacudidas en la convivencia. Quizá acaben por parecer rutinarias esas caídas de hojas en forma de sufrimientos INFANTILES. La larga lista de asesinados por sus propios padres en un desprecio total de la inocencia infantil. Los abusos nos descubren dimensiones inconcebibles. Las imágenes de hambrunas, emigrantes o refugiados son escalofriantes. Constituyen hojas desprendidas de la comunidad indicadoras de una grave distorsión de las sensibilidades. Con el tiempo, sea por desidia, repetición o simple necedad, quedan reducidas a salpicaduras transitorias, con pocas repercusiones orientadas al cuidado del tronco común.

Uno de los derrumbamientos más penosos sufre de silenciamientos, sino desinterés, a la hora de sus tratamientos. Me refiero a las pérdidas humanas por SUICIDIOS. Quedan reducidos a un sombreado de difícil justificación, las causas, los cuidados, los apoyos, son poco debatidos. Adquieren especial relevancia los afectados en edades infantiles, por efectos del entorno escolar o por la soledad de sus ámbitos. Los ritmos de vida ajetreados intensifican la provocación de soledades angustiosas de intenso calado. Los datos acucian, el aluvión de víctimas enciende las alarmas, pero aún no despierta a una sociedad poco propensa a la pausa reflexiva dedicada a sus integrantes desesperados.

La desvirtuación de las palabras desmoronó los criterios; sin estos, las decisiones fluyeron descontroladas, con la consiguiente liberación de los comportamientos. La Ética y la Moral pasaron a las estanterías librescas de los museos, apenas se recuerdan sus contenidos. Los aires pretenciosos de esa progresiva ligereza fueron desprendiendo las hojas de las diferentes CULPABILIDADES, desintegradas por el tumulto de las actuaciones. Los agentes foráneos precipitaron el devenir de los acontecimientos, según esa cómoda adscripción al sinsentido de los grupos ajetreados. Mientras actúa ese gratificante disfrute sin escrúpulos, asoman las consecuencias imprevisibles.

Antes de las culpas y los castigos de dudosos efectos después de los daños irreversibles; son muchas las pérdidas contempladas con excesiva pasividad, con una indolencia rayana en la estupidez. Cuando no se valoran las cualidades sencillas, por el contrario, se las combate, desdeñamos las posibles repercusiones. Al contemplar las actuaciones de los Pujol, junteros andaluces, Rato, Urdangarín, plagiadores, etc.; queda patente la fragilidad de las hojas de la VERGÜENZA, que nos hacen dudar de las primaveras con savia sana. En una mezcla de alardes con malas artes, de cantos sociales y anchos bolsillos, se resisten a la podredumbre que testimonian a pesar de sus disimulos; hieden los mostruos del empoderamiento.

Las figuras foliáceas también las dibujamos bajo formas utilitarias de significados complejos, lejos de las esencias de las actuaciones reflejamos las intenciones de sus dibujantes; ni siquiera atienden al resto de la gente. Basados en los adjetivos, eluden lo sustantivo. Que si la edad, juvenil o avanzada, ámbito doméstico, cuestión de género, entramado económico, tendencias sexuales, islamistas, católicos o ateos; son algunas de las ETIQUETAS empleadas. Al desprenderse estas, pronto descubrimos que se trataba de eufemismos secundarios; porque en realidad debiera hablarse de asesinos, pervertidos, insolidarios o desesperados, cuyas motivaciones radican en los adentros de su personalidad; muy a la vista al caer las etiquetas.

Las algarabías estruendosas escenificadas a diario, los parlamentos o las redes sociales, por decibelios o por avalanchas, muestran sus ínfulas de protagonistas sin par. Contrastan con lo percibido por la mínima atención del ciudadano. Las manifestaciones circulan por determinadas trayectorias alejadas de la transparencia en lo referente a sus propósitos; de los cuales se desgajan una serie de reteradas secuencias, los considerados COMPROMISOS decisivos. Estos conceptos, arrastrados por los vientos, no sólo se evaporan de los núcleos decisorios, ya no son detectables, quedaron disgregados en una serie de componendas que los tornaron en irreconocibles. Y sin ellos, desapareció la confianza.

Las secuelas de los potentes vendavales muestran desperfectos amplificados por factores de distinto pelaje. El buen arraigo se nota, hablemos de criterios, hojas o sentimientos, exige un cultivo esmerado; los descuidos en esta labor debilitan los nuevos brotes. A los agentes foráneos hemos de sumarles las insoslayables limitaciones humanas. Desde la impresionante maraña de conexiones surge la realidad un tanto deprimente de esas hojas volanderas como una estampida multiforme de BANALIDADES. Reflejan la abundancia de mentalidades ofuscadas por haber encendido demasiados focos, sin resolver el asunto de su caducidad angustiosa. La vida, la muerte, el amor, el odio, la insidia, los experimentamos a través de unos juegos florales intrascendentes.

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