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En año y medio de Gobierno de Mariano Rajoy, hemos vivido un acelerado proceso de involución, con el que el Gobierno pretende convertir en normales, cosas que no lo son

La normal anormalidad

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Nos están pasando muchas cosas que no son normales. Y no me refiero al hecho de que dos mil personas se fueran anoche al número 13 de la madrileña calle de Génova a asar chorizos. Al fin y al cabo, eso no es más que una mezcla de ingenio y de desahogo popular. Pero me atrevo a decir que en año y medio de Gobierno de Mariano Rajoy, hemos vivido un acelerado proceso de involución, que ha contado con la inestimable asistencia técnica de Ángela Merkel y de la Unión Europea.

En realidad se ha tratado de una enmienda a la totalidad de lo que las instituciones de este país habían construido a partir de la Transición. Se acabó la universalidad del Sistema Nacional de Salud, se terminó la igualdad de oportunidades a la hora de acceder a la enseñanza universitaria y, por supuesto, las buenas maneras y el fair play han sido definitivamente desterrados del escenario público.

Se gobierna a las bravas con una mayoría absoluta legítima, pero de espaldas a una ciudadanía cada día más empobrecida y menos respetada, a la que se pretende hacer comulgar con ruedas de molino. Por ejemplo en RTVE. Primero hicieron saltar por los aires el aséptico modelo por el que optaron los gobiernos de Zapatero, con el que tanto reconocimiento internacional se cosechó. Después se inició una purga de profesionales caracterizados por la búsqueda de la pluralidad y ahora se da una nueva vuelta de tuerca poniendo al frente de la edición de los telediarios a colaboradores de Urdaci, el director de informativos más sectario que se recuerda en la televisión pública española.

En Justicia no van mucho mejor las cosas. Gallardón la ha convertido en una Justicia para ricos. Y en ese afán por hacer ver como normal lo que sin duda no lo es, ahora nos dicen que resulta del todo saludable (hablando en términos de Democracia) que el presidente del Tribunal Constitucional haya sido hasta 2011 militante del Partido Popular. Así no es que la gente crea que la Justicia es cachondeo, como dijo Pedro Pacheco hace más de dos décadas, con este tipo de cosas, lo que el ciudadano cree es que la Justicia es abiertamente injusta y partidista.

Tampoco es normal que el presidente del Gobierno huya de los periodistas y los ningunee, en su afán de evitar la rendición de cuentas. O que se niegue a acudir al Parlamento, el templo sagrado del sistema democrático. Mucho menos normal es el pánico del jefe del ejecutivo a lo que pueda deparar ese arsenal llamado Luis Bárcenas. ¿Por qué tanto temor? ¿No será que quien algo teme, algo debe, o algo esconde bajo la alfombra?

Que no, que no es normal lo que está pasando. Que no es lógico que se saque a la Policía a la calle para abortar las protestas ciudadanas. Y mucho menos normal es que de facto, el portavoz del Gobierno sea un sujeto llamado Paco Marhuenda. Ya puestos, podían haber optado por Belén Esteban, que en los platós se maneja con más soltura y desparpajo que el director de La Razón.

La normal anormalidad

En año y medio de Gobierno de Mariano Rajoy, hemos vivido un acelerado proceso de involución, con el que el Gobierno pretende convertir en normales, cosas que no lo son
Rafa García
viernes, 19 de julio de 2013, 07:56 h (CET)
Nos están pasando muchas cosas que no son normales. Y no me refiero al hecho de que dos mil personas se fueran anoche al número 13 de la madrileña calle de Génova a asar chorizos. Al fin y al cabo, eso no es más que una mezcla de ingenio y de desahogo popular. Pero me atrevo a decir que en año y medio de Gobierno de Mariano Rajoy, hemos vivido un acelerado proceso de involución, que ha contado con la inestimable asistencia técnica de Ángela Merkel y de la Unión Europea.

En realidad se ha tratado de una enmienda a la totalidad de lo que las instituciones de este país habían construido a partir de la Transición. Se acabó la universalidad del Sistema Nacional de Salud, se terminó la igualdad de oportunidades a la hora de acceder a la enseñanza universitaria y, por supuesto, las buenas maneras y el fair play han sido definitivamente desterrados del escenario público.

Se gobierna a las bravas con una mayoría absoluta legítima, pero de espaldas a una ciudadanía cada día más empobrecida y menos respetada, a la que se pretende hacer comulgar con ruedas de molino. Por ejemplo en RTVE. Primero hicieron saltar por los aires el aséptico modelo por el que optaron los gobiernos de Zapatero, con el que tanto reconocimiento internacional se cosechó. Después se inició una purga de profesionales caracterizados por la búsqueda de la pluralidad y ahora se da una nueva vuelta de tuerca poniendo al frente de la edición de los telediarios a colaboradores de Urdaci, el director de informativos más sectario que se recuerda en la televisión pública española.

En Justicia no van mucho mejor las cosas. Gallardón la ha convertido en una Justicia para ricos. Y en ese afán por hacer ver como normal lo que sin duda no lo es, ahora nos dicen que resulta del todo saludable (hablando en términos de Democracia) que el presidente del Tribunal Constitucional haya sido hasta 2011 militante del Partido Popular. Así no es que la gente crea que la Justicia es cachondeo, como dijo Pedro Pacheco hace más de dos décadas, con este tipo de cosas, lo que el ciudadano cree es que la Justicia es abiertamente injusta y partidista.

Tampoco es normal que el presidente del Gobierno huya de los periodistas y los ningunee, en su afán de evitar la rendición de cuentas. O que se niegue a acudir al Parlamento, el templo sagrado del sistema democrático. Mucho menos normal es el pánico del jefe del ejecutivo a lo que pueda deparar ese arsenal llamado Luis Bárcenas. ¿Por qué tanto temor? ¿No será que quien algo teme, algo debe, o algo esconde bajo la alfombra?

Que no, que no es normal lo que está pasando. Que no es lógico que se saque a la Policía a la calle para abortar las protestas ciudadanas. Y mucho menos normal es que de facto, el portavoz del Gobierno sea un sujeto llamado Paco Marhuenda. Ya puestos, podían haber optado por Belén Esteban, que en los platós se maneja con más soltura y desparpajo que el director de La Razón.

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