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Nosotros, artistas y literatos, hemos sido más bohemios, trasnochadores, gente que se aparta de las normas y convenciones sociales

Ebriedad y literatura

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Sin el miedo de hallar en mi memoria una mayoría de creadores que parte de su vida han vivido ligados a las drogas, estoy convencido de que, de todos los seres vivos, los creadores del mundo literario son los que más ha solicitado estas sustancias opiáceas, aunque también lo hicieron -y continúan participando- cantantes, actores, músicos y pintores, por ejemplo. ¿Y por qué los escritores? Pues quizá porque la de vida los poetas y escritores es más de conversar, de ir muy ligados a la charla, de compartir, amantes de formar pequeños grupos, en torno a unas copas de vino… O, sencillamente, porque quizás sean uno de los gremios de la humanidad que más han sufrido, pero no por los efectos, a largo plazo, del opio o la morfina.

En el mundo –Europa, por ejemplo-, los ingleses, por los siglos de los siglos-, tal vez por ser tradicionalmente aventureros y conquistadores, con la sola intención de abarcar el mundo, se hacían superhéroes, o circulando por la izquierda, o tan solo por el simple hecho de no usar el sistema métrico decimal… Aunque de estos asuntos carecemos de porcentajes y de escalas comparativas, con lo cual el asunto de las drogas queda ya muy atrás en el tiempo… Quizás por eso, conquistadores y aventureros por antonomasia, los ingleses conocían al dedillo los opiáceos y toda clase de alucinógenos.

El gran Thomas de Quincey (1785-1859) habla de sí mismo en el primer tomo de su biografía Confesiones de un comedor de opio. Y sí, como la propia historia de las drogas, en todos los individuos que la han usado, el libro de Quincey tiene un comienzo feliz y un final desolador.

“Lo tomé y en una hora, ¡santo cielo, que revulsión! ¡Qué apocalipsis de mi mundo interior! ¡Que abismo se había abierto ante mí: un abismo de divinos goces repentinamente revelados”. Tras ocho años de consumo exagerado escribe: “Desde hace tiempo el opio no fundaba su imperio en los brazos del placer, sino que mantenía sus dominios únicamente a casusa de las torturas asociadas a los intentos de adjurar de él”. Ah, esas palabras cobran fuerza en la mediación frente al destino.

Y Baudelaire (el poeta maldito; no inglés, como todo el mundo conoce), tras experimentar una gran exaltación, esta le hace escribir: “Nadie se extrañará de que un pensamiento último, supremo, brote del cerebro del soñador: Me he convertido en Dios”. Pero al final acaba diciendo: “Añadiré que el hachis impulsa al individuo a mirar sin cesar, precipitándose hacia el abismo donde contempla su rostro de Narciso?”.

Rimbaud y Teófilo Gautier y Aldous Huxley y Jean-Pau Sartre, y más recientemente Jack Kerouac (1922-1969)… hicieron también de las suyas. Pero de eso hace ya tiempo.

Nosotros, artistas y literatos, hemos sido más bohemios, trasnochadores, gente que se aparta de las normas y convenciones sociales. Pero solo eso. Ah, y un poco de alcohol. Y qué? Porque la mayoría del grupo ni siquiera fumaba.

Ebriedad y literatura

Nosotros, artistas y literatos, hemos sido más bohemios, trasnochadores, gente que se aparta de las normas y convenciones sociales
Manuel Senra
martes, 6 de agosto de 2013, 08:20 h (CET)
Sin el miedo de hallar en mi memoria una mayoría de creadores que parte de su vida han vivido ligados a las drogas, estoy convencido de que, de todos los seres vivos, los creadores del mundo literario son los que más ha solicitado estas sustancias opiáceas, aunque también lo hicieron -y continúan participando- cantantes, actores, músicos y pintores, por ejemplo. ¿Y por qué los escritores? Pues quizá porque la de vida los poetas y escritores es más de conversar, de ir muy ligados a la charla, de compartir, amantes de formar pequeños grupos, en torno a unas copas de vino… O, sencillamente, porque quizás sean uno de los gremios de la humanidad que más han sufrido, pero no por los efectos, a largo plazo, del opio o la morfina.

En el mundo –Europa, por ejemplo-, los ingleses, por los siglos de los siglos-, tal vez por ser tradicionalmente aventureros y conquistadores, con la sola intención de abarcar el mundo, se hacían superhéroes, o circulando por la izquierda, o tan solo por el simple hecho de no usar el sistema métrico decimal… Aunque de estos asuntos carecemos de porcentajes y de escalas comparativas, con lo cual el asunto de las drogas queda ya muy atrás en el tiempo… Quizás por eso, conquistadores y aventureros por antonomasia, los ingleses conocían al dedillo los opiáceos y toda clase de alucinógenos.

El gran Thomas de Quincey (1785-1859) habla de sí mismo en el primer tomo de su biografía Confesiones de un comedor de opio. Y sí, como la propia historia de las drogas, en todos los individuos que la han usado, el libro de Quincey tiene un comienzo feliz y un final desolador.

“Lo tomé y en una hora, ¡santo cielo, que revulsión! ¡Qué apocalipsis de mi mundo interior! ¡Que abismo se había abierto ante mí: un abismo de divinos goces repentinamente revelados”. Tras ocho años de consumo exagerado escribe: “Desde hace tiempo el opio no fundaba su imperio en los brazos del placer, sino que mantenía sus dominios únicamente a casusa de las torturas asociadas a los intentos de adjurar de él”. Ah, esas palabras cobran fuerza en la mediación frente al destino.

Y Baudelaire (el poeta maldito; no inglés, como todo el mundo conoce), tras experimentar una gran exaltación, esta le hace escribir: “Nadie se extrañará de que un pensamiento último, supremo, brote del cerebro del soñador: Me he convertido en Dios”. Pero al final acaba diciendo: “Añadiré que el hachis impulsa al individuo a mirar sin cesar, precipitándose hacia el abismo donde contempla su rostro de Narciso?”.

Rimbaud y Teófilo Gautier y Aldous Huxley y Jean-Pau Sartre, y más recientemente Jack Kerouac (1922-1969)… hicieron también de las suyas. Pero de eso hace ya tiempo.

Nosotros, artistas y literatos, hemos sido más bohemios, trasnochadores, gente que se aparta de las normas y convenciones sociales. Pero solo eso. Ah, y un poco de alcohol. Y qué? Porque la mayoría del grupo ni siquiera fumaba.

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