Hace un par de meses que se dio a conocer el hallazgo de unas inscripciones que situarían al vasco, como idioma, en torno al siglo V. Cerca de Vitoria, en el yacimiento de Iruña-Veleia, Eliseo Gil dirige un equipo de arqueólogos, historiadores y científicos financiado por la Diputación de Álava y la empresa de ferrocarriles Eusko Tren. Resulta que se han encontrado unas inscripciones que hacen sospechar de que el vasco sea anterior al siglo XI, punto de partida que se tiene todavía hoy como principio de la lengua vasca, y la lengua castellana. Me refiero, claro, a los escritos del precioso Monasterio de San Millán de la Cogolla en La Rioja.
Dejando de lado la importancia del descubrimiento -que será refutado o no, gracias al Carbono 14- y la impresión, según los datos que ha aportado el equipo de Gil, de que el vasco del siglo XXI no ha evolucionado mucho respecto al del siglo V. Digo, que dejando de lado estos dos apuntes -importantes-, este hallazgo va a dar más mecha al nacionalismo vasco.
La primera reacción de Henrike Knörr, vicepresidente de la Sociedad de Estudios Vasco-Euskaltzaindia, fue la de rechazar los escritos emilianenses: “Las Glosas han perdido su monopolio”. ¿De qué monopolio habla Knörr? No creo que desconozca -y he ahí la perversidad de su declaración- que el monopolio al que se refiere tampoco se encuentra en suelo vasco -ni navarro-, sino que los primeros escritos en vasco de los que tenemos referencias están en Aquitania y datados en el siglo II antes de Jesucristo. Por lo tanto ¿qué monopolio, señor Knörr?
Como bien explica Gregorio Salvador, en su magnífico libro Lengua española y lenguas de España (Editorial Ariel, Barcelona, 1988 -2ª edición-), el vasco como idioma tal y como lo entendemos actualmente nunca existió. De hecho, el mismo Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) acepta en la entrada euskera batúa la definición siguiente: “Lengua vasca unificada, basada en el dialecto guipuzcoano con incorporaciones de otros dialectos vascos”. Apunta Salvador que “los llamados ocho dialectos del vasco son, con respecto al vasco originario, como las nueve lenguas romances con respecto al latín e incluso hay vasquistas que albergan dudas acerca de que el vizcaíno proceda del mismo tronco que los otros siete” (página 94). ¿Monopolio también?
Así las cosas, el hallazgo del equipo investigador de Eliseo Gil es, lingüística e históricamente hablando, muy interesante y servirá para indagar más en el origen de las lenguas vascas antiguas o en el tronco originario que desconocemos todavía. Pero no cabe duda, tampoco, que los nacionalistas lingüísticos -que existen y viven gracias a suculentas subvenciones autonómicas- aprovecharán la ocasión para otorgar a los autores de tales inscripciones (religiosas y de vida cotidiana) el título de ciudadanos vascos de primera, y adanes y evas de la mitología nacionalista vasca. De la actualidad, en definitiva.
Esperemos que no ocurra (entre políticos y lingüistas) lo que le pasó a unos euskaldunberris con una anciana -su abuela- vascongada de lengua materna vasca -y que narra Salvador en el libro citado anteriormente-, y que no es ni más ni menos que no se entendían. Que pensaban que hablaban el mismo idioma, con el mismo nombre incluso, cuando la realidad demostró que eran dos lenguas diferentes: “Yo no entiendo lo que dicen; ellos hablan vasco gramático” dijo la vieja.