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Opinión
Etiquetas | Animalismo | Teatro | Tauromaquia
Serás cómplice de su muerte

Lidia

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Ante la violencia machista, que cada vez se recrudece más y menos se le presta una atención real para atajarla con instrumentos eficientes; ante la eternización de la tauromaquia, donde la visión del taurino es la misma que la del maltratador de mujeres, el "la maté porque era mía", el torero regala flores al toro (banderillas) y realiza un ritual que camufla de amor, pero luego lo mata, publico íntegramente el texto de la obra de teatro de mi autoría, "Lidia", que se representó en México -2016-durante varias funciones y, afortunadamente, con buena fortuna: según un titular del Diario de Victoria: "Representación teatral conmueve al público".

En la fotografía que se presenta en esta publicación que ofrecemos en Diario Siglo XXI, aparece la actriz principal, Lorena Illoldi, cuya dificultad de su papel es doble, porque representa por igual a una mujer maltratada y amenanzada de muerte que huye de su pareja violenta y, a la vez, a un toro camino del ruedo taurino donde será asesinado.

En España se ofertó la representación de la obra por la Compañía de David Fernández Rivera, pero no cristalizó, por ahora. No obstante, el autor emplaza a cualquier compañía, grupo de teatro, profesional o aficionado, a que la represente previo contacto con él.

Aquí comienza todo, pues. Siéntese -imagine que está en un teatro y presencia la obra realmente-, o quizá pónganse de pie quien dio con estas palabras "de casualidad" (la casualidad no existe, caminante, como "no hay camino"), porque ante lo que vivan con lo que ocurra a partir de ahora, todos y cada uno de nosotros deberemos tomar parte:

PERSONAJES


LIDIA

HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO

ACTOR 1

ACTOR 2

ÉL



(HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO, ACTOR 1, ACTOR 2 y ÉL los pue-de interpretar un mismo actor.)




ACTO ÚNICO


En el escenario hay una silla y una mesa cubierta con un mantel ro-sado. Sobre ella, una fotografía enmarcada del campo. Entra Lidia. Respira muy agitada. Viste ropa negra y va descalza. Camina en ritmo desigual, tan pronto lenta y altivamente femenina como corre-teando azuzada por nervios internos.


LIDIA. (Mira al público, extrañada.)

¿Dónde he llegado?


(Suena un golpe fuerte dentro del escenario. Lidia se es-conde tras la mesa. Silencio de dos minutos en los que sólo se oye el jadeo horrorizado de Lidia.)


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Con voz ebria.)

¡Es esto ya la obra?


(La respiración de Lidia va perdiendo intensidad progre-sivamente. Silencio total durante un minuto.)


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Le da un trago a una pequeña botella. Arrastra las palabras.)

¡Pues será la obra...!


(Silencio largo.)


LIDIA. (Todavía desde detrás de la mesa. Como en un llanto con-tenido.)

Quiero vivir.


(Pausa.)


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Entre risas.)

Y yo quiero una mujer.


(Silencio. Lidia se levanta y camina hacia el público. Se queda quieta durante unos segundos. Los brazos le cuelgan, parece no saber dónde colocarlos.)


LIDIA. (Recordando.)

La luz del sol hace cosquillitas en los pies.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Burlándose.)

Yo tengo cerradas las ventanas de casa. Esto es me-jor que su obra. (Levanta la botella.)


LIDIA.

Los pájaros. (Mira arriba.) Puedo sentirlos volar arriba de estos muros. El los odia.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

¿Quién es Él?


LIDIA.

Viene tras de mí. Es que ya no siento las piernas. He caminado hierba y he caminado oscuridad. Tengo miedo de ver mi sangre en el suelo.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Aburrido.)

A saber qué has hecho, mosquita muerta... si tu hombre te persigue. Yo me largo.


(Se levanta y se dispone a irse.)


LIDIA. (Caminando y mirando a los lados.)

Entonces... he llegado a un teatro...


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

Pero ¿esto es ya la obra o no es la obra?


LIDIA.

Yo no soy una actriz.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

Y ¿qué hace en el escenario?


LIDIA.

He llegado aquí. Tengo mucha saliva en la boca, pa-rece que voy a caer.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

¿Me acepta un consejo? Vuelva a casa, o luego será peor. A su marido no le gustará que esté hablando con-migo. Nunca debió salir de su cocina.


LIDIA.

No sé volver.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Burlándose de nuevo.)

Pues llame a su mamá.


LIDIA.

No quiero volver a mi cocina.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

Si yo fuese su marido le enseñaría una lección de co-cina ahora mismo.


LIDIA.

Me dejé una lavadora puesta, al lado del río.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

¿Vive bajo un puente?


LIDIA.

Bajo el cielo.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

Claro, bajo el cielo.


LIDIA.

Siento hasta la raíz del pelo que voy a morir.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Caminando hacia la ca-lle.)

No me gustan los muertos.


(Lidia camina femenina hacia la mesa del escenario. Lo observa todo como si estuviera ante objetos que ve por primera vez. Sus ojos tropiezan con la fotografía del campo y es como si recibiera un golpe. Se cubre la boca con las manos. En éxtasis:)


LIDIA.

Hierba.


(Acerca la cara al marco y comienza a frotarla en él, con mucho amor. El marco cae. Lidia le extrae la foto, con manos temblorosas, y la coloca en el centro del suelo del escenario. Camina hacia atrás, coge carrerilla y pasa co-rriendo por encima de la foto, da media vuelta y pisa de nuevo la foto, con fuerza, como si cada paso que diera por encima de ella pudiera devolverla de alguna forma al lugar que la fotografía evoca. Al ver que tal actividad no repara su añoranza, cae de rodillas al suelo y comienza a llorar con fuerza.)


Él. (Dentro del escenario, desde la lejanía.)

¡Lidia!


(Aterrada, Lidia echa a correr y casi tropieza con un actor que sale al escenario vestido como de jinete, pero la parodia infantil de un jinete, con colores encendidos en su indumentaria y hasta lleva cosido al pantalón, entre las piernas, un caballo de cartón plano, sonriente, que se mueve cómicamente cuando el jinete se gira a derecha o izquierda. El actor habla a media voz, como en un cu-chicheo, por respeto al público y a la obra que se va a representar, pero lo que dice se escucha.)


ACTOR 1.

¿Qué hace?


LIDIA. (Altiva.)

Nada. (Y apoya la cabeza en el hombro de Actor 1, un ins-tante corto, como si hubiera querido darle un golpe cariñoso a medio camino entre lo violento y lo amoroso. Actor 1 se aparta de ella.)


ACTOR 1.

¿Nada? ¿Interrumpe una obra y no hace nada? Váya-se ahora mismo. (Señalando a la puerta de la calle.)


LIDIA. (Intenta acercarse de nuevo al hombre para empujar-apoyar su cabeza en su pecho, pero Actor 1 se echa hacia atrás. Lidia se gira y camina por el escenario presa de una gran agitación.)

Tengo mucho sueño. Tengo miedo de ver mi sangre en mis manos. Me duelen las piernas, que es que me due-len mucho los dientes, tengo torcida la cara. Voy a llorar. ¿Qué lugar es éste, que todo el aire grita?


ACTOR 1 (Con una mano apretando el hombro de Lidia y cara con cara, alargando mucho las palabras, amenazante.)

Vaya a un psiquiatra o con sus pajaritos, pero déje-nos representar la obra...


LIDIA. (Apartándose con brusquedad.)

¡Ah! ¡Desde sus ojos ha mirado Él!


(Actor 1 se aleja adentro del escenario, moviendo la ca-beza dando a Lidia por imposible.)


LIDIA. (Mirando al público.)

Todos ustedes. Cuántos. Estoy sola.


(Un apagón eléctrico deja al teatro sin luz salvo donde está Lidia, que quedará iluminada levemente por alguna bombilla o foco con batería autónoma.)


...En mi casa ya no estoy yo...


(Pausa.)


Las paredes de mi casa son verdes. (Recobra la ilusión en la voz.) Y se alejan cuando andas hacia ellas.


(La luz retorna al teatro durante un segundo y se va de nuevo.)


Un día entró Él en mi casa. Yo se lo permití, porque sus dedos eran marrones de tocar la tierra. Miró mi cabe-llo y yo sentí con fuerza crecer la hierba alrededor.

Juntos recorrimos los caminos en flor.

Amanecía y estábamos de la mano.

Hasta la noche de miedo en que sus ojos cambiaron la mirada.

Sus manos eran blancas y frías como la nieve.

Él está aquí, siento su frío grande en todo el teatro.


(Un segundo de luz y de nuevo a oscuras.)


Mi madre fue violada y me dio a luz llorando en la oscura humedad de su encierro. Él me alejó de ella y me prohibió tener amigos. Me condujo a esta ciudad asegu-rándome que, aunque caminásemos mucho, siempre está-bamos en casa. He recorrido estas calles como por abajo del suelo, pero aún a oscuras sentía que este lugar no es mi casa. Una noche, mientras él lamía su espada cegado por su espada, escapé de Él. Pero Él es tan grande y rápi-do como el viento.


(Silencio.)


Quisiera que supieran cuánto les amo. Pero ustedes me dan miedo. Cuando un terror tan grande entra en tu cama hasta el sol te da miedo. A veces me he fijado en una flor. Sentía pasar las horas y yo mirándola. El suelo vibraba porque todo movía su vida a mi alrededor mien-tras yo miraba la flor, y sentía en el aire el abrirse paso de sus pétalos, lo sentía en mi piel y la flor y yo éramos feli-ces.


(Dos segundos de luz y de nuevo a oscuras.)


Desde mi ventana se veía el mar. (Suspira.) Mis veci-nos eran numerosos, y las paredes de mi casa, tan altas como el cielo. Yo a veces veía el suelo y creía que era azul, y que yo volaba.


(Pausa.)


Él llegará finalmente hasta mí y me golpeará con sus puños de hierro.

Me gritará palabras que no entenderé pero que se hundirán en mí como cuchillos.

Escupirá sobre mi cuerpo mil veces acariciado por la hierba.

Me arrancará el cabello como quien coge flores en el campo.

En algún lugar mi tristeza estará de pie contemplán-dolo todo y sin fuerzas ni para llorar, entonces Él levanta-rá la cabeza al cielo y todos ustedes aplaudirán.


ÉL. (Con voz muy cercana.)

¿Lidia?


(Lidia corre a esconderse por el lado derecho del telón. Vuelve la luz al teatro pero el escenario está a oscuras y se ve en el centro a Él, sólo su silueta que recuerda leja-namente a la de un torero.)


ÉL.

Lidia, ¿estás por aquí?

Sé que estás cerca, no te escondas, pequeña mía. Mi gatito, mi tesorito tan querido. Te prometo que ya nunca volverá a pasar nada. Sabes que a veces tengo ese pronto, pero a partir de ahora serás mi reina y yo tu esclavo.


(Silencio.)


Nunca quise hacerte eso, lo siento muchísimo, de verdad....


(Silencio.)


Pajarito, pajarito, si tú supieras qué es haber sufrido un padre como el mío durante tantos años. Son heridas muy grandes las que abrió ese hombre, por eso a veces me pongo raro, ya te lo expliqué...


(Se mueve a un lado, como buscando en las sombras.)


De verdad, Lidia, no sé qué está pasando. Es que tú tampoco entiendes que los hombres somos así, pero lue-go se nos pasa. Dura poco. Pero eso no es importante. Compáralo con todo lo demás. ¿Te acuerdas cuando la última noche mirábamos las estrellas asomados al bal-cón?... ¿Y cuando comparábamos riéndonos el tamaño de nuestras manos?... ¿Lidia?


(Mira a ambos lados, buscándola, y se marcha. Silencio durante un minuto. Entra Lidia al escenario, después de observar con miedo a ver si estaba Él. Camina rápi-da y se detiene de golpe, y estira su torso y su cabeza como intentando llegar con la frente a algo, anda unos pasos hacia atrás, avanza y vuelve a repetir el mismo movimiento, cuatro o cinco veces.)


LIDIA. (En mitad de uno de esos movimientos de estirar la cara a lo lejos, exclama:)

Voy a fingir que lo amo. Quiero vivir, ver el sol y la puerta de mi casa.


(Él irrumpe en el escenario. Lidia anda unos pasos ha-cia atrás, asustada. Los dos están en penumbra; sólo se ven sus siluetas.)


ÉL.

¡Amor!


LIDIA. (De rodillas.)

Písame. Soy tu camino.


Él.

Te echaba de menos en casa. Veía la tele y ningún programa me sabía a nada. Era como ver desde una ven-tana la nieve. Porque, Lidia, si no estás tú, todo se vuelve aire a mi alrededor.


LIDIA. (Se levanta y apoya la cabeza en el hombro de Él.)

No me digas eso...


Él.

Cariño, cariño, vino tu hermano a casa. Preguntó por ti. Le dije que fuiste a por margaritas.


LIDIA. (Alejándose de Él y volviendo a apoyar la cabeza en su pecho.)

Mi hermanito...


ÉL.

Sí, mi pequeña, y luego llegó la noche, y sin ti nues-tra cama era un témpano de hielo.


LIDIA.

Amor mío... Amor...


Él. (Le rodea la cabeza con el brazo.)

Y unos pájaros se posaron al alba en la ventana. Los acaricié. Se quedaban quietos. Buscaban cariño.


LIDIA. (Abrazándolo.)

Sé que te gustan los pájaros.


ÉL.

Los adoro.


LIDIA.

Todo el cielo te adora a ti.


ÉL. (Se aparta de ella y camina rodeándola.)

...Lidia, quisiera que hubieras visto ese sol que alum-braba nuestra casa cuando tú no estabas. Todo estaba vi-vo ahí fuera. Todo decía que era el día, pero yo sentía caerme en cada cosa... Me mareaba.


LIDIA.

Pobre mío...


ÉL. (Le susurra al oído por detrás.)

Y lloré, lloré tanto sin ti. Y los vecinos lloraban cuando yo lloraba. He cogido una flor de cada metro de tierra en que te he buscado.


LIDIA. (Refugiando la cara bajo su cuello. Suplicando:)

Si volviéramos a casa...


ÉL. (Empujándola.)

Tú, dentro de un ataúd.


(Lidia huye adentro del escenario. Él la persigue. Se es-cuchan pisadas. Silencio. Lidia sale de nuevo, tropieza y cae. Permanece en el suelo llorando durante un minuto. Luego, mientras se levanta, sale al escenario otro de los actores de la obra que se iba a representar, tocado tam-bién con aderezos coloridos y humorísticos, pero recorda-rá estéticamente al banderillero –puede llevar en una mano unos palos de colores. Habla muy rápido.)


ACTOR 2.

De acuerdo, de acuerdo, señora. Ya hemos llamado a la policía...


LIDIA.

No quiero que venga la policía. Ellos nunca han he-cho nada por salvar a las víctimas como yo. Voy a llorar viendo mi sangre en mis manos. Quien me puede salvar es el público, y usted mismo.


ACTOR 2.

Si su perseguidor es tan violento y horrible, sólo pueden ayudarla verdaderas fuerzas de seguridad.


LIDIA.

Tengo mucho frío. (Rodeándose con los brazos.) Ya no puedo más.


(Actor 2 estira el mantel rosado de la mesa y cubre a Lidia con él. Lidia se lo aparta como si le quemase. Ac-tor 2 lo recoge y vuelve a cubrir a Lidia.)


ACTOR 2.

¿Pero no tenía frío?


LIDIA.

Las armas de la policía no pueden herirlo.


ACTOR 2. (Cruzando los brazos.)

Yo a usted no la entiendo.


LIDIA. (Lidia se coloca de espaldas al público y al actor.)

Un niño dibuja un jardinero y ese jardinero no pue-de sembrar flores en el mundo del niño. Los policías no pueden entrar en mi tragedia. Una vez vi morir a un caba-llo. Cayó ante mí, era viejo y era como ver morir al vien-to. Yo estaba quieta de tristeza. Al caballo subía la hierba entre su muerte y el cielo estaba quieto. Ningún árbol se movió y la tierra callaba cuando el caballo dio su último grito y el viento estaba quieto. Ahora ustedes saben que ese caballo estuvo vivo un día y de alguna forma está de pie en sus mentes. Así me salvaré yo, en ustedes.


ACTOR 2. (Moviendo la cabeza y resoplando.)

Jardineros, caballos, niños...


(La mira detenidamente. Lidia lo mira también a él. Hay un momento de varios segundos en que se intentan analizar mutuamente. Lidia se le acerca e intenta apo-yar la cabeza en su pecho. El hombre la esquiva con aprensión.)


ACTOR 2.

¿Cómo se llama?


LIDIA.

No tengo nombre.


ACTOR 2.

Al menos dígame si es española.


LIDIA.

Vengo del campo.


ACTOR 2. (Con las manos en los bolsillos.)

Pero ese campo... debe estar situado en algún lugar...


LIDIA.

Sí, en lo que ustedes llaman España.


ACTOR 2. (Mirando al público, con sonrisa sarcástica.)

Entonces usted es española.


LIDIA.

Ya le he dicho que vengo del campo.


ACTOR 2.

Está bien. (Acercándose al público.) Señoras y señores, perdonen las molestias pero la obra que se iba a represen-tar se da por cancelada porque una mujer sin nombre, sin nacionalidad, que dice venir de entre las flores y que anuncia que un hombre la va a matar pero que no quiere la ayuda de la policía, interrumpió la función.


LIDIA. (Suspirando, llena de angustia.)

Echo de menos mi casa. (Agachando la cabeza, abatida.) Su suelo de hierba...


ACTOR 2. (Acercando la cara a la de Lidia, amenazante.)

¡Pues vuélvase a ella!


LIDIA.

A veces, caminando, yo creo ser el mismo camino.


ACTOR 2.

No sé de qué habla.


ÉL.

¡Lidia! ¡Vuelvo a olisquear tu pelito campestre!


(Actor 2 se gira mirando hacia atrás. La voz que acaba de escuchar no corresponde a ninguno de sus compañeros de reparto. Se adentra en el escenario.)


LIDIA.

¡No se vaya! (Mira hacia el público.) ¡Me están dejando sola!

(Lidia se pone muy nerviosa. Avanza hacia el público levantando la cabeza como acariciando al aire con la ca-ra. Realiza este extraño movimiento varias veces, a un lado y a otro. Corre tras el actor adentro del escenario. Segundos de silencio. Se escuchan algunos golpes inquie-tantes y se apagan las luces. Suena un grito terrible de Lidia. Se encienden poco a poco las luces y se ve en el centro del escenario un cuerpo en el suelo y, de pie, a Él. Las dos figuras se ven sólo en sombra, pero la silueta de Él ya es claramente la de un torero, con el capote en la mano moviéndolo por encima del cuerpo muerto de Li-dia. Entonces se escucha una voz en off, como de comen-tarista de radio, que dice:)

Tarde de toros memorable, la mejor de esta tempo-rada. El matador consiguió, con una faena impecable y llena de arte torero, las dos orejas y el rabo del toro.


(Se escucha un pasodoble, que había ido subiendo su so-nido poco a poco al finalizar la voz del comentarista. Y el torero se quita la montera y hace el gesto de brindar la muerte del toro al público del teatro, mientras las lu-ces se van encendiendo y se ve con claridad que Él es un torero vestido de luces y que Lidia yace a sus pies, muer-ta. Escena en estatuismo.


Aplaude el público.


FIN

Lidia

Serás cómplice de su muerte
Ángel Padilla
miércoles, 14 de agosto de 2019, 02:46 h (CET)

Ante la violencia machista, que cada vez se recrudece más y menos se le presta una atención real para atajarla con instrumentos eficientes; ante la eternización de la tauromaquia, donde la visión del taurino es la misma que la del maltratador de mujeres, el "la maté porque era mía", el torero regala flores al toro (banderillas) y realiza un ritual que camufla de amor, pero luego lo mata, publico íntegramente el texto de la obra de teatro de mi autoría, "Lidia", que se representó en México -2016-durante varias funciones y, afortunadamente, con buena fortuna: según un titular del Diario de Victoria: "Representación teatral conmueve al público".

En la fotografía que se presenta en esta publicación que ofrecemos en Diario Siglo XXI, aparece la actriz principal, Lorena Illoldi, cuya dificultad de su papel es doble, porque representa por igual a una mujer maltratada y amenanzada de muerte que huye de su pareja violenta y, a la vez, a un toro camino del ruedo taurino donde será asesinado.

En España se ofertó la representación de la obra por la Compañía de David Fernández Rivera, pero no cristalizó, por ahora. No obstante, el autor emplaza a cualquier compañía, grupo de teatro, profesional o aficionado, a que la represente previo contacto con él.

Aquí comienza todo, pues. Siéntese -imagine que está en un teatro y presencia la obra realmente-, o quizá pónganse de pie quien dio con estas palabras "de casualidad" (la casualidad no existe, caminante, como "no hay camino"), porque ante lo que vivan con lo que ocurra a partir de ahora, todos y cada uno de nosotros deberemos tomar parte:

PERSONAJES


LIDIA

HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO

ACTOR 1

ACTOR 2

ÉL



(HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO, ACTOR 1, ACTOR 2 y ÉL los pue-de interpretar un mismo actor.)




ACTO ÚNICO


En el escenario hay una silla y una mesa cubierta con un mantel ro-sado. Sobre ella, una fotografía enmarcada del campo. Entra Lidia. Respira muy agitada. Viste ropa negra y va descalza. Camina en ritmo desigual, tan pronto lenta y altivamente femenina como corre-teando azuzada por nervios internos.


LIDIA. (Mira al público, extrañada.)

¿Dónde he llegado?


(Suena un golpe fuerte dentro del escenario. Lidia se es-conde tras la mesa. Silencio de dos minutos en los que sólo se oye el jadeo horrorizado de Lidia.)


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Con voz ebria.)

¡Es esto ya la obra?


(La respiración de Lidia va perdiendo intensidad progre-sivamente. Silencio total durante un minuto.)


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Le da un trago a una pequeña botella. Arrastra las palabras.)

¡Pues será la obra...!


(Silencio largo.)


LIDIA. (Todavía desde detrás de la mesa. Como en un llanto con-tenido.)

Quiero vivir.


(Pausa.)


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Entre risas.)

Y yo quiero una mujer.


(Silencio. Lidia se levanta y camina hacia el público. Se queda quieta durante unos segundos. Los brazos le cuelgan, parece no saber dónde colocarlos.)


LIDIA. (Recordando.)

La luz del sol hace cosquillitas en los pies.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Burlándose.)

Yo tengo cerradas las ventanas de casa. Esto es me-jor que su obra. (Levanta la botella.)


LIDIA.

Los pájaros. (Mira arriba.) Puedo sentirlos volar arriba de estos muros. El los odia.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

¿Quién es Él?


LIDIA.

Viene tras de mí. Es que ya no siento las piernas. He caminado hierba y he caminado oscuridad. Tengo miedo de ver mi sangre en el suelo.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Aburrido.)

A saber qué has hecho, mosquita muerta... si tu hombre te persigue. Yo me largo.


(Se levanta y se dispone a irse.)


LIDIA. (Caminando y mirando a los lados.)

Entonces... he llegado a un teatro...


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

Pero ¿esto es ya la obra o no es la obra?


LIDIA.

Yo no soy una actriz.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

Y ¿qué hace en el escenario?


LIDIA.

He llegado aquí. Tengo mucha saliva en la boca, pa-rece que voy a caer.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

¿Me acepta un consejo? Vuelva a casa, o luego será peor. A su marido no le gustará que esté hablando con-migo. Nunca debió salir de su cocina.


LIDIA.

No sé volver.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Burlándose de nuevo.)

Pues llame a su mamá.


LIDIA.

No quiero volver a mi cocina.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

Si yo fuese su marido le enseñaría una lección de co-cina ahora mismo.


LIDIA.

Me dejé una lavadora puesta, al lado del río.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

¿Vive bajo un puente?


LIDIA.

Bajo el cielo.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO.

Claro, bajo el cielo.


LIDIA.

Siento hasta la raíz del pelo que voy a morir.


HOMBRE ENTRE EL PÚBLICO. (Caminando hacia la ca-lle.)

No me gustan los muertos.


(Lidia camina femenina hacia la mesa del escenario. Lo observa todo como si estuviera ante objetos que ve por primera vez. Sus ojos tropiezan con la fotografía del campo y es como si recibiera un golpe. Se cubre la boca con las manos. En éxtasis:)


LIDIA.

Hierba.


(Acerca la cara al marco y comienza a frotarla en él, con mucho amor. El marco cae. Lidia le extrae la foto, con manos temblorosas, y la coloca en el centro del suelo del escenario. Camina hacia atrás, coge carrerilla y pasa co-rriendo por encima de la foto, da media vuelta y pisa de nuevo la foto, con fuerza, como si cada paso que diera por encima de ella pudiera devolverla de alguna forma al lugar que la fotografía evoca. Al ver que tal actividad no repara su añoranza, cae de rodillas al suelo y comienza a llorar con fuerza.)


Él. (Dentro del escenario, desde la lejanía.)

¡Lidia!


(Aterrada, Lidia echa a correr y casi tropieza con un actor que sale al escenario vestido como de jinete, pero la parodia infantil de un jinete, con colores encendidos en su indumentaria y hasta lleva cosido al pantalón, entre las piernas, un caballo de cartón plano, sonriente, que se mueve cómicamente cuando el jinete se gira a derecha o izquierda. El actor habla a media voz, como en un cu-chicheo, por respeto al público y a la obra que se va a representar, pero lo que dice se escucha.)


ACTOR 1.

¿Qué hace?


LIDIA. (Altiva.)

Nada. (Y apoya la cabeza en el hombro de Actor 1, un ins-tante corto, como si hubiera querido darle un golpe cariñoso a medio camino entre lo violento y lo amoroso. Actor 1 se aparta de ella.)


ACTOR 1.

¿Nada? ¿Interrumpe una obra y no hace nada? Váya-se ahora mismo. (Señalando a la puerta de la calle.)


LIDIA. (Intenta acercarse de nuevo al hombre para empujar-apoyar su cabeza en su pecho, pero Actor 1 se echa hacia atrás. Lidia se gira y camina por el escenario presa de una gran agitación.)

Tengo mucho sueño. Tengo miedo de ver mi sangre en mis manos. Me duelen las piernas, que es que me due-len mucho los dientes, tengo torcida la cara. Voy a llorar. ¿Qué lugar es éste, que todo el aire grita?


ACTOR 1 (Con una mano apretando el hombro de Lidia y cara con cara, alargando mucho las palabras, amenazante.)

Vaya a un psiquiatra o con sus pajaritos, pero déje-nos representar la obra...


LIDIA. (Apartándose con brusquedad.)

¡Ah! ¡Desde sus ojos ha mirado Él!


(Actor 1 se aleja adentro del escenario, moviendo la ca-beza dando a Lidia por imposible.)


LIDIA. (Mirando al público.)

Todos ustedes. Cuántos. Estoy sola.


(Un apagón eléctrico deja al teatro sin luz salvo donde está Lidia, que quedará iluminada levemente por alguna bombilla o foco con batería autónoma.)


...En mi casa ya no estoy yo...


(Pausa.)


Las paredes de mi casa son verdes. (Recobra la ilusión en la voz.) Y se alejan cuando andas hacia ellas.


(La luz retorna al teatro durante un segundo y se va de nuevo.)


Un día entró Él en mi casa. Yo se lo permití, porque sus dedos eran marrones de tocar la tierra. Miró mi cabe-llo y yo sentí con fuerza crecer la hierba alrededor.

Juntos recorrimos los caminos en flor.

Amanecía y estábamos de la mano.

Hasta la noche de miedo en que sus ojos cambiaron la mirada.

Sus manos eran blancas y frías como la nieve.

Él está aquí, siento su frío grande en todo el teatro.


(Un segundo de luz y de nuevo a oscuras.)


Mi madre fue violada y me dio a luz llorando en la oscura humedad de su encierro. Él me alejó de ella y me prohibió tener amigos. Me condujo a esta ciudad asegu-rándome que, aunque caminásemos mucho, siempre está-bamos en casa. He recorrido estas calles como por abajo del suelo, pero aún a oscuras sentía que este lugar no es mi casa. Una noche, mientras él lamía su espada cegado por su espada, escapé de Él. Pero Él es tan grande y rápi-do como el viento.


(Silencio.)


Quisiera que supieran cuánto les amo. Pero ustedes me dan miedo. Cuando un terror tan grande entra en tu cama hasta el sol te da miedo. A veces me he fijado en una flor. Sentía pasar las horas y yo mirándola. El suelo vibraba porque todo movía su vida a mi alrededor mien-tras yo miraba la flor, y sentía en el aire el abrirse paso de sus pétalos, lo sentía en mi piel y la flor y yo éramos feli-ces.


(Dos segundos de luz y de nuevo a oscuras.)


Desde mi ventana se veía el mar. (Suspira.) Mis veci-nos eran numerosos, y las paredes de mi casa, tan altas como el cielo. Yo a veces veía el suelo y creía que era azul, y que yo volaba.


(Pausa.)


Él llegará finalmente hasta mí y me golpeará con sus puños de hierro.

Me gritará palabras que no entenderé pero que se hundirán en mí como cuchillos.

Escupirá sobre mi cuerpo mil veces acariciado por la hierba.

Me arrancará el cabello como quien coge flores en el campo.

En algún lugar mi tristeza estará de pie contemplán-dolo todo y sin fuerzas ni para llorar, entonces Él levanta-rá la cabeza al cielo y todos ustedes aplaudirán.


ÉL. (Con voz muy cercana.)

¿Lidia?


(Lidia corre a esconderse por el lado derecho del telón. Vuelve la luz al teatro pero el escenario está a oscuras y se ve en el centro a Él, sólo su silueta que recuerda leja-namente a la de un torero.)


ÉL.

Lidia, ¿estás por aquí?

Sé que estás cerca, no te escondas, pequeña mía. Mi gatito, mi tesorito tan querido. Te prometo que ya nunca volverá a pasar nada. Sabes que a veces tengo ese pronto, pero a partir de ahora serás mi reina y yo tu esclavo.


(Silencio.)


Nunca quise hacerte eso, lo siento muchísimo, de verdad....


(Silencio.)


Pajarito, pajarito, si tú supieras qué es haber sufrido un padre como el mío durante tantos años. Son heridas muy grandes las que abrió ese hombre, por eso a veces me pongo raro, ya te lo expliqué...


(Se mueve a un lado, como buscando en las sombras.)


De verdad, Lidia, no sé qué está pasando. Es que tú tampoco entiendes que los hombres somos así, pero lue-go se nos pasa. Dura poco. Pero eso no es importante. Compáralo con todo lo demás. ¿Te acuerdas cuando la última noche mirábamos las estrellas asomados al bal-cón?... ¿Y cuando comparábamos riéndonos el tamaño de nuestras manos?... ¿Lidia?


(Mira a ambos lados, buscándola, y se marcha. Silencio durante un minuto. Entra Lidia al escenario, después de observar con miedo a ver si estaba Él. Camina rápi-da y se detiene de golpe, y estira su torso y su cabeza como intentando llegar con la frente a algo, anda unos pasos hacia atrás, avanza y vuelve a repetir el mismo movimiento, cuatro o cinco veces.)


LIDIA. (En mitad de uno de esos movimientos de estirar la cara a lo lejos, exclama:)

Voy a fingir que lo amo. Quiero vivir, ver el sol y la puerta de mi casa.


(Él irrumpe en el escenario. Lidia anda unos pasos ha-cia atrás, asustada. Los dos están en penumbra; sólo se ven sus siluetas.)


ÉL.

¡Amor!


LIDIA. (De rodillas.)

Písame. Soy tu camino.


Él.

Te echaba de menos en casa. Veía la tele y ningún programa me sabía a nada. Era como ver desde una ven-tana la nieve. Porque, Lidia, si no estás tú, todo se vuelve aire a mi alrededor.


LIDIA. (Se levanta y apoya la cabeza en el hombro de Él.)

No me digas eso...


Él.

Cariño, cariño, vino tu hermano a casa. Preguntó por ti. Le dije que fuiste a por margaritas.


LIDIA. (Alejándose de Él y volviendo a apoyar la cabeza en su pecho.)

Mi hermanito...


ÉL.

Sí, mi pequeña, y luego llegó la noche, y sin ti nues-tra cama era un témpano de hielo.


LIDIA.

Amor mío... Amor...


Él. (Le rodea la cabeza con el brazo.)

Y unos pájaros se posaron al alba en la ventana. Los acaricié. Se quedaban quietos. Buscaban cariño.


LIDIA. (Abrazándolo.)

Sé que te gustan los pájaros.


ÉL.

Los adoro.


LIDIA.

Todo el cielo te adora a ti.


ÉL. (Se aparta de ella y camina rodeándola.)

...Lidia, quisiera que hubieras visto ese sol que alum-braba nuestra casa cuando tú no estabas. Todo estaba vi-vo ahí fuera. Todo decía que era el día, pero yo sentía caerme en cada cosa... Me mareaba.


LIDIA.

Pobre mío...


ÉL. (Le susurra al oído por detrás.)

Y lloré, lloré tanto sin ti. Y los vecinos lloraban cuando yo lloraba. He cogido una flor de cada metro de tierra en que te he buscado.


LIDIA. (Refugiando la cara bajo su cuello. Suplicando:)

Si volviéramos a casa...


ÉL. (Empujándola.)

Tú, dentro de un ataúd.


(Lidia huye adentro del escenario. Él la persigue. Se es-cuchan pisadas. Silencio. Lidia sale de nuevo, tropieza y cae. Permanece en el suelo llorando durante un minuto. Luego, mientras se levanta, sale al escenario otro de los actores de la obra que se iba a representar, tocado tam-bién con aderezos coloridos y humorísticos, pero recorda-rá estéticamente al banderillero –puede llevar en una mano unos palos de colores. Habla muy rápido.)


ACTOR 2.

De acuerdo, de acuerdo, señora. Ya hemos llamado a la policía...


LIDIA.

No quiero que venga la policía. Ellos nunca han he-cho nada por salvar a las víctimas como yo. Voy a llorar viendo mi sangre en mis manos. Quien me puede salvar es el público, y usted mismo.


ACTOR 2.

Si su perseguidor es tan violento y horrible, sólo pueden ayudarla verdaderas fuerzas de seguridad.


LIDIA.

Tengo mucho frío. (Rodeándose con los brazos.) Ya no puedo más.


(Actor 2 estira el mantel rosado de la mesa y cubre a Lidia con él. Lidia se lo aparta como si le quemase. Ac-tor 2 lo recoge y vuelve a cubrir a Lidia.)


ACTOR 2.

¿Pero no tenía frío?


LIDIA.

Las armas de la policía no pueden herirlo.


ACTOR 2. (Cruzando los brazos.)

Yo a usted no la entiendo.


LIDIA. (Lidia se coloca de espaldas al público y al actor.)

Un niño dibuja un jardinero y ese jardinero no pue-de sembrar flores en el mundo del niño. Los policías no pueden entrar en mi tragedia. Una vez vi morir a un caba-llo. Cayó ante mí, era viejo y era como ver morir al vien-to. Yo estaba quieta de tristeza. Al caballo subía la hierba entre su muerte y el cielo estaba quieto. Ningún árbol se movió y la tierra callaba cuando el caballo dio su último grito y el viento estaba quieto. Ahora ustedes saben que ese caballo estuvo vivo un día y de alguna forma está de pie en sus mentes. Así me salvaré yo, en ustedes.


ACTOR 2. (Moviendo la cabeza y resoplando.)

Jardineros, caballos, niños...


(La mira detenidamente. Lidia lo mira también a él. Hay un momento de varios segundos en que se intentan analizar mutuamente. Lidia se le acerca e intenta apo-yar la cabeza en su pecho. El hombre la esquiva con aprensión.)


ACTOR 2.

¿Cómo se llama?


LIDIA.

No tengo nombre.


ACTOR 2.

Al menos dígame si es española.


LIDIA.

Vengo del campo.


ACTOR 2. (Con las manos en los bolsillos.)

Pero ese campo... debe estar situado en algún lugar...


LIDIA.

Sí, en lo que ustedes llaman España.


ACTOR 2. (Mirando al público, con sonrisa sarcástica.)

Entonces usted es española.


LIDIA.

Ya le he dicho que vengo del campo.


ACTOR 2.

Está bien. (Acercándose al público.) Señoras y señores, perdonen las molestias pero la obra que se iba a represen-tar se da por cancelada porque una mujer sin nombre, sin nacionalidad, que dice venir de entre las flores y que anuncia que un hombre la va a matar pero que no quiere la ayuda de la policía, interrumpió la función.


LIDIA. (Suspirando, llena de angustia.)

Echo de menos mi casa. (Agachando la cabeza, abatida.) Su suelo de hierba...


ACTOR 2. (Acercando la cara a la de Lidia, amenazante.)

¡Pues vuélvase a ella!


LIDIA.

A veces, caminando, yo creo ser el mismo camino.


ACTOR 2.

No sé de qué habla.


ÉL.

¡Lidia! ¡Vuelvo a olisquear tu pelito campestre!


(Actor 2 se gira mirando hacia atrás. La voz que acaba de escuchar no corresponde a ninguno de sus compañeros de reparto. Se adentra en el escenario.)


LIDIA.

¡No se vaya! (Mira hacia el público.) ¡Me están dejando sola!

(Lidia se pone muy nerviosa. Avanza hacia el público levantando la cabeza como acariciando al aire con la ca-ra. Realiza este extraño movimiento varias veces, a un lado y a otro. Corre tras el actor adentro del escenario. Segundos de silencio. Se escuchan algunos golpes inquie-tantes y se apagan las luces. Suena un grito terrible de Lidia. Se encienden poco a poco las luces y se ve en el centro del escenario un cuerpo en el suelo y, de pie, a Él. Las dos figuras se ven sólo en sombra, pero la silueta de Él ya es claramente la de un torero, con el capote en la mano moviéndolo por encima del cuerpo muerto de Li-dia. Entonces se escucha una voz en off, como de comen-tarista de radio, que dice:)

Tarde de toros memorable, la mejor de esta tempo-rada. El matador consiguió, con una faena impecable y llena de arte torero, las dos orejas y el rabo del toro.


(Se escucha un pasodoble, que había ido subiendo su so-nido poco a poco al finalizar la voz del comentarista. Y el torero se quita la montera y hace el gesto de brindar la muerte del toro al público del teatro, mientras las lu-ces se van encendiendo y se ve con claridad que Él es un torero vestido de luces y que Lidia yace a sus pies, muer-ta. Escena en estatuismo.


Aplaude el público.


FIN

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