Muy a mi pesar vuelvo a verme obligado a comentar la triste política exterior de nuestro augusto gobierno.
Aún cuando Zapatero se esfuerza al máximo viajando a Londres de compras, asistiendo al mundial de fútbol o a la final de la Copa de Europa, la diplomacia española no es capaz de levantar el vuelo. No será por supuesto por los esfuerzos presidenciales, que hasta se ha puesto ese pañuelo árabe de cuyo nombre no quiero acordarme, tampoco será por los esfuerzos denodados de Moratinos que pide cortésmente a los terroristas de Hezbola permiso para establecer una fuerza de paz, y tampoco será por las declaraciones de Pepiño Blanco acusando a Israel de asesinar a civiles de forma intencionada.
Como ustedes verán no es lógico que con estas actitudes tan acertadas, nuestros aliados se puedan contar con los dedos de una mano y que además estos no sean de mucho fiar. Por si alguien, poco avezado o algo despistado, no ha captado mi tono irónico: se lo advierto. Mejor dejar las cosas claras.
La política diplomática española ha llegado altísimas cotas de ridiculez. Han conseguido el triste record de que países insignificantes en la esfera internacional como Malta o Mauritania se rían abiertamente de nosotros.
Por si fuera poco, acaban enemistándose con uno de los pocos países serios a los que no habían insultado. Me refiero con esto a Israel, que no se ha pronunciado de forma muy contundente, porque andan en cosas algo más importantes. Para rematar la jugada diplomática, veo en el telediario como los barcos noruegos acechan a nuestra flota pesquera, hasta tal punto que muchos faeneros han tenido que regresar a casa. Ni siquiera un país de la Unión Europea nos respeta.
La solución del gobierno es asumir responsabilidades que no estamos preparados para llevar a cabo, como por ejemplo liderar la fuerza de paz que posiblemente se instalará en el Líbano. Si todo lo hacen igual solo espero que dios coja “confesaos”,como dicen en mi pueblo, a las tropas que tengan la desgracia de ser destinadas al Líbano.