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La mediocridad aún no ha tocado techo

Los desahucios de la razón

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Acudo al kiosco de prensa. Apenas en la primera página de algún diario nacional se hace referencia a ello. El proceder y la actitud literaria, concernidas al vasto ejercicio de la escritura periodística y uso en ésta de la crónica de la realidad, lamentablemente, no encuentra asidero para ello. Síntoma inequívoco del acontecer informativo y su, cada vez más, pronunciado envanecimiento. Esta misma mañana el escritor y poeta Francisco Vélez Nieto, me remite, a través de comunicación electrónica, el discurso de José Manuel Caballero Bonald, que pronunció el día anterior en la entrega del premio Cervantes. Cuánto le agradezco al autor de Recuerdos de un tiempo vivido -obra donde la memoria es vivaz y transida biografía retrospectiva de un elocuente y poliédrico pasado- este presente tan benefactor.

Si bien los extractados y reiterativos cortes radiofónicos de ese día, auguraban la resonancia de su afinamiento y certera exposición formal. La lectura y relectura del mismo me ha deparado una gozosa y didáctica experiencia. El autor nacido en Jerez de la Frontera, y de mirada oceánica, herencia de otro poeta del sur, Juan Ramón Jiménez, aplica un principio estilístico que, lejos del ensimismamiento y el yoísmo, indaga en la herida del tiempo, la forja del quehacer literario como abundamiento de la propia vida, el silencio del escritor como posicionamiento del aprendizaje vital incardinado a su obra. Y la poesía. “La poesía también tiene algo de indemnización supletoria de una pérdida. Lo que se pierde evoca en sentido lato lo que la poesía pretende recuperar, esos innumerables extravíos de la memoria que la poesía reordena y nos devuelve enaltecidos, como para que así podamos defendernos de las avería de la historia”.

La mediocridad aún no ha tocado techo. Resta tiempo para que lo haga. Así el ansiado amparo y manifiesto deseo que se reclama al pronunciar ya vendrán tiempos mejores, es un brindis al sol. Europa ha empezado a debilitarse en sus otrora sólidos flancos: prosperidad y derechos sociales. Así el personaje universal que creara Cervantes, no ceja en enaltecer la memoria de su creador y de sí mismo. Tipos tan mundanos como sobresalientes. Alonso Quijano convertido en el Quijote, que hoy recorrería Europa, armado con su adarga, “para protagonizar tantas y tan heroicas hazañas en defensa de los perseguidos, los oprimidos, los sojuzgados (...) y actúa como un justiciero guardián de las libertades, como un emisario de la tolerancia, como un hombre decente –en suma- que procuró igualar con la vida el pensamiento”. Un individuo apretando los dientes y puños para resistir y equilibrar la débil balanza que sustancia justicia y libertad.

El lenguaje es la articulación del pensamiento. Este básico fundamento no es una mera definición. Concluye en la verbalización de cuanto nos es dado. Es decir, de cuanto consideramos y apelamos a su existencia. Con la perversión del lenguaje la superposición de planos emborrona y debilita la esencia de aquél. Es otra manera de falsear la realidad. O de no pronunciarla, que es también la de obviarla y convertirla en mero artificio. En vana locución. En ese punto la reflexión de Caballero Bonald se manifiesta en su mayor esplendor, cuando reivindicando a la poesía señala, con la reciedumbre del hombre “en este ya sobrepasado arrabal de senectud”, que “Siempre hay que defenderse con la palabra de quienes pretenden quitárnosla. Siempre hay que esgrimir esa palabra contra los desahucios de la razón”.

Los desahucios de la razón

La mediocridad aún no ha tocado techo
Pedro Luis Ibáñez Lérida
jueves, 2 de mayo de 2013, 08:18 h (CET)
Acudo al kiosco de prensa. Apenas en la primera página de algún diario nacional se hace referencia a ello. El proceder y la actitud literaria, concernidas al vasto ejercicio de la escritura periodística y uso en ésta de la crónica de la realidad, lamentablemente, no encuentra asidero para ello. Síntoma inequívoco del acontecer informativo y su, cada vez más, pronunciado envanecimiento. Esta misma mañana el escritor y poeta Francisco Vélez Nieto, me remite, a través de comunicación electrónica, el discurso de José Manuel Caballero Bonald, que pronunció el día anterior en la entrega del premio Cervantes. Cuánto le agradezco al autor de Recuerdos de un tiempo vivido -obra donde la memoria es vivaz y transida biografía retrospectiva de un elocuente y poliédrico pasado- este presente tan benefactor.

Si bien los extractados y reiterativos cortes radiofónicos de ese día, auguraban la resonancia de su afinamiento y certera exposición formal. La lectura y relectura del mismo me ha deparado una gozosa y didáctica experiencia. El autor nacido en Jerez de la Frontera, y de mirada oceánica, herencia de otro poeta del sur, Juan Ramón Jiménez, aplica un principio estilístico que, lejos del ensimismamiento y el yoísmo, indaga en la herida del tiempo, la forja del quehacer literario como abundamiento de la propia vida, el silencio del escritor como posicionamiento del aprendizaje vital incardinado a su obra. Y la poesía. “La poesía también tiene algo de indemnización supletoria de una pérdida. Lo que se pierde evoca en sentido lato lo que la poesía pretende recuperar, esos innumerables extravíos de la memoria que la poesía reordena y nos devuelve enaltecidos, como para que así podamos defendernos de las avería de la historia”.

La mediocridad aún no ha tocado techo. Resta tiempo para que lo haga. Así el ansiado amparo y manifiesto deseo que se reclama al pronunciar ya vendrán tiempos mejores, es un brindis al sol. Europa ha empezado a debilitarse en sus otrora sólidos flancos: prosperidad y derechos sociales. Así el personaje universal que creara Cervantes, no ceja en enaltecer la memoria de su creador y de sí mismo. Tipos tan mundanos como sobresalientes. Alonso Quijano convertido en el Quijote, que hoy recorrería Europa, armado con su adarga, “para protagonizar tantas y tan heroicas hazañas en defensa de los perseguidos, los oprimidos, los sojuzgados (...) y actúa como un justiciero guardián de las libertades, como un emisario de la tolerancia, como un hombre decente –en suma- que procuró igualar con la vida el pensamiento”. Un individuo apretando los dientes y puños para resistir y equilibrar la débil balanza que sustancia justicia y libertad.

El lenguaje es la articulación del pensamiento. Este básico fundamento no es una mera definición. Concluye en la verbalización de cuanto nos es dado. Es decir, de cuanto consideramos y apelamos a su existencia. Con la perversión del lenguaje la superposición de planos emborrona y debilita la esencia de aquél. Es otra manera de falsear la realidad. O de no pronunciarla, que es también la de obviarla y convertirla en mero artificio. En vana locución. En ese punto la reflexión de Caballero Bonald se manifiesta en su mayor esplendor, cuando reivindicando a la poesía señala, con la reciedumbre del hombre “en este ya sobrepasado arrabal de senectud”, que “Siempre hay que defenderse con la palabra de quienes pretenden quitárnosla. Siempre hay que esgrimir esa palabra contra los desahucios de la razón”.

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