Se han cumplido ya setenta años del inicio de la Guerra Civil más sangrienta de todo el siglo XX en Occidente. Una guerra que en apenas dos años y medio destrozó un país y dejó partida en dos a la ciudadanía. Nada puede justificar el intento de golpe de Estado que un grupo de militares españoles pretendió poner en práctica en 1936. Golpe fallido. Guerra inevitable.
Siempre me ha hecho gracia -macabra y seca, pero gracia al fin y al cabo- que sea el lenguaje marxista el que inunde la historiografía española y europea, en general. Lo que se inició el 18 de julio de 1936 fue un golpe de Estado en toda regla, y no se sostiene ponerlo en duda. Pero también los acontecimientos de octubre de 1934 fueron un intento de golpe de Estado y, sin embargo, los hechos de Asturias y Cataluña son recordados como la “Revolución de 1934”. Ocurre lo mismo con dos acontecimientos históricos muy utilizados por mis conciudadanos. Existe en el ambiente una idea, y da la impresión que es la mayoritaria, por la cual Fidel Castro encabezó una revolución, pero Augusto Pinochet se alzó con el poder político de Chile con un golpe de Estado. Pues bien, menuda sandez. Tanto Castro como Pinochet fueron -son- unos golpistas de tomo y lomo. ¿Qué pasa, que cuando las izquierdas matan y se saltan las leyes democráticas lo llamamos revoluciones y cuando lo hacen las derechas son alzamientos y golpes de Estado?
Una encuesta reciente, publicada por un diario nacional, mostraba como el 30% de los encuestados consideraba que la sublevación militar del 1936 estuvo justificada. Y otra encuesta, en otro diario también de tirada nacional, sacaba a relucir que el 23,1% de los encuestados no sabe lo que pasó en julio de 1936. ¿Es esta la memoria que hace falta recuperar? ¿O es más útil desenterrar a los muertos, de un sólo bando, de la contienda de hace 70 años? Me parece escandaloso -con el margen de error y corrección correspondiente que se debe aplicar a todas las encuestas- que todavía hoy un porcentaje tan alto de la población justifique el golpe de Estado, del cual, por cierto, Francisco Franco era solamente una pieza más del engranaje. Y de ese 23,1% ¿qué decir?
Lo que falta en este país es más historia y más cultura, y menos forenses subvencionados con carné de historiadores. Escribía Montserrat Nebrera, recientemente, que sentía vergüenza de tener unos gobernantes que no han entendido, ni siquiera después de tanta pena, que las guerras no se ganan ni se pierden a base de recuperar papeles o creando memoriales supuestamente democráticos fundados en revanchas. Tiene razón, las guerras las pierden los ciudadanos, la Guerra Civil española la perdieron los españoles que muchos fueron enviados al frente según el cacique de turno se levantó republicano o golpista ese 18 de julio.
La memoria, palabra limpia y bella que ha sido ensuciada como lo están siendo paz, democracia, e izquierda, si esto es lo que preconizan algunos, no debe quedarse en esa fecha que recitan como letanía algunos gerifaltes de la supuesta izquierdísima española. Vayamos más allá. Analicemos cómo y por qué se instaura la II República en España. Analicemos y detallemos los años dorados de 1931 a 1936. ¿Por qué nos quedamos en el 18 de julio?
Los historiadores deberían -deberíamos- realizar una labor de análisis y búsqueda. Comerse literalmente los archivos y las publicaciones de la época para que los ciudadanos y los políticos -aunque dudo mucho que estos últimos tengan capacidad de discernir en temas como estos- dejen ya de inventarse historias y pretender ganar batallas o guerras que perdieron sus abuelos. Pero me temo que no será el caso. Pocos historiadores quedan que no estén subvencionados. Se publican y adquirimos libros, documentales, enciclopedias... sobre nuestra última Guerra Civil bajo el epígrafe de que compramos la Historia de la Guerra Civil o la verdadera Historia. Y la mayoría de aquéllas obras, excelentes muchas de ellas lo cual no es contradictorio, lo único que hacen es exponer una serie de relatos desde un sólo punto de vista. Carecen de objetividad crítica. Carecen de lo único que debe buscar el historiador: la objetividad. Sólo así, y sabiendo que nunca llegará a la máxima objetividad pero siempre debe ir buscándola, podrá llegar el historiador, el buen historiador, a una Historia lo más verídica posible. Sólo así.