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¿A que extremo emigrar cuando el centro es un inhabitable desierto?

El páramo (un cuento distópico)

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Desde el centro-derecha hasta el centro-izquierda se extiende hoy un páramo despoblado, lleno de pueblos desiertos y ciudades abandonadas en los que malviven unos seres ingenuos que apenas sí consiguen alimentar sus entristecidas almas de recuerdos y sueños. Los padres fundadores de esos otrora florecientes asentamientos de población se han ido trasladando al ahora superpoblado litoral de derecha extrema, rebautizado como “Costa del Nuevo Amanecer“.


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Pero los fantasmas de los abanderados del centro siguen presentes en este páramo. Fotos colgadas en las vallas anuncio, altavoces que repiten discursos a veces calmados y a veces encendidos, carteles de obras de reciente comienzo (que empiezan a amarillear de lo antiguos que son). El páramo sigue, como antaño, lleno de promesas incumplibles y de futuros inalcanzables. Aunque sus habitantes han pedido la fe y continúan, los más, ocupados en recordar sus antiguos sueños de futuro, esperando a que la desertificación se pare un día tan de golpe como empezó.

Los menos están pensando en hacer las maletas y emigrar de este secarral que fue un sitio cómodo en el que vivir. Pero ante ellos se abren duras incertidumbres sobre qué hacer, dónde ir. Ellos no reconocen que ese lugar solo existe en su memoria porque, después del cambio del cambio, el desierto lo ha engullido. Y al panorama desalentador de abandonar su Nuevo Amanecer, en la que algunos amigos les cuentan que aunque empiezas trabajando de sol a sol por una miseria al menos tienes casi siempre algo que comer, un techo bajo el que guarecerte y una posibilidad de ascender -consiguiendo que otros trabajen para ti-.

Y el más remoto, inquietante pero seductor a la vez, son las lejanas Montañas del Común. Desde allí llegan muy pocas noticias y las que llegan son desconcertantes. Hablan de clima y terreno difícil aunque fértil. De poblados construidos con mucho trabajo pero con alegría, sin miseria pero sin opulencia, en los que todo el mundo convive sin explotarse. Hablan de algo tan remoto y alejado de lo que este centro fue que, a los que aún quedan, se les antojan cuentos como los de Jauja, en la que ataban los perros con longanizas.

Los inquietos o temerarios ya se fueron, los primeros, hacia las montañas. Renegaban del trabajo duro y de las oportunidades de la costa, diciendo que no eran más que mentiras y que solo sería lo mismo que habían vivido en el centro pero más triste. Los que buscaban seguridad ya habían partido hacia la costa desconfiando de las promesas que venían de las montañas, acusando a los mensajeros de cuentistas porque todo el mundo sabe que la naturaleza humana impide que los hombres vivan en armonía.

Pero la tierra ya no da apenas alimento, los pozos se han secado en su mayor parte y las casas y las calles estaban cada día en peor estado. El centro es ya, de hecho, un páramo inhabitable … pronto habrá que tomar una decisión.

El páramo (un cuento distópico)

¿A que extremo emigrar cuando el centro es un inhabitable desierto?
Luis W. Sevilla
jueves, 13 de junio de 2013, 08:26 h (CET)
Desde el centro-derecha hasta el centro-izquierda se extiende hoy un páramo despoblado, lleno de pueblos desiertos y ciudades abandonadas en los que malviven unos seres ingenuos que apenas sí consiguen alimentar sus entristecidas almas de recuerdos y sueños. Los padres fundadores de esos otrora florecientes asentamientos de población se han ido trasladando al ahora superpoblado litoral de derecha extrema, rebautizado como “Costa del Nuevo Amanecer“.


sansalvador2
Pero los fantasmas de los abanderados del centro siguen presentes en este páramo. Fotos colgadas en las vallas anuncio, altavoces que repiten discursos a veces calmados y a veces encendidos, carteles de obras de reciente comienzo (que empiezan a amarillear de lo antiguos que son). El páramo sigue, como antaño, lleno de promesas incumplibles y de futuros inalcanzables. Aunque sus habitantes han pedido la fe y continúan, los más, ocupados en recordar sus antiguos sueños de futuro, esperando a que la desertificación se pare un día tan de golpe como empezó.

Los menos están pensando en hacer las maletas y emigrar de este secarral que fue un sitio cómodo en el que vivir. Pero ante ellos se abren duras incertidumbres sobre qué hacer, dónde ir. Ellos no reconocen que ese lugar solo existe en su memoria porque, después del cambio del cambio, el desierto lo ha engullido. Y al panorama desalentador de abandonar su Nuevo Amanecer, en la que algunos amigos les cuentan que aunque empiezas trabajando de sol a sol por una miseria al menos tienes casi siempre algo que comer, un techo bajo el que guarecerte y una posibilidad de ascender -consiguiendo que otros trabajen para ti-.

Y el más remoto, inquietante pero seductor a la vez, son las lejanas Montañas del Común. Desde allí llegan muy pocas noticias y las que llegan son desconcertantes. Hablan de clima y terreno difícil aunque fértil. De poblados construidos con mucho trabajo pero con alegría, sin miseria pero sin opulencia, en los que todo el mundo convive sin explotarse. Hablan de algo tan remoto y alejado de lo que este centro fue que, a los que aún quedan, se les antojan cuentos como los de Jauja, en la que ataban los perros con longanizas.

Los inquietos o temerarios ya se fueron, los primeros, hacia las montañas. Renegaban del trabajo duro y de las oportunidades de la costa, diciendo que no eran más que mentiras y que solo sería lo mismo que habían vivido en el centro pero más triste. Los que buscaban seguridad ya habían partido hacia la costa desconfiando de las promesas que venían de las montañas, acusando a los mensajeros de cuentistas porque todo el mundo sabe que la naturaleza humana impide que los hombres vivan en armonía.

Pero la tierra ya no da apenas alimento, los pozos se han secado en su mayor parte y las casas y las calles estaban cada día en peor estado. El centro es ya, de hecho, un páramo inhabitable … pronto habrá que tomar una decisión.

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