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“El más níveo de los avances siempre vendrá de nuestra propia voz interior”

La retórica de un planeta parcelado

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El mundo necesita de otros cultivadores, también de otros guías, que no pongan en peligro el destino de los moradores en un planeta reinventado por los poderosos. Nos merecemos con urgencia un cambio, requerimos de otras sabidurías, para poder recuperar conciencias, valores y valías, que nos renueven y nos despierten a la autenticidad de un naciente culto más universal, jamás interesado, que nos acreciente como familia en la construcción de una inédita atmósfera más justa, y por ende, más instruida en considerar al análogo. Debe volver a nosotros ese espíritu armónico, esa observancia de comunión entre gentes diversas, esa entrega solidaria constante como virtud, para poder desarrollar entre todos una verdadera cultura humanística. Nos merecemos, desde luego, otras fortalezas menos engañosas, más entregadas al encuentro y a la comprensión entre vidas humanas. Si alrededor nuestro hay injusticias, no es porque las causen otros, es porque nosotros apenas hacemos nada por los demás. ¿Para qué tanta formación si posteriormente somos incapaces de dignificar vidas humanas? Quizás nos reste educar en la coherencia, en los valores esenciales, en una pedagogía responsable, concreta y eficaz, de actuación reconstituyente de alianzas, pues enfrentados nadie avanza. Sin duda, el más níveo de los avances siempre vendrá de nuestra propia voz interior. Por eso, nos conviene entrar en sintonía siempre, es un buen modo de acercarnos a la meta, a la formación de uno mismo.

Sinceramente, no me gusta la retórica de un planeta parcelado, de un inhumano mundo en pedazos, que alimenta los combates en vez de alentar los acuerdos. Olvidamos que somos un todo que requiere cicatrizar heridas. Desde luego que no es fácil reconstruir rupturas, enmendar comportamientos, corregir actitudes, cultivar otros talantes reconciliadores. Por cierto, me viene a la memoria, una entrevista publicada por Rolling Stone, que además produjo una fuerte agitación, el actor y cineasta Sean Penn le inquirió a Joaquín “El Chapo” Guzmán, considerado el narcotraficante más poderoso del mundo por el gobierno estadounidense, cómo había ingresado en el narcotráfico. El Chapo respondió: “En mi región… no hay oportunidades de empleo”. El fallecido premio Nobel Gary Becker, precursor del estudio económico de la conducta delictiva, y el Chapo coincidirían en este punto: las oportunidades económicas guardan relación con la conducta delictiva. Ciertamente, este aumento explosivo de la violencia relacionada con las adicciones en los últimos años, revierte en un mundo totalmente fragmentado, envuelto en multitud de sufrimientos, cuestión que debe activarnos a tomar otros itinerarios más justos socialmente, de auxilio y encuentro con los semejantes para promover otras decencias, en las que la actividad laboral es clave para esa realización ciudadana, para ese descubrimiento de uno mismo. La ociosidad, precisamente, es la que nos corrompe y envicia.

En cualquier caso, siempre hay una oportunidad de cambio en esta red viviente de la que formamos parte. En un mundo cada vez más fracturado, no cabe duda que la participación cívica contribuye a impulsar acciones colectivas verdaderamente necesarias, al menos para eliminar tantas barreras creadas por algunos sectores, pues es vital mejorar el sentido de responsabilidad entre los diversos grupos y construir un capital social más humanitario; máxime en un momento en que la falta de respeto y la violencia crecen, en el que todo ser humano vive cada vez más en el miedo, por ese afán dominador y endiosado de algunos, en obsesiva búsqueda de privilegios. Cuidado con las concesiones que pueden anidar diversos momentos hasta llegar al abuso, lo que consumaría la esclavitud tan en boga en los tiempos presentes. Cuando don dinero nos compra, uno llega a ser esclavo de uno mismo, es lo más denigrante que nos puede pasar en vida. Plantémonos reivindicativos de nuestra propia libertad, al menos para estar en armonía consigo mismo.


Por consiguiente, lo importante no es tanto estimular el crecimiento económico como activar el orden y la justicia, ante situaciones realmente agobiantes que, en ocasiones, favorecen la impunidad y el enriquecimiento ilícito, con políticas justamente contrarias a ese bien colectivo, que ha de mundializarse sin dejarnos dominar por el nefasto criterio del lucro.

Ya está bien de cultos a la usura, de misiones imposibles, cuando en realidad no se afrontan los aspectos éticos y morales de la globalización, que es lo equitativamente valioso. Ya lo decía, en su tiempo, el escritor francés Albert Camus (1913-1960), “al principio de las catástrofes y cuando han terminado, se hace siempre algo de retórica”, y ciertamente esta oratoria ya empieza a ser cansina. Lo sensato es recuperar ese soplo de piña, de poder colectivo en acción y reacción permanente, para reconstituirnos como seres solidarios, y de este modo, construir un futuro libre de ataduras y contiendas inútiles. Al fin y al cabo, nuestra obligación de dar vida, ha de partir de ese amor para con nosotros mismos y también para ese cosmos, unido y entero, del que formamos parte, al respirar todos del mismo aire hasta el día de nuestra espiración en que nos iremos con el amor donado, para revivirlo como poema eterno y tierno de nuestro paso existencial. Ojalá que la huella dejada sea fructífera.

La retórica de un planeta parcelado

“El más níveo de los avances siempre vendrá de nuestra propia voz interior”
Víctor Corcoba
lunes, 2 de septiembre de 2019, 10:45 h (CET)

El mundo necesita de otros cultivadores, también de otros guías, que no pongan en peligro el destino de los moradores en un planeta reinventado por los poderosos. Nos merecemos con urgencia un cambio, requerimos de otras sabidurías, para poder recuperar conciencias, valores y valías, que nos renueven y nos despierten a la autenticidad de un naciente culto más universal, jamás interesado, que nos acreciente como familia en la construcción de una inédita atmósfera más justa, y por ende, más instruida en considerar al análogo. Debe volver a nosotros ese espíritu armónico, esa observancia de comunión entre gentes diversas, esa entrega solidaria constante como virtud, para poder desarrollar entre todos una verdadera cultura humanística. Nos merecemos, desde luego, otras fortalezas menos engañosas, más entregadas al encuentro y a la comprensión entre vidas humanas. Si alrededor nuestro hay injusticias, no es porque las causen otros, es porque nosotros apenas hacemos nada por los demás. ¿Para qué tanta formación si posteriormente somos incapaces de dignificar vidas humanas? Quizás nos reste educar en la coherencia, en los valores esenciales, en una pedagogía responsable, concreta y eficaz, de actuación reconstituyente de alianzas, pues enfrentados nadie avanza. Sin duda, el más níveo de los avances siempre vendrá de nuestra propia voz interior. Por eso, nos conviene entrar en sintonía siempre, es un buen modo de acercarnos a la meta, a la formación de uno mismo.

Sinceramente, no me gusta la retórica de un planeta parcelado, de un inhumano mundo en pedazos, que alimenta los combates en vez de alentar los acuerdos. Olvidamos que somos un todo que requiere cicatrizar heridas. Desde luego que no es fácil reconstruir rupturas, enmendar comportamientos, corregir actitudes, cultivar otros talantes reconciliadores. Por cierto, me viene a la memoria, una entrevista publicada por Rolling Stone, que además produjo una fuerte agitación, el actor y cineasta Sean Penn le inquirió a Joaquín “El Chapo” Guzmán, considerado el narcotraficante más poderoso del mundo por el gobierno estadounidense, cómo había ingresado en el narcotráfico. El Chapo respondió: “En mi región… no hay oportunidades de empleo”. El fallecido premio Nobel Gary Becker, precursor del estudio económico de la conducta delictiva, y el Chapo coincidirían en este punto: las oportunidades económicas guardan relación con la conducta delictiva. Ciertamente, este aumento explosivo de la violencia relacionada con las adicciones en los últimos años, revierte en un mundo totalmente fragmentado, envuelto en multitud de sufrimientos, cuestión que debe activarnos a tomar otros itinerarios más justos socialmente, de auxilio y encuentro con los semejantes para promover otras decencias, en las que la actividad laboral es clave para esa realización ciudadana, para ese descubrimiento de uno mismo. La ociosidad, precisamente, es la que nos corrompe y envicia.

En cualquier caso, siempre hay una oportunidad de cambio en esta red viviente de la que formamos parte. En un mundo cada vez más fracturado, no cabe duda que la participación cívica contribuye a impulsar acciones colectivas verdaderamente necesarias, al menos para eliminar tantas barreras creadas por algunos sectores, pues es vital mejorar el sentido de responsabilidad entre los diversos grupos y construir un capital social más humanitario; máxime en un momento en que la falta de respeto y la violencia crecen, en el que todo ser humano vive cada vez más en el miedo, por ese afán dominador y endiosado de algunos, en obsesiva búsqueda de privilegios. Cuidado con las concesiones que pueden anidar diversos momentos hasta llegar al abuso, lo que consumaría la esclavitud tan en boga en los tiempos presentes. Cuando don dinero nos compra, uno llega a ser esclavo de uno mismo, es lo más denigrante que nos puede pasar en vida. Plantémonos reivindicativos de nuestra propia libertad, al menos para estar en armonía consigo mismo.


Por consiguiente, lo importante no es tanto estimular el crecimiento económico como activar el orden y la justicia, ante situaciones realmente agobiantes que, en ocasiones, favorecen la impunidad y el enriquecimiento ilícito, con políticas justamente contrarias a ese bien colectivo, que ha de mundializarse sin dejarnos dominar por el nefasto criterio del lucro.

Ya está bien de cultos a la usura, de misiones imposibles, cuando en realidad no se afrontan los aspectos éticos y morales de la globalización, que es lo equitativamente valioso. Ya lo decía, en su tiempo, el escritor francés Albert Camus (1913-1960), “al principio de las catástrofes y cuando han terminado, se hace siempre algo de retórica”, y ciertamente esta oratoria ya empieza a ser cansina. Lo sensato es recuperar ese soplo de piña, de poder colectivo en acción y reacción permanente, para reconstituirnos como seres solidarios, y de este modo, construir un futuro libre de ataduras y contiendas inútiles. Al fin y al cabo, nuestra obligación de dar vida, ha de partir de ese amor para con nosotros mismos y también para ese cosmos, unido y entero, del que formamos parte, al respirar todos del mismo aire hasta el día de nuestra espiración en que nos iremos con el amor donado, para revivirlo como poema eterno y tierno de nuestro paso existencial. Ojalá que la huella dejada sea fructífera.

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