Contaba Manuel Medina, doctor en filosofía y sociología por la Universidad de Erlangen-Núrenberg y, actualmente, profesor de filosofía de la ciencia y la tecnología en la Universidad de Barcelona, en uno de esos cursos de verano en los que se aprende más que en toda la carrera universitaria, que todas las culturas a lo largo de la historia han tenido una sociedad de la información, aunque este término en concreto se ha acuñado recientemente. Se refería a que los poderes de todas las culturas de la historia han controlado la información siempre que han podido. Y, esto, según Medina y otros especialistas en democracia, participación política y sociedad de la información y del conocimiento, puede estar cambiando con la era digital.
Parece evidente que estamos viviendo una revolución técnica en cuanto al sistema de información se refiere. El lenguaje, la escritura, el alfabeto... supusieron una revolución en su momento, como también lo fueron avances tecnológicos como la imprenta, la electricidad o la electrónica. Ahora, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs) están revolucionando el sistema tradicional de información. Es un nuevo impacto sobre la sociedad de la información. Parece, entonces, que la era digital que nos hemos propuesto vivir -y sufrir en no pocos casos- pueda ser considerada una nueva revolución en los sistemas de información que el ciudadano, la persona, es capaz de asimilar.
Pero todos los avances técnicos, científicos y, sobre todo, tecnológicos tienen unos inconvenientes añadidos e ineludibles en un primer momento innovador. Antes se llamaba analfabetismo, ahora, los que estudian esta puesta en escena de todo lo electrónico, lo llaman brecha digital. Así es. Unos datos más, imprescindibles aunque no únicos, para evaluar el nivel económico, social y cultural de un país es ya el número de teléfonos móviles, los ciudadanos que disponen de acceso a internet y el número de páginas webs que están asociadas a ese país; como antes lo fue únicamente el porcentaje de analfabetismo de un país. Entre porcentajes de exportaciones e importaciones, consumo de petróleo, consumo de gas natural, aeropuertos o número de televisores, es imprescindible un apartado de comunicaciones y nuevas tecnologías en cualquier libro o tesis estadística que se precie.
Esta brecha digital, por lo tanto, se empieza a tener en cuenta. Si cada vez más la participación e información entre ciudadanos y gobernantes se transmiten por cauces digitales y en un país tan sólo pueden acceder a internet o tienen un teléfono móvil el 20% de la población, puede ser que en pocos años, si no mejora ese país, tenga un déficit de democracia e información interna. En definitiva, que existan amplios sectores de la sociedad que no puedan acceder a toda la información y sí lo haga una minoría.
La televisión no acabó con la radio, e internet no acabará con la televisión. Ni mucho menos. Pero las nuevas TICs, es decir, los chats, los blogs, las listas de distribución, los foros, los mensajes de móviles, los correos electrónicos, las webs en definitiva, están planteando una nueva revisión de los medios tradicionales de información. No hay ningún diario de papel que no tenga página web. Y, sí hay muchos diarios en internet -como este que está leyendo: Diario Siglo XXI- que no tienen su correspondencia en papel. ¿Quién puede acceder a la información que ofrecen estos últimos diarios digitales?
Un nuevo sistema de información desestabiliza lo hasta entonces establecido, lo modifica. Pero una vez que se asienta en la mayoría de la población se prepara para que sea desplazado por un nuevo sistema, un nuevo avance. Estamos en una espiral constante de avances. La del siglo XXI se llama espiral digital.