Después del palo que Cristóbal Montoro pegó al municipalismo el pasado fin de semana en Salamanca, con el aplauso cómplice y egoísta de algunos desorientados presidentes de diputación, comprobamos que entre las pocas personas que tienen claro el tema está Jesús Julio Carnero, presidente de la Diputación Provincial de Valladolid.
Da gusto escuchar sus razonamientos al respecto, acompañados de sinceridad, claridad, sensibilidad y elegancia expositiva. ¡Ya quisiera Juan Vicente Herrera Campo contar con gente de ese perfil! Sin duda otro gallo le cantaría, además de que ganaría considerablemente en apoyos, fidelidad y prestigio. Hay algo en lo que se parecen Herrera y Carnero y es en el claro perfil de líderes que proyectan, aunque a Herrera hayan empezado a ningunearlo sus cercanos desde hace tiempo, por eso se molesta en alguna ocasión y le sale la vena dialéctica en forma de: “¡Rodeado de imbéciles, gobierne usted si puede!”. También es verdad que no lo hace con originalidad y sí imitando y remedando a don Manuel Azaña.
Refiriéndose, Jesús Julio Carnero, a lo que debe ser la Ley para la Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local, advirtió que dicha ley “tiene que respetar la esencia de lo que somos en Castilla y León, una comunidad eminentemente municipalista”. Ahí radica su saber estar: justamente en conocer el terreno que pisa, el sentimiento por su tierra y el aprendizaje que le proporciona su trabajo diario.
Es evidente que tiene muy claro el papel de las diputaciones, frente a las absurdas opiniones de otros presidentes que pudimos escuchar en Salamanca hace unos días. Frente a la claridad mostrada por el señor Carnero, contrasta la falta de credibilidad que abonan egoístas presidentes de otras latitudes, cuyo mayor logro ha sido el desengaño de la ciudadanía o la aberración de medidas llevadas a cabo. Y es que eso de poner a dedo a ciertas personas, lleva a la estupidez y a cometer barbaridades de grueso calibre.
Lo más granado de la opinión del presidente de la Diputación de Valladolid se manifiesta en otra afirmación categórica: “el papel de las diputaciones tiene que ser de colaboración y asesoramiento a los ayuntamientos, no de intervención”. Pero ahí no queda todo. Lo bueno de esa opinión es que así lo ha hecho constar en las alegaciones que se plantearon en su día. Junto a la claridad de ideas, demuestra un compromiso permanente.
Al parecer, según él, sigue siendo un objetivo prioritario que el mundo rural se potencie y desarrolle desde las Administraciones públicas y, evidentemente, entiende que los primeros son los ayuntamientos. No tengo duda de que ha clavado el sentir de mucha gente de esta tierra, que es la mía, pero también me gustaría escuchar su opinión sobre las reivindicaciones históricas de los ayuntamientos en lo que se refiere a la teleasistencia, consultorios de salud, colegios y edificios deportivos.
Hablando con amigos y compañeros del mundo de la información es curioso cómo algunos comentaban que, escuchando al señor Carnero, empezaban a tener claro que lo que sobra no son las diputaciones y sí los gobiernos regionales de las comunidades autónomas. Sin duda, ahí está la diferencia entre mostrar claridad de ideas y decir imprecisiones a diario, a la vez que se desprecia a la ciudadanía.
Jesús Salamanca Alonso