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Adrián Candal

Caballo ganador

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Quién se lo iba a decir a la parroquia española, y a al gallega, no digamos, que uno de los suyos iba a entrar a formar parte del cajón de París. Del podium de la mejor carrera sobre bicicletas del panorama internacional. Y máxime echando una vista atrás y viendo la sangría que los burdos intereses de algunos han provocado al noble deporte del ciclismo. Deporte de lucha y de superación, un deporte enormemente estratégico y entretenido. Una delicia para el espectador, y que mediáticamente está cada vez más abandonado. De hecho hay cadenas radiofónicas que tradicionalmente narraban el final de etapa y este año no pasan de llevar a un mísero enviado especial a Francia. Pero esa es una lucha inútil.

Y en medio de esta marejada llegó el Tour, con más descalificados que nunca, y sin el abusón de siempre, un tal Armstrong. Y en las montañas se mostró el carácter de Óscar Pereiro, un muchacho que enseñó al mundo dónde está Mos (su pueblo), y recordó dónde está Galiza. Pereiro protagonizó en la montaña una escapada de 209 kilómetros y se vistió de amarillo dejando boquiabiertos a Landis y compañía. Fue el hombre que más veces se vistió de amarillo en el pelotón. Y si no llega a ser por la pájara de la última etapa de montaña, seguramente estábamos hablando de otras cotas.

Pero el amarillo se le marchó al gallego en el último suspiro. La contrarreloj neutralizó la diferencia de medio minuto que Pereiro tenía sobre Landis, y éste le sacó 1’ 29’’. Era de esperar, ya que en condiciones normales el americano el sacaría al de Mos mucho más tiempo. Pero en estos casos hay que quedarse con lo positivo. Hay que valorar que sólo ha habido uno mejor, que ha sido la revelación, el ciclista que más veces ha vestido de amarillo. Y que es de aquí.

Habría que agradecerle a gente como Pereiro que nos devuelvan la ilusión por deportes que a veces olvidamos, y no deberíamos hacerlo. O a Alonso, que nos ha enseñado que existe la Fórmula 1, de la que ahora todo el mundo es un supremo entendido. Y así muchos otros ejemplos. Y es que los humanos somos muy conveniencias…

Caballo ganador

Adrián Candal
Adrián Candal
lunes, 24 de julio de 2006, 23:01 h (CET)
Quién se lo iba a decir a la parroquia española, y a al gallega, no digamos, que uno de los suyos iba a entrar a formar parte del cajón de París. Del podium de la mejor carrera sobre bicicletas del panorama internacional. Y máxime echando una vista atrás y viendo la sangría que los burdos intereses de algunos han provocado al noble deporte del ciclismo. Deporte de lucha y de superación, un deporte enormemente estratégico y entretenido. Una delicia para el espectador, y que mediáticamente está cada vez más abandonado. De hecho hay cadenas radiofónicas que tradicionalmente narraban el final de etapa y este año no pasan de llevar a un mísero enviado especial a Francia. Pero esa es una lucha inútil.

Y en medio de esta marejada llegó el Tour, con más descalificados que nunca, y sin el abusón de siempre, un tal Armstrong. Y en las montañas se mostró el carácter de Óscar Pereiro, un muchacho que enseñó al mundo dónde está Mos (su pueblo), y recordó dónde está Galiza. Pereiro protagonizó en la montaña una escapada de 209 kilómetros y se vistió de amarillo dejando boquiabiertos a Landis y compañía. Fue el hombre que más veces se vistió de amarillo en el pelotón. Y si no llega a ser por la pájara de la última etapa de montaña, seguramente estábamos hablando de otras cotas.

Pero el amarillo se le marchó al gallego en el último suspiro. La contrarreloj neutralizó la diferencia de medio minuto que Pereiro tenía sobre Landis, y éste le sacó 1’ 29’’. Era de esperar, ya que en condiciones normales el americano el sacaría al de Mos mucho más tiempo. Pero en estos casos hay que quedarse con lo positivo. Hay que valorar que sólo ha habido uno mejor, que ha sido la revelación, el ciclista que más veces ha vestido de amarillo. Y que es de aquí.

Habría que agradecerle a gente como Pereiro que nos devuelvan la ilusión por deportes que a veces olvidamos, y no deberíamos hacerlo. O a Alonso, que nos ha enseñado que existe la Fórmula 1, de la que ahora todo el mundo es un supremo entendido. Y así muchos otros ejemplos. Y es que los humanos somos muy conveniencias…

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