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La representación es, como la división de poderes, conditio 'sine qua non' de la libertad política. Y sin ésta, no se puede hablar de democracia

Teledirigidos

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Pues qué quieren que les diga. No entiendo la polvareda mediática levantada después de que un militante del PSM de Chamberí filmara y diera a conocer unas manifestaciones del diputado madrileño Antonio Miguel Carmona, aspirante a candidato socialista al ayuntamiento de Madrid y bocazas habitual – “y si hace falta hundimos otro barco” dijo en la época en que la izquierda chapoteaba entre chapapote-. Declaraciones en las que éste reconocía lo que todos sabemos: que los cargos socialistas reciben, durante su participación en las tertulias televisivas y/ó radiofónicas a las que acuden, instrucciones del partido. ¡No van a recibirlas del partido rival!.

Y es que tal falta de criterio propio, real o impuesta, es lo normal en una partitocracia, en que los diputados no se deben a sus electores ni a los intereses de estos, sino a los del jefe de su partido, que es quien decide caprichosamente quién entrará en las listas electorales y podrá, por tanto, ocupar el ansiado escaño. Lo mismo, desde luego, sucede en el resto de partidos. Jamás se le ocurriría al diputado de turno expresar su propia opinión, mucho menos si no coincide con la expuesta en los “argumentarios” o “puntos de vista” del partido. De ello depende el volver a repetir en las listas.

La representación es, como la división de poderes, conditio sine qua non de la libertad política. Y sin ésta, no se puede hablar, siendo serios, de democracia. Detrás del “no nos representan” del 15-M pudo haber inicialmente, que no ahora, algo de ello. Y es que el diputado, cualquiera de ellos, no nos representa. Representa al jefe de su partido.

Cada vez son más los españoles que comienzan a considerar imprescindible el elegir a su presidente, diputado o alcalde. Y ello pese a que la clase política se ha encargado , en un intento de oscurecer el debate, de vender las listas abiertas –ya existen en el Senado- como la panacea, cuando lo necesario sería la elección del presidente o alcalde en votación a dos vueltas y a los diputados de forma mayoritaria y por distritos uninominales pequeños. Lo de la maldad del bipartidismo, tan de moda, es, con perdón, otra falacia. Un gobierno fuerte siempre será mejor, en principio, que un gobierno débil. Ahí tienen USA o Alemania frente a las taifas de Italia o Bélgica. O a la España rehén de los partiditos nacionalistas o regionalistas, representantes de las oligarquías locales.

Carmona dijo gran verdad. Están, todos ellos, teledirigidos. El mando lo tiene en su poder el jefe del partido de turno.

Teledirigidos

La representación es, como la división de poderes, conditio 'sine qua non' de la libertad política. Y sin ésta, no se puede hablar de democracia
Almudena Negro
lunes, 10 de junio de 2013, 07:59 h (CET)
Pues qué quieren que les diga. No entiendo la polvareda mediática levantada después de que un militante del PSM de Chamberí filmara y diera a conocer unas manifestaciones del diputado madrileño Antonio Miguel Carmona, aspirante a candidato socialista al ayuntamiento de Madrid y bocazas habitual – “y si hace falta hundimos otro barco” dijo en la época en que la izquierda chapoteaba entre chapapote-. Declaraciones en las que éste reconocía lo que todos sabemos: que los cargos socialistas reciben, durante su participación en las tertulias televisivas y/ó radiofónicas a las que acuden, instrucciones del partido. ¡No van a recibirlas del partido rival!.

Y es que tal falta de criterio propio, real o impuesta, es lo normal en una partitocracia, en que los diputados no se deben a sus electores ni a los intereses de estos, sino a los del jefe de su partido, que es quien decide caprichosamente quién entrará en las listas electorales y podrá, por tanto, ocupar el ansiado escaño. Lo mismo, desde luego, sucede en el resto de partidos. Jamás se le ocurriría al diputado de turno expresar su propia opinión, mucho menos si no coincide con la expuesta en los “argumentarios” o “puntos de vista” del partido. De ello depende el volver a repetir en las listas.

La representación es, como la división de poderes, conditio sine qua non de la libertad política. Y sin ésta, no se puede hablar, siendo serios, de democracia. Detrás del “no nos representan” del 15-M pudo haber inicialmente, que no ahora, algo de ello. Y es que el diputado, cualquiera de ellos, no nos representa. Representa al jefe de su partido.

Cada vez son más los españoles que comienzan a considerar imprescindible el elegir a su presidente, diputado o alcalde. Y ello pese a que la clase política se ha encargado , en un intento de oscurecer el debate, de vender las listas abiertas –ya existen en el Senado- como la panacea, cuando lo necesario sería la elección del presidente o alcalde en votación a dos vueltas y a los diputados de forma mayoritaria y por distritos uninominales pequeños. Lo de la maldad del bipartidismo, tan de moda, es, con perdón, otra falacia. Un gobierno fuerte siempre será mejor, en principio, que un gobierno débil. Ahí tienen USA o Alemania frente a las taifas de Italia o Bélgica. O a la España rehén de los partiditos nacionalistas o regionalistas, representantes de las oligarquías locales.

Carmona dijo gran verdad. Están, todos ellos, teledirigidos. El mando lo tiene en su poder el jefe del partido de turno.

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