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“El Cid era el héroe más invocado por los catalanes del XIX” (Joan-Lluís Marfany, historiador)

La progresía provinciana catalana insiste en sus ínfulas soberanistas

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En ocasiones se puede llegar a un punto en el que reclamaciones sobre temas determinados, por su carencia de fundamentos, por el emperramiento de sus autores en sostener posturas irresponsables, por lo disparatado de su formulación y por la misma ilegalidad que entrañan; pueden llegar a convertirse, cuando sus responsables se empecinan en insistir en ellas, en pasar de ser temas menores a asuntos incómodos y, de éstos, a motivos de rechazo y reprobación. Sin embargo, cuando la insistencia de quienes no cejan de presionar, una y otra vez, en la misma petición, después de que todas las instancias administrativas establecidas para formular quejas, peticiones o reivindicaciones han sido agotadas y las respuestas han sido negativas en todas ellas; el pretender conseguir lo que se ambiciona por otros vericuetos, métodos de dudosa legalidad, movilizaciones callejeras, chantajes, amenazas, alborotos, terrorismo o, en último lugar, apelar a la insumisión explícita, desobedeciendo las leyes y sentencias de los tribunales de la nación; algo que es evidente que está en el ánimo de estos rebeldes separatistas, que parecen estar dispuestos a recurrir a lo que se podría considerar como palabras mayores, aumentando la altura del listón de la desobediencia, recurriendo a la insubordinación y la desobediencia civil como método para llevar adelante sus pretensiones de conseguir una Cataluña independiente; pueden llegar a un punto en el que la tolerancia, la prudencia, la buena voluntad, la paciencia y hasta la pasividad de los dirigentes de la nación, su inmovilismo, su falta de reacción o su miedo a tener que utilizar medios, a los que nunca es agradable tener que recurrir, puede llegar un instante en el que dejan de ser meras imprudencias, negligencias o desidias, para convertirse en verdaderos delitos contra la nación española, adquiriendo la categoría de incumplimiento grave de las obligaciones como gobernantes, cuya función principal es mantener el orden, la seguridad de los ciudadanos, juntamente con el deber constitucional de mantener, la integridad de la nación española, tal y como queda establecido en nuestra Constitución de 1978.

No ha bastado que existan en Cataluña instituciones privadas como el Omnium Cultural o la ANC; medios de comunicación como la TV3 o Cataluña Radio y otros muchos que sería prolijo enumerar; partidos políticos como ERC, la CUP, las distintas facciones en la que se ha dividido la anterior Convergencia y Unión a los que hay que añadir estas nuevas manifestaciones de la metástasis separatista, como esta famosa unión de la mayoría de los municipios catalanes unidos en lo que ellos llaman la Asociación de Municipios por la Independencia, asociaciones que resulta imposible pensar que conociendo sus objetivos no se haya pedido su ilegalización por la fiscalía del Estado para declararlos fuera de la Ley.´

Y es que, señores, el hecho de que en pleno Siglo XXI, cuando las naciones se agrupan para poder enfrentarse a los efectos de la globalización, cuando el mínimo instinto de conservación recomienda unir esfuerzos para luchar contra el terrorismo o contra posibles aventuras bélicas que nos pudieran llegar a través de la frontera oriental de la UE; todavía sigan existiendo estos pequeños núcleos de población que pretendan mantenerse aislados dentro de imaginarias fronteras, normalmente fruto exclusivo de alucinados que, como ocurre en el País Vasco con el visionario Sabino Arana,, basándose en no se sabe que rasgos identificadores de los vascos, genes distintos o, apelando a posibles ancestros de otras razas europeas y sosteniendo, como les ocurre a los soberanistas vascos y catalanes, la peregrina idea de que son culturalmente superiores al resto de los españoles (algo que carece por completo de apoyo científico), una peregrina idea que es fácilmente rebatible si se tiene en cuenta de que, en Cataluña, la corriente migratoria desde el resto el país ha convertido a aquella región en la muestra más palpable de la mezcla de razas, algo que, últimamente, se ha ido acrecentando con la llegada masiva de oleadas de inmigrantes de otros países hispano americanos y africanos.

Que el melting resultante sea favorable, por lo que supone la mezcla de sangres no lo discutimos, pero que los adelantos que pueden haber surgido de Cataluña no se deben sólo a sus oriundos sino a toda la pléyade de “nuevos catalanes” de la que se han ido beneficiando, cuando no explotando, de modo que se puede asegurar que, al menos un 50% de los actuales residentes en Cataluña son ciudadanos que han llegado de otras regiones o de otras naciones en forma de migración. Aparte de las milongas que los separatistas se han ido inventando sobre una supuesta explotación de los catalanes por el resto de los españoles, se olvidan que, parte de la financiación que les ha ido llegando desde las arcas del Estado, en lugar de invertirla en infraestructuras, hospitales o mejora de las comunicaciones de Cataluña, se ha destinado a crear nuevas instituciones con las que suplir a las del Estado para el caso de que llegaran a independizarse; en pagar y subvencionar a organizaciones como la ANC, el Omnium Cultural; a publicaciones en catalán como la de La Vanguardia y a sostener embajadas catalanas propagandísticas del separatismo en el extranjero, amén de otros muchos gastos: como sueldos de enchufados y mantenimiento de toda la pléyade de exiliados y fugitivos de la justicia, como es el caso de los señores Puigdemont, Rovira, Comín, Serret, Ponsatí, Puig y Gabriel; el primero de todos ellos a viviendo a cuerpo de rey en Waterloo, a expensas de los impuestos que pagamos los catalanes. La realidad es que Cataluña, para que pudiera pagar a sus proveedores y a sus funcionarios, ha tenido que ser subvencionada a través del FLA y, según parece ser, su actual deuda contraída con el Estado español alcanza la cifra de unos 80.000 millones de euros.

En realidad, tenemos la impresión de que los políticos han conseguido algo que parece imposible que sucediera: la desinformación que tenemos en Cataluña respeto a los problemas surgidos y sus causas con el gobierno Central y lo que se podría calificar de ignorancia que, en el resto de España, existe acerca de lo que se está cociendo en esta comunidad que, es muy posible, que visto desde la lejanía no parezca ser tan grave como lo es en realidad. De otro modo, resulta imposible de entender cómo, primero Rajoy y su asesora Sáez de Santamaría y, luego, el actual presidente en funciones, el señor Pedro Sánchez, sigan estando en la inopia y permitan o, mejor dicho, hayan permitido que un asunto que, si se hubiera afrontado desde el principio, hubiera sido fácil de solucionar y, no obstante, unos por los otros han usado a los separatistas como moneda de cambio, según sus necesidades políticas pagando, en cada caso, el precio de sus apoyos en las ocasiones en las que la aritmética parlamentaria ha requerido de sus votos, para conseguir sus prioridades partidistas.

De ahí se derivan todos los problemas a los que tenemos que enfrentarnos ahora cuando, un nacionalismo exacerbado y realimentado por las actuaciones irresponsables de los que nos gobiernan y por los excesos de una saga de políticos catalanes que, con toda seguridad, harían enrojecer de vergüenza ajena a políticos de la talla de Cambó, Tarradellas, Estanislao Figueras o Francisco Pi y Margall que, si los comparamos con estos personajes advenedizos a los que los catalanes han entregado su destino, como es el caso de Puigdemont o de Quim Torra, deberemos reconocer que no podrían, ni siquiera, alcanzar el grado de aprendiz. Y podríamos añadir a esta lista a un personaje, Rafael Casanova, abogado, que quizá pudiera chocar a muchos separatistas, como persona encargada de la defensa de Barcelona frente a las tropas del borbón Felipe V, en aquella guerra de “sucesión” no de secesión como, interesadamente, algunos la han querido definir; en la que, curiosamente, los madrileños estaban en el mismo bando de los catalanes luchando en favor del pretendiente austríaco Carlos. Sería conveniente destacar algo que, al parecer no recuerdan estos independentistas mal informados respecto a su héroe Rafael Casanova quién, cuando tuvo que defender Barcelona del ataque de las tropas de Felipe V, arengó a sus tropas con el siguiente discurso: “Señores, hijos y hermanos: hoy es el día en que se han de acordar del valor y gloriosas acciones que en todos tiempos ha ejecutado nuestra nación. No diga la malicia o la envidia que no somos dignos de ser catalanes e hijos legítimos de nuestros mayores. Por nosotros y por la nación española peleamos. Hoy es día de morir o vencer. Y no será la primera vez que con gloria inmortal fuera poblada de nuevo esta ciudad defendiendo su rey, la fe de su religión y sus privilegios…” Luchaban por España y por el rey, no lo olviden quienes pretenden cambiar la Historia.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, contemplamos, entre estupefactos y pesimistas como cada día que pasa se va añadiendo un gajo más en este racimo de odio que catalanes y españoles parecen empeñados en volver a completar, sin que nos valga de nada la penosa experiencia de lo que sucedió a nuestros padres y abuelos cuando, la guerra Civil, se llevó a más de medio millón de muertos en las trincheras en las que se mataban los unos a los otros aquellos españoles, que nada tenían que reprocharse más que haber nacido en una nación en la que sus políticos supieron alimentar el enfrentamiento entre españoles de uno y otro color político. ¡Malditos colores!

La progresía provinciana catalana insiste en sus ínfulas soberanistas

“El Cid era el héroe más invocado por los catalanes del XIX” (Joan-Lluís Marfany, historiador)
Miguel Massanet
viernes, 4 de octubre de 2019, 10:38 h (CET)

En ocasiones se puede llegar a un punto en el que reclamaciones sobre temas determinados, por su carencia de fundamentos, por el emperramiento de sus autores en sostener posturas irresponsables, por lo disparatado de su formulación y por la misma ilegalidad que entrañan; pueden llegar a convertirse, cuando sus responsables se empecinan en insistir en ellas, en pasar de ser temas menores a asuntos incómodos y, de éstos, a motivos de rechazo y reprobación. Sin embargo, cuando la insistencia de quienes no cejan de presionar, una y otra vez, en la misma petición, después de que todas las instancias administrativas establecidas para formular quejas, peticiones o reivindicaciones han sido agotadas y las respuestas han sido negativas en todas ellas; el pretender conseguir lo que se ambiciona por otros vericuetos, métodos de dudosa legalidad, movilizaciones callejeras, chantajes, amenazas, alborotos, terrorismo o, en último lugar, apelar a la insumisión explícita, desobedeciendo las leyes y sentencias de los tribunales de la nación; algo que es evidente que está en el ánimo de estos rebeldes separatistas, que parecen estar dispuestos a recurrir a lo que se podría considerar como palabras mayores, aumentando la altura del listón de la desobediencia, recurriendo a la insubordinación y la desobediencia civil como método para llevar adelante sus pretensiones de conseguir una Cataluña independiente; pueden llegar a un punto en el que la tolerancia, la prudencia, la buena voluntad, la paciencia y hasta la pasividad de los dirigentes de la nación, su inmovilismo, su falta de reacción o su miedo a tener que utilizar medios, a los que nunca es agradable tener que recurrir, puede llegar un instante en el que dejan de ser meras imprudencias, negligencias o desidias, para convertirse en verdaderos delitos contra la nación española, adquiriendo la categoría de incumplimiento grave de las obligaciones como gobernantes, cuya función principal es mantener el orden, la seguridad de los ciudadanos, juntamente con el deber constitucional de mantener, la integridad de la nación española, tal y como queda establecido en nuestra Constitución de 1978.

No ha bastado que existan en Cataluña instituciones privadas como el Omnium Cultural o la ANC; medios de comunicación como la TV3 o Cataluña Radio y otros muchos que sería prolijo enumerar; partidos políticos como ERC, la CUP, las distintas facciones en la que se ha dividido la anterior Convergencia y Unión a los que hay que añadir estas nuevas manifestaciones de la metástasis separatista, como esta famosa unión de la mayoría de los municipios catalanes unidos en lo que ellos llaman la Asociación de Municipios por la Independencia, asociaciones que resulta imposible pensar que conociendo sus objetivos no se haya pedido su ilegalización por la fiscalía del Estado para declararlos fuera de la Ley.´

Y es que, señores, el hecho de que en pleno Siglo XXI, cuando las naciones se agrupan para poder enfrentarse a los efectos de la globalización, cuando el mínimo instinto de conservación recomienda unir esfuerzos para luchar contra el terrorismo o contra posibles aventuras bélicas que nos pudieran llegar a través de la frontera oriental de la UE; todavía sigan existiendo estos pequeños núcleos de población que pretendan mantenerse aislados dentro de imaginarias fronteras, normalmente fruto exclusivo de alucinados que, como ocurre en el País Vasco con el visionario Sabino Arana,, basándose en no se sabe que rasgos identificadores de los vascos, genes distintos o, apelando a posibles ancestros de otras razas europeas y sosteniendo, como les ocurre a los soberanistas vascos y catalanes, la peregrina idea de que son culturalmente superiores al resto de los españoles (algo que carece por completo de apoyo científico), una peregrina idea que es fácilmente rebatible si se tiene en cuenta de que, en Cataluña, la corriente migratoria desde el resto el país ha convertido a aquella región en la muestra más palpable de la mezcla de razas, algo que, últimamente, se ha ido acrecentando con la llegada masiva de oleadas de inmigrantes de otros países hispano americanos y africanos.

Que el melting resultante sea favorable, por lo que supone la mezcla de sangres no lo discutimos, pero que los adelantos que pueden haber surgido de Cataluña no se deben sólo a sus oriundos sino a toda la pléyade de “nuevos catalanes” de la que se han ido beneficiando, cuando no explotando, de modo que se puede asegurar que, al menos un 50% de los actuales residentes en Cataluña son ciudadanos que han llegado de otras regiones o de otras naciones en forma de migración. Aparte de las milongas que los separatistas se han ido inventando sobre una supuesta explotación de los catalanes por el resto de los españoles, se olvidan que, parte de la financiación que les ha ido llegando desde las arcas del Estado, en lugar de invertirla en infraestructuras, hospitales o mejora de las comunicaciones de Cataluña, se ha destinado a crear nuevas instituciones con las que suplir a las del Estado para el caso de que llegaran a independizarse; en pagar y subvencionar a organizaciones como la ANC, el Omnium Cultural; a publicaciones en catalán como la de La Vanguardia y a sostener embajadas catalanas propagandísticas del separatismo en el extranjero, amén de otros muchos gastos: como sueldos de enchufados y mantenimiento de toda la pléyade de exiliados y fugitivos de la justicia, como es el caso de los señores Puigdemont, Rovira, Comín, Serret, Ponsatí, Puig y Gabriel; el primero de todos ellos a viviendo a cuerpo de rey en Waterloo, a expensas de los impuestos que pagamos los catalanes. La realidad es que Cataluña, para que pudiera pagar a sus proveedores y a sus funcionarios, ha tenido que ser subvencionada a través del FLA y, según parece ser, su actual deuda contraída con el Estado español alcanza la cifra de unos 80.000 millones de euros.

En realidad, tenemos la impresión de que los políticos han conseguido algo que parece imposible que sucediera: la desinformación que tenemos en Cataluña respeto a los problemas surgidos y sus causas con el gobierno Central y lo que se podría calificar de ignorancia que, en el resto de España, existe acerca de lo que se está cociendo en esta comunidad que, es muy posible, que visto desde la lejanía no parezca ser tan grave como lo es en realidad. De otro modo, resulta imposible de entender cómo, primero Rajoy y su asesora Sáez de Santamaría y, luego, el actual presidente en funciones, el señor Pedro Sánchez, sigan estando en la inopia y permitan o, mejor dicho, hayan permitido que un asunto que, si se hubiera afrontado desde el principio, hubiera sido fácil de solucionar y, no obstante, unos por los otros han usado a los separatistas como moneda de cambio, según sus necesidades políticas pagando, en cada caso, el precio de sus apoyos en las ocasiones en las que la aritmética parlamentaria ha requerido de sus votos, para conseguir sus prioridades partidistas.

De ahí se derivan todos los problemas a los que tenemos que enfrentarnos ahora cuando, un nacionalismo exacerbado y realimentado por las actuaciones irresponsables de los que nos gobiernan y por los excesos de una saga de políticos catalanes que, con toda seguridad, harían enrojecer de vergüenza ajena a políticos de la talla de Cambó, Tarradellas, Estanislao Figueras o Francisco Pi y Margall que, si los comparamos con estos personajes advenedizos a los que los catalanes han entregado su destino, como es el caso de Puigdemont o de Quim Torra, deberemos reconocer que no podrían, ni siquiera, alcanzar el grado de aprendiz. Y podríamos añadir a esta lista a un personaje, Rafael Casanova, abogado, que quizá pudiera chocar a muchos separatistas, como persona encargada de la defensa de Barcelona frente a las tropas del borbón Felipe V, en aquella guerra de “sucesión” no de secesión como, interesadamente, algunos la han querido definir; en la que, curiosamente, los madrileños estaban en el mismo bando de los catalanes luchando en favor del pretendiente austríaco Carlos. Sería conveniente destacar algo que, al parecer no recuerdan estos independentistas mal informados respecto a su héroe Rafael Casanova quién, cuando tuvo que defender Barcelona del ataque de las tropas de Felipe V, arengó a sus tropas con el siguiente discurso: “Señores, hijos y hermanos: hoy es el día en que se han de acordar del valor y gloriosas acciones que en todos tiempos ha ejecutado nuestra nación. No diga la malicia o la envidia que no somos dignos de ser catalanes e hijos legítimos de nuestros mayores. Por nosotros y por la nación española peleamos. Hoy es día de morir o vencer. Y no será la primera vez que con gloria inmortal fuera poblada de nuevo esta ciudad defendiendo su rey, la fe de su religión y sus privilegios…” Luchaban por España y por el rey, no lo olviden quienes pretenden cambiar la Historia.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, contemplamos, entre estupefactos y pesimistas como cada día que pasa se va añadiendo un gajo más en este racimo de odio que catalanes y españoles parecen empeñados en volver a completar, sin que nos valga de nada la penosa experiencia de lo que sucedió a nuestros padres y abuelos cuando, la guerra Civil, se llevó a más de medio millón de muertos en las trincheras en las que se mataban los unos a los otros aquellos españoles, que nada tenían que reprocharse más que haber nacido en una nación en la que sus políticos supieron alimentar el enfrentamiento entre españoles de uno y otro color político. ¡Malditos colores!

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