El 11 de abril de 2002, cuando Luis del Olmo todavía estaba en pleno apogeo, se fue de buena mañana hasta el Palacio de la Moncloa para entrevistar al presidente del Gobierno de la época, José María Aznar. Para sorpresa de los oyentes de Protagonistas, que entonces se emitía por Onda Cero, y sobre todo, para sobresalto del propio Aznar, el veterano locutor del Bierzo pidió al presidente que tuviera a bien conceder una entrevista a su máximo competidor de la mañanas: Iñaki Gabilondo, director por aquel entonces de ‘Hoy por hoy’ en la Cadena SER. La solicitud de Del Olmo, casi una exigencia, suponía también una amonestación pública al jefe de Gobierno.
Un pertinente reproche hacia alguien que, incomprensiblemente, después de seis años en Moncloa, seguía manteniendo su caprichoso veto hacia el que seguramente era el comunicador más prestigioso del momento, y desde luego, el locutor más oído en España. Aznar introdujo en nuestro país los comportamientos escasamente edificantes que ahora tanto denostamos en jugadores y entrenadores de fútbol. El expresidente vendría a ser a la política lo que José Mourinho al fútbol. La única diferencia entre ambos es que mientras el portugués parece marcharse ya de España de forma definitiva, Aznar amenaza con volver a la primera línea de la política activa.
La vanidad, el culto al ego y la prepotencia llaman a la puerta de los hogares de los españoles en el peor momento posible. A la que llaman con mayor intensidad es a la de Mariano Rajoy, el personaje central del puzle; la pieza que muchos se quieren cobrar. Quien otrora exigió fidelidad absoluta a sus caprichos de gobernante, enmienda ahora la plana al presidente Rajoy. Lo señala con el mismo dedo caprichoso y bobalicón con el que lo ungió hace diez años al nombrarlo sucesor. Y su mensaje es muy claro: “o yo, o el caos”.
Ahora que se le van acercando los asuntos Gürtel y Bárcenas, el expresidente pretende reivindicarse recordándonos la importancia de su gestión. Algo que por otra parte no hace falta, porque casi todos la tenemos in mente. Aznar fue el creador de la burbuja inmobiliaria que Zapatero no supo o no se atrevió a pinchar. Fue también el presidente de la prepotencia, la mentira, el chapapote y la declaración de una guerra ilegal en la que murieron miles y miles de inocentes. Un conflicto bélico vergonzantemente construido sobre una gran mentira: la supuesta existencia en Irak de armas de destrucción masiva.
La gran oda a la mentira aznariana culminó con los atentados islamistas del 11 de marzo de 2004. Durante tres días el Gobierno estuvo engañando a sabiendas a todo el país. Tenían la conciencia intranquila y necesitaban hacer creer que todo había sido obra de ETA. Mentían el presidente Aznar, el ministro del Interior Acebes y el portavoz Zaplana. Se les fue tanto la mano, que a éste último no le ha quedado más remedio que entrar recientemente en un quirófano para reducir el tamaño de su nariz.