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No parece realista desentenderse de la cooperación mutua en momentos en que el edificio estatal amenaza derrumbe

No es la hora de huir, Catalunya

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La tentación es fuerte. Huyamos, aunque sea por la ratonera. No nos hundamos en el mismo barco, que da demasiados señales de naufragio. No hay tiempo que perder. Que se las arreglen ellos, desde la Corona y demás instituciones, hasta los partidos políticos.

Las crónicas de la situación nos pintan nubarrones alarmantes. A todos los niveles y latitudes. Nos acecha la tormenta. Entonces, ¿a qué esperar para salir corriendo? Este discurso -entre emotivo y racional- se está instalando (bien orquestado) en la sociedad catalana.

Emocionalmente, este discurso, empalma con la histórica reivindicación identitaria, enfocada distintamente por el catalanismo y por el nacionalismo. Aquel tenía un espíritu de cooperación regeneracionista; el segundo se inspira, ante todo, en la autoafirmación. Dos actitudes legítimas fuertemente sustentadas ambas en la diferencia (con “lo español”) y en la incomprensión.

Racionalmente, el discurso es más complejo. En tiempos revueltos -aunque ofrezcan una oportunidad tentadora- la huida no es una solución si no se sabe muy bien hacia donde se va y si no hay garantías razonables de llegar. Incluso el simple anuncio -más altanero que práctico- de la huida ha complicado las cosas.

Divide a la sociedad catalana -plural y diversa- que no es unánime en la actitud de huida. Hace muy difícil que alguien esté dispuesto a despedirnos con deseos de buena suerte, y tanto o más que otros nos den una eufórica bienvenida. Es un viaje a lo desconocido.

Se dijo y repitió enfáticamente -en medio de la trompetearía del anuncio “arturmasiano”- que, por fin, se había creado una gran ilusión colectiva en medio del desánimo general por una crisis económica pavorosa y sin luz al final del túnel. No estaba mal visto, como marketing, y algo hay de verdad. Esta ilusión, empero, parece que está amainando en contacto con la dura realidad. No es un deseo, es una simple constatación no científicamente verificada.

Hay una lógica más simple. Huir por huir no tiene mucho sentido, si no es el “salvase quien pueda”, ni realista ni digno.

No parece realista desentenderse de la cooperación mutua en momentos en que el edificio estatal -hasta ahora común- amenaza derrumbe y que lo probable es que se nos venga encima, principalmente si con la huida aceleramos su caída. Es más razonable intentar renovarlo o reconstruirlo, haciéndonos un espacio justo y confortable en el mismo.

Tampoco parece lo más digno, en tiempos de grave tormenta, intentar abandonar al otro -por mucho resentimiento que se haya acumulado-, olvidando larga historia de convivencia, múltiples vínculos de sangre, benéfica colaboración en muchos momentos, y renunciando a nuestro talante pactista y al espíritu creador, innovador y modernizador que nos ha caracterizado en todos los campos: desde el económico, social, cultural, jurídico y artístico, que tanto puede aportar en otro intento de convivencia renovada sobre bases democráticas más profundas.

Renunciar a nuestro realismo, pactismo y a nuestra dignidad –almas del catalanismo- sería también una renuncia a la propia identidad. Más que el momento de huir, seguramente es el de involucrarnos nuevamente en la inevitable regeneración de la cosa pública estatal, en una segunda transición, como ya hicimos en la primera restauradora de la democracia y forjadora de un largo periodo de paz y prosperidad..

No la hundamos más, acabemos de construir, con nuevos aires de modernidad y real pluralismo, nuestra democracia aún inacabada.

No es la hora de huir, Catalunya

No parece realista desentenderse de la cooperación mutua en momentos en que el edificio estatal amenaza derrumbe
Wifredo Espina
martes, 9 de abril de 2013, 08:29 h (CET)
La tentación es fuerte. Huyamos, aunque sea por la ratonera. No nos hundamos en el mismo barco, que da demasiados señales de naufragio. No hay tiempo que perder. Que se las arreglen ellos, desde la Corona y demás instituciones, hasta los partidos políticos.

Las crónicas de la situación nos pintan nubarrones alarmantes. A todos los niveles y latitudes. Nos acecha la tormenta. Entonces, ¿a qué esperar para salir corriendo? Este discurso -entre emotivo y racional- se está instalando (bien orquestado) en la sociedad catalana.

Emocionalmente, este discurso, empalma con la histórica reivindicación identitaria, enfocada distintamente por el catalanismo y por el nacionalismo. Aquel tenía un espíritu de cooperación regeneracionista; el segundo se inspira, ante todo, en la autoafirmación. Dos actitudes legítimas fuertemente sustentadas ambas en la diferencia (con “lo español”) y en la incomprensión.

Racionalmente, el discurso es más complejo. En tiempos revueltos -aunque ofrezcan una oportunidad tentadora- la huida no es una solución si no se sabe muy bien hacia donde se va y si no hay garantías razonables de llegar. Incluso el simple anuncio -más altanero que práctico- de la huida ha complicado las cosas.

Divide a la sociedad catalana -plural y diversa- que no es unánime en la actitud de huida. Hace muy difícil que alguien esté dispuesto a despedirnos con deseos de buena suerte, y tanto o más que otros nos den una eufórica bienvenida. Es un viaje a lo desconocido.

Se dijo y repitió enfáticamente -en medio de la trompetearía del anuncio “arturmasiano”- que, por fin, se había creado una gran ilusión colectiva en medio del desánimo general por una crisis económica pavorosa y sin luz al final del túnel. No estaba mal visto, como marketing, y algo hay de verdad. Esta ilusión, empero, parece que está amainando en contacto con la dura realidad. No es un deseo, es una simple constatación no científicamente verificada.

Hay una lógica más simple. Huir por huir no tiene mucho sentido, si no es el “salvase quien pueda”, ni realista ni digno.

No parece realista desentenderse de la cooperación mutua en momentos en que el edificio estatal -hasta ahora común- amenaza derrumbe y que lo probable es que se nos venga encima, principalmente si con la huida aceleramos su caída. Es más razonable intentar renovarlo o reconstruirlo, haciéndonos un espacio justo y confortable en el mismo.

Tampoco parece lo más digno, en tiempos de grave tormenta, intentar abandonar al otro -por mucho resentimiento que se haya acumulado-, olvidando larga historia de convivencia, múltiples vínculos de sangre, benéfica colaboración en muchos momentos, y renunciando a nuestro talante pactista y al espíritu creador, innovador y modernizador que nos ha caracterizado en todos los campos: desde el económico, social, cultural, jurídico y artístico, que tanto puede aportar en otro intento de convivencia renovada sobre bases democráticas más profundas.

Renunciar a nuestro realismo, pactismo y a nuestra dignidad –almas del catalanismo- sería también una renuncia a la propia identidad. Más que el momento de huir, seguramente es el de involucrarnos nuevamente en la inevitable regeneración de la cosa pública estatal, en una segunda transición, como ya hicimos en la primera restauradora de la democracia y forjadora de un largo periodo de paz y prosperidad..

No la hundamos más, acabemos de construir, con nuevos aires de modernidad y real pluralismo, nuestra democracia aún inacabada.

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