La homofobia es una lacra que sigue golpeando con extrema dureza las sociedades del orbe. Hoy se celebra el Día Mundial contra la discriminación, persecución y/o asesinato de personas englobadas en lo que se conoce como colectivo LGTB. Paradigma de la segregación y violencia motivados por la ignorancia, el oscurantismo y la conducta de sociedades sectarias. En muchos casos con el beneplácito cuando no la activa participación de sus gobernantes. Si hasta en la Francia que recientemente aprobó el matrimonio igualitario, comprobamos como el espíritu de Pétain sobrevuela los cielos de las Galias, cuando creíamos que semejantes paradas reaccionarias eran exclusivas del Vístula o el Danubio.
Observamos con estupor como el espectro de la terrible herencia del estalinismo, en comunión con su renacida interpretación bizantina, muestran su faz más abyecta a las puertas del fastuoso Mariinsky II. Si esta pasando en nuestro Viejo Continente, presunta quintaesencia de civilidad y progreso, al abrir el balcón mediterráneo o la prolongación asiática de la que somos apéndice, la situación del colectivo LGTB, es trágica. Como lo es, tal vez en menos gradación, en buena parte del Nuevo Continente.
La lucha contra la homofobia no debe quedar en meras declaraciones institucionales, que también. La sociedades que se tienen por cívicas, ciudadanas, deben ir más allá. El compromiso para combatir actitudes insoportables e indignas requiere de una actitud solidaria, decidida, condenatoria y sancionadora. Requiere de la valentía de la sociedad que se reclame civil y de la exigencia para con sus gobernadores de tolerancia cero hacia la homofobia. Y presionar como se debe para que la caza del homosexual en el Zambeze, el ahorcamiento en una plaza pública irania o de o su encarcelamiento y tortura en el Nevá sean desterradas de una vez por todas. Será duro, será tortuoso, pero no pararemos hasta la victoria de aquéllos valores que engrandecen al género humano.