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La relación entre un peleador y un entrenador crea una dinámica única

Las más extrañas relaciones

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22mar13marquez
Don Turner tenía una sonrisa en su rostro, mientras estaba sentado en el sillón de su casa, ubicada en los suburbios de Filadelfia, y observaba una cinta de la pelea donde Evander Holyfield venció con un sorpresivo nocaut a Mike Tyson en noviembre de 1996.

Turner entrenó a Holyfield para la pelea y estaba destinado a una satisfacción. Casi todo mundo consideraba la pelea como una misión suicida, y los casinos de Las Vegas pusieron a Tyson como favorito con momios de 18-1. Jay Larkin, jerarca de la división de boxeo de la cadena Showtime, pasó muchas noches en vela previo al combate, preocupado por haber cometido un grave error al aceptar transmitir la pelea.

Turner puso pausa a la cinta de manera frecuente, para explicar lo que le había indicado a Holyfield y el por qué. Luego, pondría de nuevo la cinta para observar cómo Evander ejecutaba el plan de la pelea como un robot. No era nada complicado: golpear de inmediato cada vez que Tyson conectara era clave -- y fue lo último que Turner le dijo a Holyfield antes del primer campanazo. Al final, el plan funcionó, los casinos fueron más castigados que Tyson, y la fe de Turner en el "no favorito" fue reivindicada.

"Puedo decirle a la mayoría de los boxeadores cómo ganar una pelea", dijo Turner. "El problema es que la gran mayoría no tiene los pantalones para hacer lo que yo les digo. Evander sí los tuvo".

La relación entre un peleador y un entrenador crea una dinámica única. Es compleja y multifacética, y cuando todo se integra de la forma en cómo se dio con Turner y Holyfield, lo que luce como una causa perdida se convierte en un triunfo. Pero ése es el mejor escenario. Cada pelea es diferente y presenta ciertas dificultades. A veces, el exceso de valentía es el problema, y no la falta de la misma.

Ése fue el dilema que enfrentaron Joel Díaz y Freddy Roach el pasado sábado, cuando Timothy Bradley Jr. y Ruslan Provodnikov exhibieron una gran cantidad de ferocidad. Ambos hombres soportaron mucho castigo, y hubo momentos en que tanto Roach (entrenador de Provodnikov) como Díaz, consideraron parar la pelea. "Hubo un momento en que Bradley llegó a la esquina confundido, y debía tomar una decisión", confesó Díaz. "En ese momento, no me puedo quebrar. Debo ser fuerte. Tuve que abofetearlo un par de veces para despertarlo. Estaba lastimado y tuve que hacerlo reaccionar".

Roach enfrentó algo similar. Prácticamente le rogó a Provodnikov que le mostrara que estaba bien, en múltiples ocasiones en los rounds finales. A final de cuentas, Roach y Díaz, junto al réferi Pat Russell, permitieron que la pelea continuara -- una decisión que agradó a los aficionados en la arena y a la audiencia televisiva en HBO --. Juntos, Bradley y Provodnikov crearon algo especial. Determinar cuál es la decisión correcta, entre dejar que la pelea siga hasta los 12 rounds o no, (en materia de salud), es materia aparte. Lo último que necesita un boxeador es un entrenador que tenga más coraje que él.

Los entrenadores frecuentemente usan la palabra "nosotros" para referirse a ellos y a los boxeadores con quienes trabajan. Y pese a que son un equipo, dista mucho de ser una sociedad equitativa. El peleador hace todos los sacrificios, recibe todos los golpes, tortura su cuerpo a lo largo de una trayectoria plagada de campamentos de entrenamiento, y sufre los efectos a largo plazo por absorber tantos golpes. Cierto, los púgiles reciben una gran tajada de la bolsa en disputa, pero solamente tienen una carrera -- usualmente breve --, mientras que el entrenador puede extenderla siempre y cuando atraiga clientes.

Escoger a un entrenador es muy parecido a elegir una esposa o esposo: a veces, eres afortunado desde un inicio, como Marvin Hagler y los hermanos Petronelli, por ejemplo; pero es más común que se den situaciones de acierto y error. No es una situación idéntica para todos. Sólo porque un entrenador tenga éxito con un boxeador, significa que será igual con otro púgil.

De manera comprensible, los boxeadores buscarán al entrenador con la "mano caliente". Roach, por ejemplo, fue nombrado entrenador el año por la Asociación Estadounidense de Cronistas de Boxeo (BWAA) cinco veces entre 2003 y 2011, básicamente por su trabajo con Manny Pacquiao. Peleadores de todo el mundo llegaron al gimnasio de Roach (el "Wild Card Gym" en Hollywood) y a muchos de ellos les fue bien -- no tanto como a Pacquiao, pero su suerte mejoró.

Roach, sin embargo, parece que se convirtió en víctima de su propio éxito. Tomó a demasiados clientes, y se extendió demasiado, lo que llevó a que Amir Khan se sintiera menospreciado y se fuera a trabajar con Virgil Hunter, quien por mucho tiempo ha sido el entrenador del medallista olímpico y actual monarca supermediano, Andre Ward. Junto a Roberto García, Hunter es el hombre de moda. Aunque es muy pronto para determinar si podrá hacer que Khan recupere su nivel, Hunter estuvo atado de manos cuando Lucas Matthysse recientemente aniquiló a otro de sus pupilos, Mike Dallas Jr., apenas en el primer round. Nadie se mantiene "caliente" indefinidamente.

García ganó el premio de la BWAA en 2012, y gracias a un establo envidiable que incluye actualmente a Nonito Donaire, Brandon Ríos, Evgeny Gradovich y a su hermano menor, Mikey García, está bien posicionado para repetir. Pero, si la historia nos indica algo, incluso la racha de García terminará. Siempre ocurre.

En lugar de buscar a un entrenador superestrella, un peleador usualmente estará mejor atendido por alguien con quien tenga buena química y que no esté demasiado ocupado para darle la atención personal que requiere. Igual de importante es trabajar con un entrenador que muestre un estilo que coincida con el temperamento del peleador, y que ayude con sus fortalezas.

Sería, por ejemplo, contraproducente para alguien cerebral como Nacho Beristaín -- quien se especializa en moldear a un artista como Juan Manuel Márquez -- entrenar a alguien explosivo como Provodnikov. Pero eso no implica que no se hayan cometido errores. Joe Frazier esperaba que cada boxeador que entrenaba (incluyendo a su hijo Marvis) peleara de la manera como él lo hacía, una meta irreal y una receta para el desastre. "Entrenar boxeadores es como intentar atrapar un pez. No es fuerza, es técnica", señaló Angelo Dundee en el libro "Corner Men: Boxing Great Trainers", escrito por Ronald K. Fried. "Debes tratar al pez con calma, y luego ir tras él".

Hay múltiples facetas en el trabajo de un entrenador, que van desde el acondicionamiento físico y enseñar técnicas de boxeo, hasta establecer un plan de batalla y motivar a los peleadores entre cada round. A veces, tienen que jugar al psicólogo, y muchos son mentores para los púgiles, llenando el hueco de la figura paterna de aquellos que no cuentan con su padre en casa. Es una labor de amor para muchos de ellos, y pocos son los que ganan grandes cantidades de dinero.

Obviamente, los entrenadores son un componente vital del deporte en cualquier nivel, pero a veces reciben más crédito o culpa de la que merecen. E incluso los mejores admiten que están a merced de una verdad inevitable:

"Les diré algo acerca de los entrenadores, y eso me incluye", mencionó el célebre entrenador Ray Arcel a Fried. "Solamente eres tan bueno como el boxeador con quien trabajas. No me importa cuánto sabes, si tu boxeador no puede pelear, eres como cualquier otro vago en el parque".

O, como Dundee lo explicó: "Si el tipo que está sentado en el banquito no puede pelear, entonces estás metido en todo tipo de problemas".

Las más extrañas relaciones

La relación entre un peleador y un entrenador crea una dinámica única
Boxeando.com
viernes, 22 de marzo de 2013, 08:39 h (CET)

22mar13marquez
Don Turner tenía una sonrisa en su rostro, mientras estaba sentado en el sillón de su casa, ubicada en los suburbios de Filadelfia, y observaba una cinta de la pelea donde Evander Holyfield venció con un sorpresivo nocaut a Mike Tyson en noviembre de 1996.

Turner entrenó a Holyfield para la pelea y estaba destinado a una satisfacción. Casi todo mundo consideraba la pelea como una misión suicida, y los casinos de Las Vegas pusieron a Tyson como favorito con momios de 18-1. Jay Larkin, jerarca de la división de boxeo de la cadena Showtime, pasó muchas noches en vela previo al combate, preocupado por haber cometido un grave error al aceptar transmitir la pelea.

Turner puso pausa a la cinta de manera frecuente, para explicar lo que le había indicado a Holyfield y el por qué. Luego, pondría de nuevo la cinta para observar cómo Evander ejecutaba el plan de la pelea como un robot. No era nada complicado: golpear de inmediato cada vez que Tyson conectara era clave -- y fue lo último que Turner le dijo a Holyfield antes del primer campanazo. Al final, el plan funcionó, los casinos fueron más castigados que Tyson, y la fe de Turner en el "no favorito" fue reivindicada.

"Puedo decirle a la mayoría de los boxeadores cómo ganar una pelea", dijo Turner. "El problema es que la gran mayoría no tiene los pantalones para hacer lo que yo les digo. Evander sí los tuvo".

La relación entre un peleador y un entrenador crea una dinámica única. Es compleja y multifacética, y cuando todo se integra de la forma en cómo se dio con Turner y Holyfield, lo que luce como una causa perdida se convierte en un triunfo. Pero ése es el mejor escenario. Cada pelea es diferente y presenta ciertas dificultades. A veces, el exceso de valentía es el problema, y no la falta de la misma.

Ése fue el dilema que enfrentaron Joel Díaz y Freddy Roach el pasado sábado, cuando Timothy Bradley Jr. y Ruslan Provodnikov exhibieron una gran cantidad de ferocidad. Ambos hombres soportaron mucho castigo, y hubo momentos en que tanto Roach (entrenador de Provodnikov) como Díaz, consideraron parar la pelea. "Hubo un momento en que Bradley llegó a la esquina confundido, y debía tomar una decisión", confesó Díaz. "En ese momento, no me puedo quebrar. Debo ser fuerte. Tuve que abofetearlo un par de veces para despertarlo. Estaba lastimado y tuve que hacerlo reaccionar".

Roach enfrentó algo similar. Prácticamente le rogó a Provodnikov que le mostrara que estaba bien, en múltiples ocasiones en los rounds finales. A final de cuentas, Roach y Díaz, junto al réferi Pat Russell, permitieron que la pelea continuara -- una decisión que agradó a los aficionados en la arena y a la audiencia televisiva en HBO --. Juntos, Bradley y Provodnikov crearon algo especial. Determinar cuál es la decisión correcta, entre dejar que la pelea siga hasta los 12 rounds o no, (en materia de salud), es materia aparte. Lo último que necesita un boxeador es un entrenador que tenga más coraje que él.

Los entrenadores frecuentemente usan la palabra "nosotros" para referirse a ellos y a los boxeadores con quienes trabajan. Y pese a que son un equipo, dista mucho de ser una sociedad equitativa. El peleador hace todos los sacrificios, recibe todos los golpes, tortura su cuerpo a lo largo de una trayectoria plagada de campamentos de entrenamiento, y sufre los efectos a largo plazo por absorber tantos golpes. Cierto, los púgiles reciben una gran tajada de la bolsa en disputa, pero solamente tienen una carrera -- usualmente breve --, mientras que el entrenador puede extenderla siempre y cuando atraiga clientes.

Escoger a un entrenador es muy parecido a elegir una esposa o esposo: a veces, eres afortunado desde un inicio, como Marvin Hagler y los hermanos Petronelli, por ejemplo; pero es más común que se den situaciones de acierto y error. No es una situación idéntica para todos. Sólo porque un entrenador tenga éxito con un boxeador, significa que será igual con otro púgil.

De manera comprensible, los boxeadores buscarán al entrenador con la "mano caliente". Roach, por ejemplo, fue nombrado entrenador el año por la Asociación Estadounidense de Cronistas de Boxeo (BWAA) cinco veces entre 2003 y 2011, básicamente por su trabajo con Manny Pacquiao. Peleadores de todo el mundo llegaron al gimnasio de Roach (el "Wild Card Gym" en Hollywood) y a muchos de ellos les fue bien -- no tanto como a Pacquiao, pero su suerte mejoró.

Roach, sin embargo, parece que se convirtió en víctima de su propio éxito. Tomó a demasiados clientes, y se extendió demasiado, lo que llevó a que Amir Khan se sintiera menospreciado y se fuera a trabajar con Virgil Hunter, quien por mucho tiempo ha sido el entrenador del medallista olímpico y actual monarca supermediano, Andre Ward. Junto a Roberto García, Hunter es el hombre de moda. Aunque es muy pronto para determinar si podrá hacer que Khan recupere su nivel, Hunter estuvo atado de manos cuando Lucas Matthysse recientemente aniquiló a otro de sus pupilos, Mike Dallas Jr., apenas en el primer round. Nadie se mantiene "caliente" indefinidamente.

García ganó el premio de la BWAA en 2012, y gracias a un establo envidiable que incluye actualmente a Nonito Donaire, Brandon Ríos, Evgeny Gradovich y a su hermano menor, Mikey García, está bien posicionado para repetir. Pero, si la historia nos indica algo, incluso la racha de García terminará. Siempre ocurre.

En lugar de buscar a un entrenador superestrella, un peleador usualmente estará mejor atendido por alguien con quien tenga buena química y que no esté demasiado ocupado para darle la atención personal que requiere. Igual de importante es trabajar con un entrenador que muestre un estilo que coincida con el temperamento del peleador, y que ayude con sus fortalezas.

Sería, por ejemplo, contraproducente para alguien cerebral como Nacho Beristaín -- quien se especializa en moldear a un artista como Juan Manuel Márquez -- entrenar a alguien explosivo como Provodnikov. Pero eso no implica que no se hayan cometido errores. Joe Frazier esperaba que cada boxeador que entrenaba (incluyendo a su hijo Marvis) peleara de la manera como él lo hacía, una meta irreal y una receta para el desastre. "Entrenar boxeadores es como intentar atrapar un pez. No es fuerza, es técnica", señaló Angelo Dundee en el libro "Corner Men: Boxing Great Trainers", escrito por Ronald K. Fried. "Debes tratar al pez con calma, y luego ir tras él".

Hay múltiples facetas en el trabajo de un entrenador, que van desde el acondicionamiento físico y enseñar técnicas de boxeo, hasta establecer un plan de batalla y motivar a los peleadores entre cada round. A veces, tienen que jugar al psicólogo, y muchos son mentores para los púgiles, llenando el hueco de la figura paterna de aquellos que no cuentan con su padre en casa. Es una labor de amor para muchos de ellos, y pocos son los que ganan grandes cantidades de dinero.

Obviamente, los entrenadores son un componente vital del deporte en cualquier nivel, pero a veces reciben más crédito o culpa de la que merecen. E incluso los mejores admiten que están a merced de una verdad inevitable:

"Les diré algo acerca de los entrenadores, y eso me incluye", mencionó el célebre entrenador Ray Arcel a Fried. "Solamente eres tan bueno como el boxeador con quien trabajas. No me importa cuánto sabes, si tu boxeador no puede pelear, eres como cualquier otro vago en el parque".

O, como Dundee lo explicó: "Si el tipo que está sentado en el banquito no puede pelear, entonces estás metido en todo tipo de problemas".

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