Con las penumbras de la noche en el Bósforo aún sin disipar, el 24 de abril de 1915 la élite sociocultural de la comunidad armenia en la Sublime Puerta padeció su particular San Bartolomé. Desde la Cilicia hasta el Ponto y las regiones del Este se iniciaba uno de los capítulos más abyectos de nuestra Historia contemporánea: el que relata el martirio de al menos millón y medio de seres humanos, del expolio de su acervo cultural y hacienda.
El primer genocidio del siglo XX, antes del uso de un término que no sería acuñado hasta los años cuarenta de dicha centuria. Der Zor, las aguas teñidas de rojo de los ríos que albergaron las primeras civilizaciones nos hablan de indignidad y claman memoria, justicia y reconocimiento de la masacre de un pueblo custodio de una brillante y antiquisíma cultura. La melodía del duduk recorre las conciencias de quienes aún niegan o miran hacia otro lado.
El Ararat, la montaña sagrada de la primera nación del mundo que adoptó el cristianismo como religión oficial, dió nombre al film que en principio programado, no se ofrece en el XI Festival de Cine y Derechos Humanos de San Sebastián. Tal vez en 2015. Como en el magnífico lienzo que de Puskhin realizara Hovhannes Aivazian, mirando al Mar Negro -desconocedor entonces que esas marinas servirían de tumba para su pueblo-, Armenia, su Diáspora y aquéllos comprometidos con la justicia y la memoria siguen en las rocas. Hoy todos somos armenios y rendimos tributo a los hijos de Anahit.