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Novela fácil de leer, escrito en lenguaje coloquial venezolano y con temática del país. Lleno de caminos por transitar, es la historia de una mujer sencilla, que demostró ser bárbara

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor

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Alejandra quería seguir desde muy pequeña los caminos de Dios. Sabía que en un entorno más o menos favorable y sin que nadie la molestase, lo lograría.

Alejandra creía en la dignidad humana, sabía que existía el cielo y estaba allí, esperando por todos aquellos que quisieran ir a el y establecerse en el.

A Alejandra le gustaba el cielo azul abierto al mundo, era lo que más deseaba, si bien su gusto por el amanecer era también así de grande.

A Alejandra le gustaba ver amanecer, pero sabía que no existía realmente ese espacio como residencia eterna. Era sólo una debilidad, como a quien le gustan unos pantalones raros.

Os contaré un secreto, el color favorito de Alejandra siempre fue el azul, no el naranja, ni el rosa. El azul claro, turquesa, el azul marino.

A ella le gustaba el cielo clarito y con pocas nubes. Me lo confesara un día.

Su frescor le arropaba.

Muchos intentaron desviarla de esa idea.

Ella sabía que ese era el camino, por eso, cuando le hicieron daño, sabía que no podría perdonarles jamás.

Los fallos se pagan y para ella matar era lo más grave, sin duda.

Cualquier cosa perdonaba Alejandra, menos la muerte.

Quien mata hace mucho daño, no sólo al que mata, que no quería morir, sino a toda su familia.

“Quien mata, también se va muriendo en cuatro días”.

A ella la mataron de arriba abajo. Que lo sepa todo el mundo.

A ella la han herido duro y sin navaja ni escopeta.

Ella sufría en silencio noche tras noche pues no sabía bien si esos oscuros demonios a los que creía seres buenos habían matado a un verdadero amigo que conociera y al que quería con verdadera locura, aunque, nunca pudo acercarse mucho a él por miedo de que le hicieran daño.

Ese gran amigo era menor que ella y creía que le habían matado para separarlo de ella, lo cierto es que no volvió a saber de él.

Le lloró en silencio.

Sabía que tenía familia, pero no su dirección ni su teléfono.

Fueron muchos los sufrimientos que se le fueron sumando.

Demasiados para el alma endeble de Alejandra.

Le habían robado un primo hermano que era más que un hermano, un amigo del alma, la habían matado aunque seguía respirando, ¿qué más querían de ella?.

¿Qué más buscaban en su pobre corazón y vida ya destrozada por completo?

Ella ya no tenía más que dar de sí.

Hasta la habían hecho ser una mala persona y mentir en muchas ocasiones.

Tuvo que aprender a mentir para sobrevivir.

Tuvo que aprender a no ser nadie y dejar que fuesen los demás. Aunque todo hay que decirlo, ella siempre destacaba.

Alejandra tuvo que ser como no quería ser, para salir adelante.

Para poder acabar unos estudios y conseguir un trabajo digno.

Ella se hizo a sí misma con esfuerzo, con mucho esfuerzo y dedicación.

Nadie comprendía que en ocasiones se metiera en problemas o hablase mal de ciertas personas o mintiese, pero es que no había otro sistema de vida aplicable a su realidad de sentirse sola e incomprendida.

Alejandra lo sabía.

Había verdaderos locos que le hacían la vida imposible.

Tuvo que aprender a caminar sobre rocas en medio de un río enfurecido.

Sintió pena de ser lo que era.

Ella siempre soñó con ser perfecta y agradar a Dios, pues ese cielo azul que se nos promete, hay que trabajarlo día a día.

La fama cuesta y hay que sufrir por ella.

Eso se lo había oído decir muchas veces a su peluquero de la peluquería Lúa.

-Si quieres estar guapa tienes que sufrir.

La fama cuesta y aquí vas a empezar a padecer.

…Y peinaba y peinaba Ernestino, con esas manos prodigiosas para peinar los cabellos.

Esas manos prodigiosas para hacer moños, alisar cabellos.

Luego Mercedes la maquillaba.

Le pintaba los ojos con lápiz negro a su alrededor y sombra azul o rosa en el párpado.

Los labios en rojo pasión, de ese rojo exclusivo que gustaba a Alejandra.

Quedaba realmente hermosa.

Todos la admiraban.

Cuando fue a un concurso de modelos, Ernestino le prestó un anillo con un diamante para que le trajera mucha suerte.

Y se la trajo, quedó de segunda finalista.

Alejandra se sintió muy feliz ese día.

Era un concurso retransmitido por televisión, en concreto, por RCTV para toda Venezuela.

No paró de recibir llamadas felicitándola y diciéndole lo guapa que estaba.

Ella también se veía al espejo y se veía que no estaba del todo mal, si bien comprendía, que había chicas mucho más guapas que ella.

Ernestino Bhuenjdá y Mercedes Pazietín Vuchagrier eran, además de su peluquero y su maquilladora, dos buenos amigos de Alejandra.

Dos amigos que dejaron huella en su vida.

Dos amigos en los que confiaba incluso sin llegar a conocerlos demasiado.

Dos amigos que la hacían sentir bien, verse bien, que siempre le levantaban la paletilla.

Esos eran los amigos que quería Alejandra. Los que le levantaban la paletilla.

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor

Novela fácil de leer, escrito en lenguaje coloquial venezolano y con temática del país. Lleno de caminos por transitar, es la historia de una mujer sencilla, que demostró ser bárbara
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
jueves, 3 de octubre de 2019, 10:41 h (CET)

Alejandra quería seguir desde muy pequeña los caminos de Dios. Sabía que en un entorno más o menos favorable y sin que nadie la molestase, lo lograría.

Alejandra creía en la dignidad humana, sabía que existía el cielo y estaba allí, esperando por todos aquellos que quisieran ir a el y establecerse en el.

A Alejandra le gustaba el cielo azul abierto al mundo, era lo que más deseaba, si bien su gusto por el amanecer era también así de grande.

A Alejandra le gustaba ver amanecer, pero sabía que no existía realmente ese espacio como residencia eterna. Era sólo una debilidad, como a quien le gustan unos pantalones raros.

Os contaré un secreto, el color favorito de Alejandra siempre fue el azul, no el naranja, ni el rosa. El azul claro, turquesa, el azul marino.

A ella le gustaba el cielo clarito y con pocas nubes. Me lo confesara un día.

Su frescor le arropaba.

Muchos intentaron desviarla de esa idea.

Ella sabía que ese era el camino, por eso, cuando le hicieron daño, sabía que no podría perdonarles jamás.

Los fallos se pagan y para ella matar era lo más grave, sin duda.

Cualquier cosa perdonaba Alejandra, menos la muerte.

Quien mata hace mucho daño, no sólo al que mata, que no quería morir, sino a toda su familia.

“Quien mata, también se va muriendo en cuatro días”.

A ella la mataron de arriba abajo. Que lo sepa todo el mundo.

A ella la han herido duro y sin navaja ni escopeta.

Ella sufría en silencio noche tras noche pues no sabía bien si esos oscuros demonios a los que creía seres buenos habían matado a un verdadero amigo que conociera y al que quería con verdadera locura, aunque, nunca pudo acercarse mucho a él por miedo de que le hicieran daño.

Ese gran amigo era menor que ella y creía que le habían matado para separarlo de ella, lo cierto es que no volvió a saber de él.

Le lloró en silencio.

Sabía que tenía familia, pero no su dirección ni su teléfono.

Fueron muchos los sufrimientos que se le fueron sumando.

Demasiados para el alma endeble de Alejandra.

Le habían robado un primo hermano que era más que un hermano, un amigo del alma, la habían matado aunque seguía respirando, ¿qué más querían de ella?.

¿Qué más buscaban en su pobre corazón y vida ya destrozada por completo?

Ella ya no tenía más que dar de sí.

Hasta la habían hecho ser una mala persona y mentir en muchas ocasiones.

Tuvo que aprender a mentir para sobrevivir.

Tuvo que aprender a no ser nadie y dejar que fuesen los demás. Aunque todo hay que decirlo, ella siempre destacaba.

Alejandra tuvo que ser como no quería ser, para salir adelante.

Para poder acabar unos estudios y conseguir un trabajo digno.

Ella se hizo a sí misma con esfuerzo, con mucho esfuerzo y dedicación.

Nadie comprendía que en ocasiones se metiera en problemas o hablase mal de ciertas personas o mintiese, pero es que no había otro sistema de vida aplicable a su realidad de sentirse sola e incomprendida.

Alejandra lo sabía.

Había verdaderos locos que le hacían la vida imposible.

Tuvo que aprender a caminar sobre rocas en medio de un río enfurecido.

Sintió pena de ser lo que era.

Ella siempre soñó con ser perfecta y agradar a Dios, pues ese cielo azul que se nos promete, hay que trabajarlo día a día.

La fama cuesta y hay que sufrir por ella.

Eso se lo había oído decir muchas veces a su peluquero de la peluquería Lúa.

-Si quieres estar guapa tienes que sufrir.

La fama cuesta y aquí vas a empezar a padecer.

…Y peinaba y peinaba Ernestino, con esas manos prodigiosas para peinar los cabellos.

Esas manos prodigiosas para hacer moños, alisar cabellos.

Luego Mercedes la maquillaba.

Le pintaba los ojos con lápiz negro a su alrededor y sombra azul o rosa en el párpado.

Los labios en rojo pasión, de ese rojo exclusivo que gustaba a Alejandra.

Quedaba realmente hermosa.

Todos la admiraban.

Cuando fue a un concurso de modelos, Ernestino le prestó un anillo con un diamante para que le trajera mucha suerte.

Y se la trajo, quedó de segunda finalista.

Alejandra se sintió muy feliz ese día.

Era un concurso retransmitido por televisión, en concreto, por RCTV para toda Venezuela.

No paró de recibir llamadas felicitándola y diciéndole lo guapa que estaba.

Ella también se veía al espejo y se veía que no estaba del todo mal, si bien comprendía, que había chicas mucho más guapas que ella.

Ernestino Bhuenjdá y Mercedes Pazietín Vuchagrier eran, además de su peluquero y su maquilladora, dos buenos amigos de Alejandra.

Dos amigos que dejaron huella en su vida.

Dos amigos en los que confiaba incluso sin llegar a conocerlos demasiado.

Dos amigos que la hacían sentir bien, verse bien, que siempre le levantaban la paletilla.

Esos eran los amigos que quería Alejandra. Los que le levantaban la paletilla.

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