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Los enemigos de la Iglesia han laborado estos días en balde para desprestigiar al nuevo Papa

Las expectativas sobre el “Papa Francisco”

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Tras la sorpresiva elección del Papa Francisco, como suele ser habitual, se han desatado los comentarios, informaciones y también los infundios y calumnias sobre su persona. Algo que no es sorprendente. ¡Peor sería la indiferencia!. Además, si Jesús fue crucificado, ¿qué puede esperar su vicario en la tierra?.

Sin embargo, los enemigos de la Iglesia han laborado estos días en balde para desprestigiar al nuevo Papa, pues no se sostienen las calumnias y difamaciones difundidas –de colaboracionismo con la Junta Militar Argentina-, ya que frente a la sola calumnia sin pruebas, se han logrado importantes testimonios como los del premio Nobel Pérez Esquivel –víctima de la Junta Militar- que ha negado tales difamaciones, reconociendo que en tales circunstancias no fueron pocos los eclesiásticos que intercedieron por detenidos del régimen sin lograr ser atendidos. Pero además, uno de los jesuitas –que aún vive- detenidos por el régimen militar que decían haber sido desatendidos por su superior entonces, el actual Papa Francisco, ha contestado negando los hechos, y confirmando sus buenas relaciones con su entonces superior, aclaradas las difíciles circunstancias de aquellos momentos en Argentina. Como también han aparecido testimonios, justamente en sentido contrario, de ayuda a perseguidos por los militares (como se ha comentado el caso de una jueza perseguida por el régimen, que logró ayuda de Bergoglio). Amén de que una foto que circula por internet –en que aparece Bergoglio dándole la comunión al dictador Videla- ha sido reconocida como montaje, y por tanto falsa.

Al propio tiempo, podríamos contestar a esa izquierda antidemocrática y antieclesial, que ahora maquina la difamación de quien le debería ser ajeno –por coherencia con su beligerancia antirreligiosa-, ¿qué han hecho ellos ante la persecución política y dictatorial del régimen cubano?, ¿qué hicieron contra el liberticidio dictatorial soviético?, ¿qué quejas internacionales impusieron contra el criminal Pol Pot?, ¿o contra Corea del Norte?. Todos ellos, regímenes no menos criminales y liberticidas que la reprobable Dictadura militar argentina.

Sin embargo, no es la peor de las situaciones que pudieran darse, ya que por otro lado, nos encontramos con una acogida favorable que está empezando a generar altas expectativas del pontificado de Francisco, que van desde cambios en la Curia, en la pastoral y en las actitudes y gestos de sencillez y pobreza en la Iglesia –que entrarían dentro del terreno de lo evangélicamente razonable-, hasta aquellos otros que esperan poco menos que un giro copernicano en la Iglesia, que no parece sea ni el perfil ni el planteamiento del nuevo Pontífice.

Siendo así, que es en esos grupos que albergan grandes esperanzas de cambios en la Iglesia, el sector que se puede ver decepcionado –quizá por tan amplias expectativas-, además que no es el estilo habitual de obrar en la Iglesia, cuya evolución es lenta y medida.

En cualquier caso, el reto que tiene el Papa Francisco es grande, pues tras la desaparición de Juan Pablo II con su largo pontificado (que ha facilitado el acceso al episcopado a prelados de talante más conservador de lo que era el propio Papa) que ha favorecido un gobierno eclesial netamente conservador que limitó en gran medida la recepción del Concilio Vaticano II consolidando una Iglesia clerical –combinada con el apoyo oficial a movimientos laicales de tipo conservador-, y el pontificado de Benedicto XVI -básicamente fundado en su actividad teológica-magisterial-, tiene complicados los cambios.

Si bien, parece del todo punto necesaria la profundización de la apertura de la Iglesia al mundo –iniciada en el Concilio Vaticano II-, que la acerque a los “signos de los tiempos” interpretándolos a la luz del Evangelio y actuando en consecuencia, pues el mundo actual requiere una voz profética que ilumine su sentido y su camino, y en ese punto la Iglesia tiene que recuperar su condición profética y misionera con una coherencia que la haga creíble. Y esto sí parece que el Papa Francisco puede y quiere llevarlo a cabo, con especial énfasis en los pobres, y en el servicio, según ha venido indicando.

También parece que Francisco, siendo un hombre de Iglesia, no parece que la contemple desde el prisma clerical –según alguno de sus comentarios difundido estos días-. Extremo este que tiene gran importancia, y que abriría también otra considerable vía de profundos cambios, en la posible consideración de la Iglesia como “Pueblo de Dios” –según declaración del Concilio Vaticano II-, el “nuevo Israel” itinerante al encuentro con el Padre, que lo vive y lo celebra de forma comunitaria. Y de esa forma, cobran sentido los servicios eclesiales y no sólo el presbiterio (pues se puede y debe potenciar el diaconado permanente, y los demás servicios en la Iglesia), de forma que se lleve al laicado el claro mensaje que también son Iglesia activa, no pasiva –meros consumidores sacramentales y rituales-, para dinamizar la vida eclesial en el viejo continente europeo –que se ha esclerotizado-, y en el resto del mundo –donde paradójicamente tiene más dinamismo-.

Ahora bien, fuera de esos ámbitos de cambio -¡y están por ver…!-. No creemos que se produzcan otros, salvo sorpresa mayúscula. Acaso, porque en otro ámbito mayor podrían ser contraproducentes en sus efectos, contra la propia unidad e identidad eclesial del cristianismo según la versión católica.

Las expectativas sobre el “Papa Francisco”

Los enemigos de la Iglesia han laborado estos días en balde para desprestigiar al nuevo Papa
Domingo Delgado
miércoles, 20 de marzo de 2013, 12:05 h (CET)
Tras la sorpresiva elección del Papa Francisco, como suele ser habitual, se han desatado los comentarios, informaciones y también los infundios y calumnias sobre su persona. Algo que no es sorprendente. ¡Peor sería la indiferencia!. Además, si Jesús fue crucificado, ¿qué puede esperar su vicario en la tierra?.

Sin embargo, los enemigos de la Iglesia han laborado estos días en balde para desprestigiar al nuevo Papa, pues no se sostienen las calumnias y difamaciones difundidas –de colaboracionismo con la Junta Militar Argentina-, ya que frente a la sola calumnia sin pruebas, se han logrado importantes testimonios como los del premio Nobel Pérez Esquivel –víctima de la Junta Militar- que ha negado tales difamaciones, reconociendo que en tales circunstancias no fueron pocos los eclesiásticos que intercedieron por detenidos del régimen sin lograr ser atendidos. Pero además, uno de los jesuitas –que aún vive- detenidos por el régimen militar que decían haber sido desatendidos por su superior entonces, el actual Papa Francisco, ha contestado negando los hechos, y confirmando sus buenas relaciones con su entonces superior, aclaradas las difíciles circunstancias de aquellos momentos en Argentina. Como también han aparecido testimonios, justamente en sentido contrario, de ayuda a perseguidos por los militares (como se ha comentado el caso de una jueza perseguida por el régimen, que logró ayuda de Bergoglio). Amén de que una foto que circula por internet –en que aparece Bergoglio dándole la comunión al dictador Videla- ha sido reconocida como montaje, y por tanto falsa.

Al propio tiempo, podríamos contestar a esa izquierda antidemocrática y antieclesial, que ahora maquina la difamación de quien le debería ser ajeno –por coherencia con su beligerancia antirreligiosa-, ¿qué han hecho ellos ante la persecución política y dictatorial del régimen cubano?, ¿qué hicieron contra el liberticidio dictatorial soviético?, ¿qué quejas internacionales impusieron contra el criminal Pol Pot?, ¿o contra Corea del Norte?. Todos ellos, regímenes no menos criminales y liberticidas que la reprobable Dictadura militar argentina.

Sin embargo, no es la peor de las situaciones que pudieran darse, ya que por otro lado, nos encontramos con una acogida favorable que está empezando a generar altas expectativas del pontificado de Francisco, que van desde cambios en la Curia, en la pastoral y en las actitudes y gestos de sencillez y pobreza en la Iglesia –que entrarían dentro del terreno de lo evangélicamente razonable-, hasta aquellos otros que esperan poco menos que un giro copernicano en la Iglesia, que no parece sea ni el perfil ni el planteamiento del nuevo Pontífice.

Siendo así, que es en esos grupos que albergan grandes esperanzas de cambios en la Iglesia, el sector que se puede ver decepcionado –quizá por tan amplias expectativas-, además que no es el estilo habitual de obrar en la Iglesia, cuya evolución es lenta y medida.

En cualquier caso, el reto que tiene el Papa Francisco es grande, pues tras la desaparición de Juan Pablo II con su largo pontificado (que ha facilitado el acceso al episcopado a prelados de talante más conservador de lo que era el propio Papa) que ha favorecido un gobierno eclesial netamente conservador que limitó en gran medida la recepción del Concilio Vaticano II consolidando una Iglesia clerical –combinada con el apoyo oficial a movimientos laicales de tipo conservador-, y el pontificado de Benedicto XVI -básicamente fundado en su actividad teológica-magisterial-, tiene complicados los cambios.

Si bien, parece del todo punto necesaria la profundización de la apertura de la Iglesia al mundo –iniciada en el Concilio Vaticano II-, que la acerque a los “signos de los tiempos” interpretándolos a la luz del Evangelio y actuando en consecuencia, pues el mundo actual requiere una voz profética que ilumine su sentido y su camino, y en ese punto la Iglesia tiene que recuperar su condición profética y misionera con una coherencia que la haga creíble. Y esto sí parece que el Papa Francisco puede y quiere llevarlo a cabo, con especial énfasis en los pobres, y en el servicio, según ha venido indicando.

También parece que Francisco, siendo un hombre de Iglesia, no parece que la contemple desde el prisma clerical –según alguno de sus comentarios difundido estos días-. Extremo este que tiene gran importancia, y que abriría también otra considerable vía de profundos cambios, en la posible consideración de la Iglesia como “Pueblo de Dios” –según declaración del Concilio Vaticano II-, el “nuevo Israel” itinerante al encuentro con el Padre, que lo vive y lo celebra de forma comunitaria. Y de esa forma, cobran sentido los servicios eclesiales y no sólo el presbiterio (pues se puede y debe potenciar el diaconado permanente, y los demás servicios en la Iglesia), de forma que se lleve al laicado el claro mensaje que también son Iglesia activa, no pasiva –meros consumidores sacramentales y rituales-, para dinamizar la vida eclesial en el viejo continente europeo –que se ha esclerotizado-, y en el resto del mundo –donde paradójicamente tiene más dinamismo-.

Ahora bien, fuera de esos ámbitos de cambio -¡y están por ver…!-. No creemos que se produzcan otros, salvo sorpresa mayúscula. Acaso, porque en otro ámbito mayor podrían ser contraproducentes en sus efectos, contra la propia unidad e identidad eclesial del cristianismo según la versión católica.

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