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El poder sustituyó el opio del pueblo de la religión por el chute del fumbo, para tener en la inopia a las masas

Sobre el fumbo, los fumbolistas y las multas

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Parece mentira que en los tiempos que corren, mientras se empobrece a la población hasta los ámbitos del hambre y se recortan derechos universales e inalienables a las clases medias y bajas —exclusivamente—, el fumbo siga siendo no solamente una especie de feudo que está a salvo de todo mal, sino que el mismo Estado trabaja a destajo para salvaguardar su imperio de lujo, desenfreno y estupidizante alineación ciudadana.

Al Estado le interesa mucho que la gente no piense o que lo haga poco. El fumbo, que es la religión de la modernidad friki, es un de esos opios del pueblo para que las masas se entreguen sin condiciones a los colores absurdos de un club balompédico, los cuales suplantan los problemas reales de los individuos, al menos por unas horas, y desvían sus inquietudes desde lo trascendente a lo estúpido. Que haya desempleo o no, que haya corrupción o no y que haya justicia o no, es irrelevante si juega el equipo de algunas entretelas, y más aún si pierde el equipo enemigo de esas mismas entretelas.

Podría pensarse que es que a las gentes les gusta que la cosa sea así, pues al fin y al cabo son ellas las que mantienen el fumbo y su mundo pagando exorbitantes entradas por ver a veintidós chicos pegarle patadas a las pelotas; pero eso es un postulado falso en su más absoluta falsedad. El fumbo es lo que es por la publicidad, ni más ni menos, porque en cada informativo —manipulado— se les regala media emisión para promocionar a estas empresas de lucro, las cuales no pagan ni un céntimo por esa promoción de locos, programas específicos en todos los medios aparte. Si no hubiera esta publicidad, como que hay que Dios que no habría fumbo.

¿Acaso le conviene al Estado promocionar a empresas de lucro que no crean empleo?... ¡Por supuesto! Como decía antes, con el fumbo la gente no piensa en lo importante y eso le interesa mucho al Estado. La preferencia para los dirigentes políticos es que las gentes se dejen conducir mansamente y sin mostrar oposición alguna a cualquier despropósito que pudieran emprender, y eso es lo que consiguen gracias al fumbo. Pongamos por caso que ese tiempo carísimo que dedican los medios a promocionar empresas fumboleras de mucho lucro, lo dedicaran a promocionar, verbigracia, a empresas privadas, o mejor aún, a consignas del tipo “Consuma productos españoles.” Como lo que se publicita se vende, queda claro que habría multitud de empresas que, gracias a esta publicidad tan masiva como gratuita, venderían mucho más, lo que representaría producir más y tener que contratar más gente, con lo que disminuiría el desempleo. Una solución parcial, en fin, a la crisis que padecemos por arte y gracia de los golfos apandados, pero a la que se le niegan paliativos de este orden. El fumbo, frente a millones de personas sin trabajo y sin comida, es un lujo excesivo; pero lo seguirán promocionando desde el Estado gratuitamente, para que los que aún tienen trabajo y recursos no piensen.

Como el fumbo es uno de los campos de la actividad económica que menos mueve la economía de un país y menos puestos trabajo crea a pesar de mover unos dineros difícilmente imaginables, puede abonar a los pocos que se emplean en su ámbito —fumbolistas y directivos— cantidades absolutamente sonrojantes, especialmente en estos tiempos de miseria y tristeza. El resultado de ello es que estos chicos que cobran por día lo que cien trabajadores deslomándose todo un año, tienen a su disposición cantidades de dinero que ni siquiera pueden comprender, de modo que se compran automóviles con muchas veces la cilindrada de sus cerebros y se ciscan en toda norma o en toda ley que regule sus lógicas apetencias posadolescentes, perpetrando cualquier clase de barbaridad. Luego, si son sorprendidos y el agente en cuestión no les condona la sanción por ser simpatizante del club, pues paga una multa que para él es nada más que pecatta minuta, y a otra cosa. Centimillos, como aquel que dice.

Mala cosa esta, especialmente porque los fumbolistas son modelos para millones de chicos. Dando patadas a las pelotas serán genios, pero hablando son… Cospedales, y comportándose en sociedad…, en fin, dejan muchos de ellos en buen lugar a los ancestrales borricos patrios. Mala, muy mala cosa, y un pésimo ejemplo que no debiera cundir.

Pero, volviendo a lo de las multas, me pregunto por qué un ciudadano de a pie debe ser condenado a una sanción de la mitad de su salario por saltarse un semáforo o por ir a 216 km/h en una carretera con limitación a 70 km/h, y estos fumbolistas, sin embargo, apenas a 200 euros que para ellos no son nada, ni siquiera un tirón de orejas. Y si digo fumbolista en este caso, debido a que dos de ellos han sido pillados in flagranti recientemente por esta causa, digo ricos o personas acomodadas. Si a un trabajador le cuesta esa falta la mitad de su salario, que son sus ingresos mensuales, la mitad de sus ingresos mensuales debieran costarles a los demás. Lo que es igual, no es trampa. La ley, una vez, además de tramposa, se devela como absolutamente injusta. Estoy seguro de que es hora de que no se le haga publicidad gratuita a estas empresas de lucro privado que son el fumbo en los medios y de que se evite por el medio que sea que alguien que vive de darle patadas a las pelotas puedan tener ingresos como los que tienen algunos fumbistas, porque eso es intolerablemente inmoral para la sociedad; pero sobre todo es hora de que las multas y sanciones de lo que sea, se establezcan en función proporcional a los ingresos. Cualquier otra cosa, es injusta.

Sobre el fumbo, los fumbolistas y las multas

El poder sustituyó el opio del pueblo de la religión por el chute del fumbo, para tener en la inopia a las masas
Ángel Ruiz Cediel
lunes, 4 de marzo de 2013, 09:23 h (CET)
Parece mentira que en los tiempos que corren, mientras se empobrece a la población hasta los ámbitos del hambre y se recortan derechos universales e inalienables a las clases medias y bajas —exclusivamente—, el fumbo siga siendo no solamente una especie de feudo que está a salvo de todo mal, sino que el mismo Estado trabaja a destajo para salvaguardar su imperio de lujo, desenfreno y estupidizante alineación ciudadana.

Al Estado le interesa mucho que la gente no piense o que lo haga poco. El fumbo, que es la religión de la modernidad friki, es un de esos opios del pueblo para que las masas se entreguen sin condiciones a los colores absurdos de un club balompédico, los cuales suplantan los problemas reales de los individuos, al menos por unas horas, y desvían sus inquietudes desde lo trascendente a lo estúpido. Que haya desempleo o no, que haya corrupción o no y que haya justicia o no, es irrelevante si juega el equipo de algunas entretelas, y más aún si pierde el equipo enemigo de esas mismas entretelas.

Podría pensarse que es que a las gentes les gusta que la cosa sea así, pues al fin y al cabo son ellas las que mantienen el fumbo y su mundo pagando exorbitantes entradas por ver a veintidós chicos pegarle patadas a las pelotas; pero eso es un postulado falso en su más absoluta falsedad. El fumbo es lo que es por la publicidad, ni más ni menos, porque en cada informativo —manipulado— se les regala media emisión para promocionar a estas empresas de lucro, las cuales no pagan ni un céntimo por esa promoción de locos, programas específicos en todos los medios aparte. Si no hubiera esta publicidad, como que hay que Dios que no habría fumbo.

¿Acaso le conviene al Estado promocionar a empresas de lucro que no crean empleo?... ¡Por supuesto! Como decía antes, con el fumbo la gente no piensa en lo importante y eso le interesa mucho al Estado. La preferencia para los dirigentes políticos es que las gentes se dejen conducir mansamente y sin mostrar oposición alguna a cualquier despropósito que pudieran emprender, y eso es lo que consiguen gracias al fumbo. Pongamos por caso que ese tiempo carísimo que dedican los medios a promocionar empresas fumboleras de mucho lucro, lo dedicaran a promocionar, verbigracia, a empresas privadas, o mejor aún, a consignas del tipo “Consuma productos españoles.” Como lo que se publicita se vende, queda claro que habría multitud de empresas que, gracias a esta publicidad tan masiva como gratuita, venderían mucho más, lo que representaría producir más y tener que contratar más gente, con lo que disminuiría el desempleo. Una solución parcial, en fin, a la crisis que padecemos por arte y gracia de los golfos apandados, pero a la que se le niegan paliativos de este orden. El fumbo, frente a millones de personas sin trabajo y sin comida, es un lujo excesivo; pero lo seguirán promocionando desde el Estado gratuitamente, para que los que aún tienen trabajo y recursos no piensen.

Como el fumbo es uno de los campos de la actividad económica que menos mueve la economía de un país y menos puestos trabajo crea a pesar de mover unos dineros difícilmente imaginables, puede abonar a los pocos que se emplean en su ámbito —fumbolistas y directivos— cantidades absolutamente sonrojantes, especialmente en estos tiempos de miseria y tristeza. El resultado de ello es que estos chicos que cobran por día lo que cien trabajadores deslomándose todo un año, tienen a su disposición cantidades de dinero que ni siquiera pueden comprender, de modo que se compran automóviles con muchas veces la cilindrada de sus cerebros y se ciscan en toda norma o en toda ley que regule sus lógicas apetencias posadolescentes, perpetrando cualquier clase de barbaridad. Luego, si son sorprendidos y el agente en cuestión no les condona la sanción por ser simpatizante del club, pues paga una multa que para él es nada más que pecatta minuta, y a otra cosa. Centimillos, como aquel que dice.

Mala cosa esta, especialmente porque los fumbolistas son modelos para millones de chicos. Dando patadas a las pelotas serán genios, pero hablando son… Cospedales, y comportándose en sociedad…, en fin, dejan muchos de ellos en buen lugar a los ancestrales borricos patrios. Mala, muy mala cosa, y un pésimo ejemplo que no debiera cundir.

Pero, volviendo a lo de las multas, me pregunto por qué un ciudadano de a pie debe ser condenado a una sanción de la mitad de su salario por saltarse un semáforo o por ir a 216 km/h en una carretera con limitación a 70 km/h, y estos fumbolistas, sin embargo, apenas a 200 euros que para ellos no son nada, ni siquiera un tirón de orejas. Y si digo fumbolista en este caso, debido a que dos de ellos han sido pillados in flagranti recientemente por esta causa, digo ricos o personas acomodadas. Si a un trabajador le cuesta esa falta la mitad de su salario, que son sus ingresos mensuales, la mitad de sus ingresos mensuales debieran costarles a los demás. Lo que es igual, no es trampa. La ley, una vez, además de tramposa, se devela como absolutamente injusta. Estoy seguro de que es hora de que no se le haga publicidad gratuita a estas empresas de lucro privado que son el fumbo en los medios y de que se evite por el medio que sea que alguien que vive de darle patadas a las pelotas puedan tener ingresos como los que tienen algunos fumbistas, porque eso es intolerablemente inmoral para la sociedad; pero sobre todo es hora de que las multas y sanciones de lo que sea, se establezcan en función proporcional a los ingresos. Cualquier otra cosa, es injusta.

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